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– ¡Fengxia quiere un hombre! -decían esos jóvenes a voces, riéndose.

Esos comentarios a la ligera los aguanté bien, pero al cabo de un rato, empecé a oír groserías.

– Fengxia le ha echado el ojo a tu cama -dijo uno a la novia.

Al ir Fengxia a su lado, la novia había dejado de sonreír: la despreciaba.

– ¡Sí que te han salido bien las cuentas, puñetero! -dijo otro al novio-. ¡De una boda, dos mujeres! ¡Debajo te pones una, y encima la otra!

El novio se echó a reír, y la novia ya no aguantó más. Sin importarle saber que cuando una mujer se casa tiene que ser mínimamente tímida, se puso chula y le gritó al novio:

– ¡De qué coño te ríes!

No pude soportar más lo que estaba pasando, así que me subí al sendero y les solté:

– ¿Cómo podéis portaros así? ¡Si queréis meteros con alguien, no os metáis con Fengxia, meteos conmigo!

Agarré a mi hija por el brazo y me la llevé a casa. Fengxia era lista. Al ver la cara que llevaba yo, se dio cuenta de que allí había pasado algo, así que bajó la cabeza y me siguió sin rechistar, pero al llegar a casa estaba llorando.

Luego estuvimos hablando Jiazhen y yo de que teníamos que buscar un marido para Fengxia como fuera. Nosotros moriríamos antes que ella, y ella se encargaría de enterrarnos. Pero si las cosas seguían así, cuando muriera ella, no tendría ni quien la enterrara. Y ¿quién iba a querer casarse con ella?

Jiazhen dijo que pidiéramos ayuda al jefe de equipo, él conocía a mucha gente de fuera, que se informara, quién sabe, igual resultaba que había alguien que quisiera a nuestra Fengxia. Así que fui a hablar con el jefe de equipo.

– Pues tienes razón -dijo después de escucharme-, Fengxia debería casarse. Lo malo es que no es fácil encontrar a alguien que valga.

– Aunque sea un manco o un cojo. Mientras quiera casarse con Fengxia, nosotros se la damos.

Enseguida lamenté lo que había dicho. Fengxia no era inferior a las demás en nada, lo único es que no hablaba. Cuando volví a casa y se lo conté a Jiazhen, ella también lo lamentó. Estuvo un buen rato sentada en la cama, sin hablar.

– Tal como están las cosas -dijo al final con un suspiro-, no queda otra solución.

Al cabo de no mucho tiempo, el jefe de equipo encontró un hombre para Fengxia. Ese día estaba yo abonando el huerto.

– Fugui -dijo el jefe de equipo acercándose-, he encontrado marido para Fengxia. Es de la capital del distrito, es mozo de carga, y gana mucho dinero.

Las condiciones me parecieron demasiado buenas para ser verdad. Pensé que el jefe de equipo me estaba tomando el pelo.

– Jefe -le dije-, no bromee con esto.

– No es broma -dijo-, se llama Wan Erxi. Es cabiztuerto, lleva la cabeza apoyada en el hombro y no hay manera de que la levante.

A oír eso, ya me lo creí.

– Dígale cuanto antes que venga a ver a Fengxia -le dije enseguida.

En cuanto se fue, tiré al suelo el cacillo de abonar y corrí al chamizo.

– ¡Jiazhen! -gritaba antes de llegar-, ¡Jiazhen!

Estaba sentada en la cama y creyó que había pasado algo malo, así que, cuando entré, me miró con ansiedad.

– ¡Ya tenemos hombre para Fengxia! -le dije.

Jiazhen suspiró aliviada.

– ¡Qué susto me has dado! -dijo.

– ¡No es cojo ni manco, y es de la ciudad!

Y al decirlo me eché a llorar a lágrima viva. A Jiazhen, que al principio sonreía, al verme llorar, se le sallaron las lágrimas. Después de un rato de alegría, preguntó:

– Siendo de tan buena condición, ¿querrá a Fengxia?

– Ese hombre es cabiztuerto -le dije.

Entonces Jiazhen se quedó más tranquila. Esa noche, Jiazhen me pidió que sacara vestidos de años atrás, y con ellos hizo ropa para Fengxia.

– Fengxia tendrá que arreglarse un poco, que el hombre vendrá a ver a su futura esposa.

No pasaron ni tres días cuando vino Wan Erxi. Era realmente cabiztuerto. Al verme, levantó el hombro izquierdo y luego repitió el gesto para saludar a Fengxia y a Jiazhen. Nada más ver el aspecto que tenía, Fengxia sonrió de oreja a oreja.

Wan Erxi llevaba un traje Sun Yat-sen impecable. De no ser porque llevaba la cabeza ladeada sobre el hombro, tendría auténtica pinta de cargo oficial de la ciudad. Traía una botella de aguardiente y un trozo de tela estampada, y entró acompañado por el jefe de equipo. Jiazhen estaba sentada en la cama, muy bien peinada, con la ropa algo raída pero muy limpia. Yo le había puesto al pie de la cama un par de zapatos nuevos de tela. Fengxia llevaba un vestido rosa y estaba sentada, cabizbaja, junto a su madre. Jiazhen miraba risueña a su futuro yerno, muy ilusionada.

Wan Erxi dejó el aguardiente y la tela encima de la mesa, y dio una vuelta por la sala, levantando el hombro. Estaba examinando nuestra casa.

– Jefe de equipo, Erxi, siéntense -les dije.

Erxi murmuró un «hum» y se sentó en un taburete. El jefe de equipo agitó las manos.

– Yo no me quedo. Erxi, ésta es Fengxia, éstos son su padre y su madre.

Fengxia tenía las manos sobre las rodillas. Al ver que el jefe de equipo la señalaba, le sonrió. Cuando el jefe de equipo señaló a Jiazhen, Fengxia se volvió hacia ella y le sonrió.

– Jefe de equipo -dijo-, siéntese, por favor.

– No, gracias -dijo-, tengo cosas que hacer. Hablad vosotros.

El jefe de equipo dio media vuelta para irse, no hubo manera de retenerlo, así que lo acompañé afuera y volví a casa.

– Vaya gasto ha hecho, pero llevo años sin beber -dije a Erxi señalando el aguardiente que estaba encima de la mesa.

Erxi contestó con un «hum», sin decir nada, y siguió mirando y remirando la sala con el hombro levantado. Hasta me puso nervioso.

– Somos un poco pobres -dijo Jiazhen sonriendo.

Erxi soltó otro «hum» y miró a Jiazhen con el hombro levantado.

– Menos mal que aún tenemos una oveja y dos gallinas -siguió explicando Jiazhen-. Fugui y yo pensamos venderlas para el ajuar, cuando Fengxia se case.

Erxi volvió a soltar un «hum». Yo no tenía ni idea de qué estaría pensando. Al cabo de un rato, se levantó diciendo que se iba. Pensé que el asunto había fracasado. Ni siquiera había prestado mucha atención a Fengxia, sólo había estado examinando nuestra casa destartalada. Miré a Jiazhen, y ella se esforzó en sonreír.

– No tengo fuerza en las piernas -le dijo-, no puedo levantarme.

Erxi asintió y salió.

– No se lleva los regalos de compromiso? -le pregunté.

Él dijo «hum», levantó el hombro y miró el techo de paja. Luego saludó con la cabeza y se fue.

Volví a entrar y me senté en el taburete. Pensé en todo eso y me subió cierto cabreo.

– Resulta que no puede ni levantar la cabeza -dije-, y ¡hay que ver lo tiquismiquis que es!

– No se lo podemos reprochar -dijo Jiazhen con un suspiro.

Fengxia era lista. Al ver nuestras caras, se dio cuenta de que no había gustado al hombre. Se levantó y se fue al cuarto del fondo a cambiarse y ponerse la ropa vieja. Luego se puso la azada al hombro y fue a trabajar al campo.

– ¿Qué? -me preguntó el jefe de equipo esa noche-. ¿Cómo ha ido la cosa?

– Demasiado pobres -dije moviendo la cabeza-, somos demasiado pobres.

A la mañana siguiente, estaba yo arando cuando alguien me llamó.

– Fugui, mira quién viene por el camino, parece el cabiztuerto que ha pedido la mano de tu hija.

Levanté la cabeza y vi a cinco o seis hombres que venían con mucha pompa, tirando de un carretón. El único que no se daba aires era el que iba delante. Con la cabeza ladeada, andaba a toda velocidad. Nada más verlo de lejos supe que era Erxi, y me sorprendí.