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Recordé que Youqing seguía allí solo, estirado, en esa habitacioncita, y se me partió el corazón.

– Quiero ver a mi hijo.

Ya no tenía ganas de matar a nadie. Cómo iba a pensar que aparecería de repente Chunsheng. Antes de salir, me volví hacia él.

– Chunsheng -le dije-, me debes una vida. En la próxima reencarnación, tendrás que devolvérmela.

Esa noche volví a casa con Youqing en brazos, andando y parándome, parándome y andando. Cuando me cansaba de llevarlo en brazos, lo llevaba a la espalda. Pero, en cuanto lo cargaba a la espalda, me entraba congoja y lo volvía a coger en brazos. No podía dejar de mirar a mi hijo. Cuando vi que me acercaba al pueblo, me fui sintiendo cada vez peor, pensando en cómo iba a decírselo a Jiazhen. Muerto Youqing, Jiazhen no viviría mucho más, con lo enferma que estaba. Me senté en uno de los senderos de los bancales que había a la entrada del pueblo y me puse a Youqing sobre las rodillas. Al verlo no pude evitar echarme a llorar, pero al cabo de un rato volví a pensar en cómo decírselo a Jiazhen. Después de mucho pensarlo, decidí que lo mejor sería ocultárselo de momento. Dejé a Youqing allí mismo y volví a casa a buscar una azada sin que nadie me viera. Luego cogí a Youqing en brazos y lo llevé ante las tumbas de mis padres, y allí cavé un hoyo.

Quería enterrar a Youqing, pero al mismo tiempo me resistía a separarme de él. Me senté delante de las tumbas de mis padres, con Youqing en brazos, sin querer soltarlo. Puse su cara contra mi cuello. Parecía helada, la sentía en mi cuello, fría como la nieve. El viento nocturno soplaba en las hojas de los árboles, susurran do, y el cuerpo de Youqing se empapó de rocío. Yo no paraba de pensar en cómo se había ido corriendo a mediodía, con la cartera balanceándosele a la espalda. Pensando en que Youqing ya nunca más volvería a hablar, ya nunca más volvería a correr con los zapatos en las manos, me dolía el corazón, tanto que ya no podía ni llorar. Así estuve sentado hasta que vi que iba a amanecer, y que no me quedaba más remedio que enterrarlo. Así que me quité la chaqueta, le arranqué las mangas para cubrir los ojos de Youqing y con el resto lo envolví, antes de meterlo en el hoyo.

– Va a venir Youqing -dije a las tumbas de mis padres-, tratádmelo bien. Mientras vivió, yo lo traté mal, así que dadle mucho cariño por mí.

Una vez tendido en el hoyo, Youqing se veía cada vez más menudo, no parecía haber vivido trece años; parecía más bien recién nacido. Fui echándole la tierra con las manos, sacando las piedrecitas para que no se le clavaran y le hicieran daño. Cuando terminé de enterrar a Youqing, empezaba a clarear, y yo me puse lentamente de camino a casa, volviéndome atrás cada dos por tres. Cuando llegué a la puerta de casa y pensé que ya no vería más a mi hijo, no pude evitar echarme a llorar, y me agaché tapándome la boca para que no me oyera Jiazhen. Allí estuve en cuclillas mucho rato, hasta oí las llamadas al trabajo. Sólo entonces me levanté y entré en casa. Fengxia estaba junto a la puerta, mirándome con los ojos muy abiertos, sin saber que su hermanito había muerto. Cuando vino el niño de la aldea vecina a avisar, ella también estaba, pero no lo vio. Jiazhen me llamó desde la cama.

– Youqing se ha encontrado mal -le dije acercándome a ella-, está en el hospital.

Jiazhen pareció creerme.

– ¿Qué le ha pasado? -preguntó.

– No sabría decirte. Estaba en clase y, de repente, se desmayó, lo mandaron al hospital, y dijo el médico que tardaría varios días en recuperarse.

Jiazhen se entristeció, y se le saltaron las lágrimas.

– Es el cansancio -dijo-, es culpa mía, por la carga que soy.

– No -dije-, el cansancio no produce esas cosas.

– Tienes los ojos hinchados -me dijo después de mirarme.

– Sí -dije asintiendo-, no he dormido en toda la noche.

Me apresuré a salir de nuevo. Youqing estaba recién enterrado, sus restos aún estaban intactos. No sabía cómo aguantaría si seguía engañando así a Jiazhen.

Los días siguientes trabajaba todo el día en el campo y, al anochecer, decía a Jiazhen que me iba a la ciudad a ver si Youqing estaba mejor. Caminaba lentamente hacia la ciudad, hasta que oscureciera del todo, entonces desandaba hasta la tumba de Youqing, y allí me sentaba. La noche era negrísima, el viento me soplaba en la cara. Me ponía a hablar con mi hijo, y mi voz, que iba y venía flotando, no parecía ni mía. Me quedaba allí hasta muy entrada la noche, y luego volvía a casa. Los primeros días, Jiazhen me esperaba despierta y me preguntaba por Youqing. Yo me inventaba cualquier cosa para mantenerla engañada. Al cabo de unos días, cuando volvía a casa, Jiazhen ya estaba dormida, allí tumbada con los ojos cerrados. Yo sabía que seguir engañándola tampoco era una solución, pero no podía hacer otra cosa: un día era un día, aunque fuera de engaño, y mientras Jiazhen creyera que Youqing estaba vivo, todo iba bien.

Una noche, volví de la tumba de Youqing, entré en casa y me acosté junto a Jiazhen. Ella, que parecía dormida, me dijo de repente:

– Fugui, no me queda mucho más de vida.

Me dio un vuelco el corazón. La acaricié, y vi que tenía la cara cubierta de lágrimas.

– Tienes que cuidar bien de Fengxia -me dijo-, es la que más me preocupa.

No mencionó a Youqing, y en ese momento me entró pánico. Quise decirle algo para consolarla, pero ni siquiera fui capaz.

A la tarde siguiente, dije a Jiazhen lo mismo de todos los días, que me iba a la ciudad a ver a Youqing. Jiazhen me pidió que no fuera, que la llevara a la espalda a dar una vuelta por el pueblo. Dije a Fengxia que cogiera en brazos a su madre y la pusiera a mi espalda. El cuerpo de Jiazhen era cada vez más ligero, estaba en los huesos.

– Me gustaría ir al oeste del pueblo -dijo nada más salir.

Allí era donde estaba enterrado Youqing. Le dije que sí, pero mis piernas se negaron a ir hacia allí. Andando, andando, llegamos a la parte oeste del pueblo.

– Fugui -me dijo Jiazhen con suavidad-, no me engañes más, ya sé que Youqing está muerto.

Cuando lo oí, me quedé parado, sin poder avanzar. Las piernas empezaron a fallarme. Sentí la nuca cada vez más húmeda, y supe que eran las lágrimas de Jiazhen.

– Llévame a ver a Youqing -me dijo.

Ya no podía seguir engañándola, así que la llevé a la parte oeste.

– Oí cada noche cómo volvías del oeste del pueblo -me dijo en voz baja-, y comprendí que Youqing había muerto.

Cuando llegamos a la tumba de Youqing, Jiazhen me pidió que la soltara. Ella se lanzó sobre la tumba de nuestro hijo, llorando a lágrima viva, con las manos sobre la sepultura como si quisiera acariciarlo. Pero no tenía ninguna fuerza, y sólo pudo mover un poquito los dedos. Viéndola así sentí que la congoja me oprimía el corazón. No tenía que haber enterrado a Youqing a escondidas, sin dejar que Jiazhen le echara ni una última mirada.

Jiazhen se quedó sobre la tumba hasta que se hizo de noche. Temí que el sereno le hiciera daño, y la subí a la fuerza a mi espalda. Ella me pidió que la llevara a la entrada del pueblo, y allí me empapó el cuello de la chaqueta.

– Youqing ya no correrá por este camino -dijo llorando.

Me quedé mirando el camino, que iba serpenteando hacia la ciudad. Ya no resonarían allí los pasos de mi hijo.

A la luz de la luna, el camino parecía cubierto de sal.

* * *

Esa tarde estuve todo el rato con el anciano. Cuando el buey y él, después de haber descansado lo suficiente, bajaron de nuevo al campo, ni se me pasó por la cabeza irme, y me quedé aguardándolo, debajo del árbol, como un centinela.

En ese momento, se oía a ratos las voces de los agricultores trabajando. Donde más animación había era en el sendero de un bancal cercano. Dos hombres fuertes y robustos levantaban el cubo de té, compitiendo a ver quién bebía más. Los jóvenes que los rodeaban iban gritando y jaleando, encantados de su papel de mirones y de no estar en el lugar de los contrincantes. Fugui, en comparación, parecía muy solo. En el arrozal que tenía al lado, dos mujeres con pañuelo en la cabeza trasplantaban arroz. Iban hablando de un hombre a quien yo no conocía de nada. Al parecer, se trataba de un hombre alto y fuerte, que debía de ganar más dinero que nadie en el pueblo. Por lo que iban diciendo, supe que trabajaba de mozo de carga allá en la ciudad. Una de las mujeres se enderezó y se masajeó la espalda con los puños.