En efecto. Una vez más pudo maravillarse de los métodos tortuosos de la mente subconsciente.
Era el mensaje 021: «Los thalassianos no tienen problemas serios».
Acababa de comprender el significado de Kilimanjaro.
39 — El leopardo en la nieve
Perdóname, Evelyn, ha pasado mucho tiempo desde que hablé contigo por última vez. ¿Significa que tu recuerdo se desvanece en mi mente a medida que el futuro absorbe mi energía y atención?
Eso creo, y debería alegrarme. Solías decir que el exceso de nostalgia es una enfermedad. Es cierto, pero mi corazón se niega aceptar esa triste verdad.
Las últimas semanas han sido muy agitadas. La nave ha contraído lo que yo llamo, el «síndrome de Motín a bordo». Deberíamos haberlo previsto, y en realidad hablábamos de ello, pero sólo en broma. Ahora se ha vuelto realidad, aunque el asunto no es demasiado serio. Al menos, eso espero.
Algunos tripulantes quieren quedarse en Thalassa — lo cual es perfectamente comprensible — y lo han dicho con franqueza. Otros quieren que la misión termine aquí y olvidemos a Sagan 2. No conocemos la fuerza numérica de esta fracción, porque no ha salido del anonimato.
Cuarenta y ocho horas después de la asamblea se realizó la votación. Fue, desde luego, secreta, pero no sé hasta qué punto podemos fiarnos de los resultados. Ciento cincuenta y un votos a favor de seguir adelante; 6 a favor de terminar la misión aquí; 4 indecisos.
El capitán Bey se declaró satisfecho. Piensa que la situación está controlada, pero va a tomar algunas disposiciones. Comprende que a medida que se prolonga la estadía, aumentan las presiones a favor de permanecer aquí. No le importa que haya algunos desertores: «Si quieren abandonar la nave, yo no quiero retenerlos», dice. Pero le preocupa la posibilidad de que cunda la desmoralización.
Ha acelerado la construcción del escudo. Ahora que el sistema es totalmente automático y marcha sobre rieles, alzaremos dos copos por día en lugar de uno. Todavía no se ha anunciado la medida; espero que no habrá protestas de parte de los neothalassianos ni de nadie.
Quiero hablarte de otro asunto. Tal vez no tenga importancia, pero me resulta fascinante. ¿Recuerdas que solíamos leer en voz alta cuando nos conocimos? Era una forma maravillosa de aprender cómo vivía y pensaba la gente miles de años atrás, antes de que existieran las grabaciones sensoriales y el video.
Bien, aunque yo no lo recordaba conscientemente, una vez me leíste un cuento acerca de una gran montaña africana que tenía un nombre extraño, Kilimanjaro. Consulté el archivo de la nave, ahora comprendo por qué recordé ese nombre.
Resulta que cerca del pico de la montaña, en la zona de las nieves eternas, había una caverna. Y en esa caverna hallaron el cuerpo congelado de un gran felino depredador, un leopardo. Todo un misterio: nadie jamás supo explicar por qué se hallaba el leopardo ahí, tan lejos de su hábitat natural.
Tú sabes, Evelyn, que siempre me he sentido orgulloso de mi poder de intuición. Algunos me tachaban de vanidoso. Creo que de eso se trata.
En varias ocasiones se ha descubierto la presencia de una enorme y poderosa criatura marina, muy lejos de su habitat natural. Hace poco atraparon un ejemplar; es una especie de enorme crustáceo, como los escorpiones marinos que hubo antiguamente en la Tierra.
No sabemos si son inteligentes, aunque tal vez ese problema no tenga sentido en este caso. Pero poseen una elevada organización social y una tecnología primitiva... bueno, quizá sea exagerado hablar de tecnología. Por lo que hemos descubierto hasta el momento, no son más hábiles que las abejas, hormigas o comejenes, pero operan en una escala incomparablemente mayor.
Lo más importante es que han descubierto el metal. Hasta el momento sólo lo usan como adorno, y no saben producirlo, sólo robarlo a los thalassianos. Lo han hecho en varias ocasiones.
Hace poco un escorpio se introdujo en la planta de producción de hielo a través de una canaleta. En un primer momento se pensó que buscaba alimento. Pero el alimento no escasea en su habitat, a más de cincuenta kilómetros de distancia.
Quiero saber por qué el escorpio se alejó de su hogar; intuyo que la respuesta será de gran importancia para los thalassianos.
Espero descubrirla antes de iniciar el largo sueño hacía Sagan 2.
40 — Desavenencias
Al entrar en la oficina del presidente Farradine, el capitán Bey se dio cuenta de que algo andaba mal.
Por lo general, Edgar Farradine lo trataba por su nombre y servía vino. En esta ocasión omitió el «Sirdar» y la bebida, pero por lo menos le ofreció un asiento.
— Acabo de recibir una noticia inquietante, capitán Bey. Si no se opone, quiero que el Primer Ministro asista a esta reunión.
Era la primera vez que el Presidente iba derecho al grano — cualquiera que fuese — y también la primera vez que invitaba al Primer Ministro.
— En ese caso, señor Presidente, yo quisiera que el embajador Kaldor también estuviese presente.
El Presidente vaciló un instante antes de murmurar «por supuesto». El capitán advirtió su fugaz sonrisa en reconocimiento a esta sutileza diplomática: los visitantes se encontrarían en inferioridad de rango, pero no numérica.
El capitán Bey sabía perfectamente que el primer ministro Bergman era el verdadero poder detrás del trono. Detrás del primer ministro estaba el Consejo de Ministros y detrás de éste La Constitución Jefferson Mark 3. El sistema funcionaba a la perfección desde hacía algunos siglos; el capitán Bey tenía la premonición de que estaba por sufrir una brusca perturbación.
Kaldor pudo liberarse de la señora Farradine, quien en ese momento lo empleaba como cobayo para sus ideas sobre el nuevo decorado de la Mansión Presidencial. El Primer Ministro llegó poco después; su expresión era inescrutable, como siempre.
Una vez sentados, el Presidente cruzó los brazos sobre el pecho, se recostó en su lujoso sillón giratorio y echó una mirada torva a sus huéspedes.
— Capitán Bey, doctor Kaldor, han llegado a nuestros oídos ciertas noticias sumamente inquietantes. Queremos saber qué hay de cierto. en el rumor de que ustedes piensan poner fin a su misión aquí en Thalassa en lugar de Sagan 2.
El capitán Bey experimentó una inmediata sensación de alivio, seguido de un profundo malestar. Se había producido una grave falla de seguridad; esperaba que nadie en Thalassa se enterara del petitorio y la asamblea... pero era mucho pedir.
— Señor Presidente, señor Primer Ministro, puedo asegurarles que semejante rumor no tiene el menor fundamento. ¿Por qué habríamos de alzar seiscientas toneladas diarias de hielo para reconstruir el escudo? Si pensáramos quedarnos eso no tendría sentido.
— Salvo que quisieran mantenerlo en secreto. En ese caso, la suspensión de la operación nos pondría sobre alerta.
La réplica tomó al capitán por sorpresa: había subestimado a ese pueblo despreocupado. Claro que, con sus computadoras, podían analizar todas las alternativas lógicas.
— Desde luego. Pero quiero darles una noticia confidenciaclass="underline" vamos a acelerar la operación a fin de completar el escudo en un plazo menor. No sólo no pensamos quedarnos, sino que queremos partir antes de lo pensado. Hubiera deseado comunicarles esta noticia en otras circunstancias.
El Primer Ministro no pudo reprimir un gesto de sorpresa; el Presidente ni siquiera lo intentó. Pero el capitán Bey volvió al ataque antes de que pudieran recuperarse:
«Señor Presidente, creo que es justo pedirle que fundamente su... acusación. Caso contrario no podemos refutarla.»
El Presidente miró al Primer Ministro. El Primer Ministro miró a los visitantes:
— Me temo que es imposible. No podemos revelar las fuentes de información.