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Fue así como Joel Tobias captó la atención de Jimmy. Tenía un camión, una furgoneta, una casa, pero no realizaba la clase de viajes que le permitirían conservar todo eso durante mucho tiempo. Las cuentas no cuadraban, y Jimmy había empezado a hacer discretas indagaciones, porque si Tobias entraba droga de contrabando, esa droga procedía de algún sitio y acababa en algún otro, después de cruzar la frontera, y tanto para lo uno como para lo otro el número de opciones era limitado. El alcohol era poco manejable, y no reportaba pasta suficiente para compensar el riesgo, y por lo que Jimmy sabía, Tobias empleaba los pasos fronterizos controlados, lo que significaba que se veía sometido a registros habituales, y a menos que le proporcionasen documentación de muy alto nivel, su trayectoria como contrabandista de alcohol sería breve. Otra posibilidad era el dinero en efectivo, pero, una vez más, las grandes sumas de dólares tenían que salir de algún sitio, y en esa especialidad concreta Jimmy había acaparado el mercado. En todo caso, el movimiento físico real de dinero era también una parte muy pequeña de sus actividades, ya que existían maneras más fáciles de transportar dinero de un sitio a otro que en el maletero de un coche o la cabina de un camión. Por tanto, Jimmy sentía mucha curiosidad acerca de Joel Tobias, razón por la cual decidió planteárselo directamente a él un día que bebía solo en el Three Dollar Dewey's después de una entrega legal a un almacén sito en Commercial. Eran las cuatro de la tarde, así que en el Dewey's la hora punta no había empezado aún. Jimmy y Earle se colocaron junto a Tobias ante la barra, uno a cada lado, y le preguntaron si podían invitarlo a una copa.

– Ya estoy servido -contestó él, y siguió leyendo su revista.

– Sólo pretendíamos ser amables -dijo Jimmy.

A modo de respuesta, Tobias lanzó una mirada a Earle.

– ¿Ah, sí? Tu amigo lleva la palabra «amable» escrita en la cara.

Earle tenía la palabra «amable» escrita en la cara en igual medida que una rata pestífera lleva el rótulo «Abrázame» estampado en el pelo.

Tobias no parecía alterado ni asustado. Era corpulento, no tanto como Earle pero con mejor tono muscular. Jimmy sabía, por sus indagaciones, que Tobias era ex militar: había servido en Iraq. Tenía la mano izquierda como si se la hubiesen masticado y le faltaban dos dedos, el meñique y su compañero más cercano, pero estaba en buena forma, de donde se desprendía que había conservado los hábitos adquiridos en el ejército. Además, por lo que Jimmy pudo comprobar, permanecía en contacto con sus viejos camaradas, cosa que le inquietaba un poco. Fuera cual fuese el tejemaneje que se llevaba entre manos Tobias, no estaba solo. Los soldados, antiguos o en activo, implicaban armas, y a Jimmy no le gustaban las armas.

– Es un gatito -dijo Jimmy-. Soy yo quien debería preocuparte.

– Oye, estoy tomándome una cerveza y leyendo. ¿Por qué no coges a Igor aquí presente y os vais los dos a asustar a algún niño por ahí? Yo no tengo nada de qué hablar contigo.

– ¿Sabes quién soy? -preguntó Jimmy.

Tobias tomó un sorbo de cerveza, pero no lo miró.

– Sí, sé quién eres.

– Entonces sabes por qué estoy aquí.

– No necesito el trabajo. Las cosas me van bien.

– Mejor que bien, por lo que ha llegado a mis oídos. Tienes una virguería de camión. Cumples con tus pagos, y aún te queda para una cerveza al final de una dura jornada. Por lo que veo, te va de maravilla.

– Como tú mismo has dado a entender, trabajo mucho.

– Yo diría que necesitas treinta horas al día para sacar la cantidad de dinero que al parecer ganas en estos tiempos difíciles. Un transportista autónomo, en competencia con los peces gordos… Joder, no debes ni dormir.

Tobias permaneció callado. Se acabó la cerveza, dobló la revista y cogió casi todo el cambio de la barra, dejando un dólar de propina.

– Te conviene olvidarte de esto -dijo.

– Y a ti te conviene mostrar un poco de respeto -replicó Jimmy.

Tobias lo miró con un asomo de sonrisa.

– Ha sido un placer hablar contigo -dijo mientras se ponía en pie.

Earle hizo ademán de obligarlo a sentarse de nuevo, pero Tobias era demasiado rápido para él. Esquivó a Earle y le asestó un fuerte puntapié a un lado de la rodilla izquierda. A Earle le flojeó la pierna, y Tobias lo agarró del pelo mientras caía y le estampó la cabeza contra la barra. Earle, aturdido, se desplomó.

– Esto no te interesa -advirtió Tobias-. Ocúpate de tus asuntos y yo me ocuparé de los míos.

Jimmy asintió, pero no fue un gesto conciliador, sino sólo una indicación de que había visto confirmadas sus sospechas.

– Conduce con prudencia -aconsejó.

Tobias retrocedió. Earle, que se tocaba la rodilla pero había recobrado la compostura, parecía dispuesto a llevar las cosas más lejos cuando Jimmy apoyó una mano en su hombro para aplacarlo.

– Déjalo marchar -ordenó mientras veía alejarse a Tobias-. Esto es sólo el comienzo.

***

De nuevo en el Sailmaker, Earle fingía muy bien no oír nuestra conversación.

– Tobias le hirió el orgullo profesional -explicó Jimmy.

– Ya, claro, no sabes la pena que me da.

– Más te vale. Earle no olvida una ofensa.

Observé al grandullón mientras limpiaba la barra, pese a que no había clientes, y a que para limpiar el Sailmaker habría sido necesario rociar con ácido las superficies. En ese sentido, aquel local tenía mucho en común con el Blue Moon.

– No cumplió ni un solo día de condena por lo que le pasó a Sally Cleaver -dije-. Quizá con un par de años en el trullo ahora no sería tan susceptible.

– Por entonces era más joven -afirmó Jimmy-. Ahora actuaría de otra manera.

– Eso no le devolverá la vida a Sally.

– No. Eres un juez severo, Charlie. La gente tiene derecho a cambiar, a aprender de sus errores.

Tenía razón, y yo no estaba en situación de señalar a nadie con el dedo, aunque no me gustase admitirlo.

– ¿Por qué has dejado en pie ese edificio? -pregunté.

– ¿El Moon? Por sentimentalismo, tal vez. Fue mi primer bar. Una mierda de bar, sí, pero todos son una mierda. Yo conozco mis locales, y conozco a mis clientes.

– ¿Y?

– Es un recordatorio. Para mí, para Earle. Si lo demolemos, empezaremos a olvidar.

– ¿Sabes algo de Jandreau, el agente que murió allí?

– No, y ya contesté a todas las preguntas que me hizo la policía sobre eso. La última vez que me fijé, no llevabas placa, o no a menos que fuese una que decía «Capullo Preguntón».

– ¿Y Tobias?

– Según parece, optó por llevar una vida discreta después de nuestra charla. No viajó fuera del estado durante un mes. Ahora ha vuelto a empezar.