— Puede ser; pero también puede ser que se crean capaces de hacerlo mejor. Lo único que sabemos es que, sea una reliquia de la Tierra o un modelo posterior proveniente de alguna de las colonias, sólo puede ser un robot.
En eso todos estaban de acuerdo. El vuelo interestelar tripulado era peligroso, extraordinariamente costoso y además, aunque teóricamente factible, no tenía sentido. Los robots eran muchísimo más baratos e igualmente eficientes.
— Bueno, pero la pregunta es, ¿qué haremos? — dijo uno de los aldeanos.
— Tal vez no sea problema nuestro — replicó la alcaldesa —. Todos dan por sentado que se dirigirá al punto del Primer Descenso, pero ¿por qué tiene que ser así? Isla Norte parece un lugar más probable...
La alcaldesa se equivocaba con frecuencia, pero nunca como en esta ocasión. Esta vez, el ruido sobre Tarna no fue un trueno que bajaba de la ionosfera sino el silbido agudo de un avión al volar muy bajo. Todos se precipitaron hacia la salida; los primeros llegaron justo a tiempo para ver un avión de retropropulsión cuyas alas tapaban momentáneamente las estrellas y cuya trompa apuntaba directamente hacia el sitio venerado, el último punto de contacto con la Tierra.
La alcaldesa Waldron informó brevemente a la Central y se unió a los aldeanos que se arremolinaban frente a la salida.
— Adelántate, Brant. Vete en la cometa.
El ingeniero jefe de mantenimiento de Tarna pestañeó; era la primera vez que recibía una orden directa de la alcaldesa. Parecía levemente desconcertado.
— Un coco cayó sobre el ala hace un par de días y la desgarró. No tuve tiempo de repararla. Además, no está equipada para vuelos nocturnos.
La alcaldesa lo miró con sorna:
— Espero que mi auto funcione — dijo.
— Por supuesto — dijo Brant, ofendido —. Tiene el tanque lleno.
El auto de la alcaldesa se utilizaba muy poco; un caminante podía atravesar Tarna de punta a punta en veinte minutos, y el trasporte local de alimentos y maquinaria se efectuaba en triciclos. En sus setenta años de servicio oficial tenía menos de cien mil kilómetros recorridos; de no mediar algún accidente, le quedaba un siglo de vida, por lo menos.
Los habitantes de Thalassa habían probado la mayoría de los vicios, pero el desgaste planificado y el consumismo desenfrenado no se contaban entre ellos. Cuando el vehículo inició su viaje histórico, nadie hubiera dicho que era más viejo que cualquiera de sus pasajeros.
4 — Señal de alarma
Nadie escuchó los primeros tañidos de la campana fúnebre de la Tierra: ni siquiera los científicos que efectuaron el descubrimiento fatal en lo más profundo de una mina de oro abandonada del Estado de Colorado.
Fue un experimento audaz, que hubiera sido inconcebible antes de mediados del Siglo XX. Los científicos habían comprendido que el descubrimiento del neutrino les abría una nueva ventana al universo. Una partícula tan penetrante, capaz de atravesar un planeta con la misma facilidad con la cual un rayo de luz atraviesa el vidrio, les permitiría visualizar el centro de cualquier sol.
Sobre todo el de «el» Sol. Los astrónomos conocían las reacciones que alimentaban el horno solar, fuente original de la vida terrestre. En el núcleo del Sol, el hidrógeno, sometido a tremendas presiones y temperaturas altísimas, se fundía para formar helio, en una serie de reacciones que liberaban enormes cantidades de energía. Y, como subproducto lateral de las mismas, los neutrinos.
Esos neutrinos solares, para los cuales los millones de millones de toneladas de materia solar representaban un obstáculo tan grande como un jirón de humo, se lanzaban hacia la superficie a la velocidad de la luz. Dos segundos más tarde salían a recorrer el universo en todas las direcciones. La mayoría podría seguir su camino hasta la consumación de los siglos sin ser capturado por ninguna estrella o planeta que se cruzara en su camino, puesto que la materia «sólida» no era para ellos sino un fantasma incorpóreo.
Ocho minutos después de abandonar el Sol, una minúscula fracción de la lluvia solar llegaba a la Tierra, y una fracción aún más minúscula era interceptada por los científicos en Colorado. El equipo se encontraba enterrado a más de un kilómetro bajo tierra, a fin de filtrar las radiaciones menos penetrantes y atrapar únicamente a los auténticos mensajeros del centro del Sol. El conteo de los mismos les permitiría estudiar detalladamente las condiciones reinantes en un lugar que, como cualquier filósofo podría demostrar, se encontraba fuera del alcance de la mente y los sentidos humanos.
El experimento fue un éxito: pudieron detectar los neutrinos solares. Sin embargo... eran demasiado escasos. El complejísimo instrumental había detectado un número tres o cuatro veces menor al que indicaba la teoría.
Evidentemente, algo andaba mal, y el Caso de los Neutrinos Ausentes se convirtió en el gran escándalo científico de la década de 1970. Se verificó el instrumental una y otra vez, se examinaron las teorías, se repitió el experimento decenas de veces: en todos los casos se obtuvieron los mismos resultados desconcertantes.
Hacia fines del siglo veinte los astrofísicos se vieron obligados a admitir una inquietante conclusión, aunque en ese momento nadie la desarrolló hasta sus últimas implicaciones.
La teoría estaba bien, lo mismo que el instrumental. El problema estaba en el Sol.
La Unión Astronómica Internacional realizó la primera reunión secreta de su historia en el año 2008, en Aspen, Colorado, cerca de la sede del primer experimento, que a esa altura había sido reproducido por científicos de varios países. Una semana más tarde, el Boletín Especial de la UAI No.55/08 llegó a las manos de todos los gobiernos de la Tierra. Llevaba un título deliberadamente ambiguo. «Notas acerca de ciertas reacciones solares» cualquiera hubiera dicho que el anuncio del Fin del Mundo provocaría cierto pánico. En realidad, la primera reacción fue de silencio estupefacto... seguido de un encogimiento general de hombros y la reanudación de la vida cotidiana normal.
Pocos gobiernos eran capaces de ver más allá de la siguiente elección, pocos individuos mas allá del nacimiento de sus nietos. Además tal vez los astrónomos se habían equivocado...
Por otra parte, si era cierto que la humanidad estaba condenada a muerte, la ejecución de la sentencia se realizaría en un futuro indeterminado. El Sol tardaría por lo menos mil años en explotar ¿quién lloraría la suerte de los seres humanos de cuarenta generaciones más tarde?
5 — Paseo nocturno
Ninguna de las dos lunas había salido, cuando el auto tomó la arteria central de Tarna, con Brant, la alcaldesa Waldron, el concejal Simmons y dos aldeanos prominentes. Brant conducía el auto con la serena habilidad de siempre. Todavía se sentía molesto por el comentario, y el hecho de que la alcaldesa hubiera apoyado un brazo regordete sobre sus hombros desnudos, como al descuido, no mejoraba las cosas.
Pero a los pocos minutos la serena belleza de la noche y el efecto hipnótico de las palmeras al pasar ante los haces de luz de los faros le devolvieron su buen humor. Además, ¿qué importancia tenían las susceptibilidades en semejante momento histórico?
Tardarían diez minutos en llegar al lugar del Primer Descenso, donde se había iniciado su historia. ¿Qué los aguardaría allá? Lo único que se sabía con certeza era que el visitante había apuntado directamente hacia el radiofaro de la antigua nave de inseminación. que aún funcionaba. Puesto que sabía dónde buscarlo, sólo podía provenir de alguna colonia humana del mismo sector del espacio.