– ¿Ah, sí?
– Sí, lo sabes. ¿Por qué sigues a Joel Tobias?
– ¿Quién es Joel Tobias?
Se impuso de nuevo el silencio hasta que la voz volvió a romperlo, esta vez más cerca. El aliento le olía a menta.
– Lo sabemos todo de ti. Eres un personaje, corriendo de aquí para allá con tu pistola, mandando bajo tierra a los malos. No me entiendas maclass="underline" te admiro y admiro lo que has hecho. Estás en el bando correcto, y eso cuenta. He ahí la razón por la que aún respiras en lugar de estar en el fondo de la marisma con un agujero nuevo en la cabeza para que entre el agua. Te lo preguntaré otra vez: ¿por qué sigues a Joel Tobias? ¿Quién te ha contratado? ¿La factura corre a cuenta de Jimmy Jewel? Habla ahora o te morderás la lengua eternamente.
Me dolían los brazos y la cabeza. Algo afilado se me hincaba en la palma de la mano. Podría haberles dicho sin más que me había contratado Bennett Patchett porque creía que Joel Tobias maltrataba a su novia. Podría haberlo hecho, pero no lo hice. No fue sólo porque me preocupara la seguridad de Bennett; también había un punto de obstinación en ello. Aunque, claro está, a veces la obstinación y los principios son casi indiscernibles.
– Como ya he dicho, no conozco a ningún Joel Tobias.
– Desnudadlo -ordenó otra voz-. Desnudadlo y dadle por el culo.
– ¿Lo has oído? -preguntó la primera voz-. A algunos de mis compañeros no les interesan las sutilezas de la conversación tanto como a mí. Podría salir a fumar un pitillo y dejarlos que se divirtieran contigo. -La hoja de un cuchillo me recorrió las nalgas hasta llegar a la entrepierna. Incluso a través del pantalón sentí el cortante filo-. ¿Eso quieres? Serás un hombre distinto después, te lo aseguro. De hecho, serás una zorra.
– Os equivocáis -dije, imprimiendo a mi voz más valor del que sentía.
– Eres tonto, Parker. Vas a contarnos la verdad de aquí a un minuto, eso te lo garantizo.
Me tapó la nariz y la boca con el saco. Unas manos me cogieron por las piernas, y oí el ruido áspero de la cinta de embalar mientras la despegaban del rollo y me ceñían con ella las pantorrillas. Me ajustaron el saco en torno a la garganta. Luego me llevaron en volandas al otro extremo de la habitación. Me colocaron cara arriba y me levantaron las piernas por encima de la cabeza.
La voz habló de nuevo.
– Esto no va a gustarte -dijo-, y preferiría no tener que hacerlo, pero la necesidad me obliga.
Apenas podía inhalar a través del tejido, y sin embargo ya estaba hiperventilando. Intenté mantener la respiración bajo control, contando lentamente hasta diez. Iba por el tres cuando percibí el olor del agua fétida, y acto seguido me hundieron de cabeza bajo su superficie.
Intenté resistir el impulso de tomar aire, intenté contener la respiración por completo, pero alguien me buscó a tientas el plexo solar con un dedo y aplicó una presión continua sobre él. El agua me penetró en la nariz y la boca. Empecé a asfixiarme. Después empecé a ahogarme. No era sólo una sensación de ahogo: la cabeza se me llenaba de agua. Cuando inhalé, la arpillera se tensó contra mi cara y tragué aquel líquido. Cuando tosí para expulsarlo, más agua me inundó la garganta. Comencé a perder la noción de si inhalaba o exhalaba, de qué estaba arriba y qué abajo. Sabía que me faltaba poco para perder el conocimiento cuando me sacaron y me tendieron en el suelo. De un tirón, me destaparon la mitad inferior de la cara. Me volvieron de costado y me permitieron arrojar agua y flema.
– Hay mucha más en el sitio de donde ha salido ésa, Parker -dijo mi interrogador, porque eso era: mi interrogador y mi torturador-. ¿Quién te ha contratado? ¿Para qué has ido a ver a Jimmy Jewel?
– No trabajo para Jimmy Jewel -prorrumpí con voz entrecortada.
– ¿Y por qué has ido hoy a su local?
– Pasaba por allí. Oye, yo…
Volvieron a cubrirme la cara con el saco, y me levantaron y me hundieron, me levantaron y me hundieron, pero no hubo más preguntas, más oportunidades de acabar con la tortura, y pensé que iba a morir. Cuando me sumergieron por cuarta vez, habría contado cualquier cosa con tal de poner fin a aquello, cualquier cosa. Me pareció oír decir a alguien «Vas a matarlo», pero sin el menor nerviosismo. Era una simple observación.
Me sacaron del agua y me dejaron otra vez en el suelo, pero seguía sintiendo que me ahogaba. El tejido se me adhería a la nariz y la boca, y no podía respirar. Me sacudí en el suelo como un pez moribundo, intentando desprenderme el saco, indiferente a los arañazos en la cara contra el suelo a través de la arpillera. Por fin, gracias a Dios, me lo quitaron. Mi organismo, en previsión de la entrada de agua en lugar de aire, parecía haberse cerrado, así que tuve que obligarme a inhalar. Boca abajo, sentí la presión de unas manos en la espalda para forzarme a expulsar el líquido. Al salir, me abrasó la garganta y las fosas nasales, como si fuera ácido, no agua inmunda.
– Dios mío -exclamó la misma voz que poco antes había hecho un comentario sobre mi posible muerte-. Casi se ha tragado medio barril.
El primer hombre volvió a hablar.
– Por última vez, Parker, ¿quién te ha contratado para seguir a Joel Tobias?
– No más -dije, y aborrecí el tono suplicante de mí voz. Había sucumbido-. No más…
– No nos mientas. Ésta es tu última oportunidad: a la próxima, dejaremos que te ahogues.
– Bennett Patchett -dije. Me avergoncé de mi debilidad, pero no quería sentirme otra vez bajo el agua. No quería morir así. Volví a toser, pero en esta ocasión salió menos líquido.
– El padre de Damien -aclaró una tercera voz, una que no había oído hasta ese momento. Era más grave que las otras, la voz de un negro. Parecía cansado-. Se refiere al padre de Damien.
– ¿Por qué? -preguntó la primera voz-. ¿Por qué te ha contratado?
– La novia de Joel Tobias trabaja para él. Estaba preocupado por ella. Sospecha que quizá Tobías le pega.
– Mientes.
Percibí que aquel hombre tendía otra vez la mano hacia el saco y aparté la cabeza.
– No -dije-. Es la verdad. Bennett es un buen hombre. Sólo le preocupa la chica.
– Joder -exclamó el negro-. Todo esto porque Joel es incapaz de meter en cintura a su nena.
– ¡Callaos! ¿La chica le ha dicho algo a Patchett para llevarlo a pensar eso?
– No. Sólo son sospechas suyas.
– Pero hay algo más, ¿no? Habla. Ya hemos llegado hasta este punto. Casi hemos terminado.
No me quedaba dignidad.
– Quiere saber por qué murió su hijo.
– Damien se pegó un tiro. Saber el porqué no se lo devolverá.
– Eso a Bennett le cuesta aceptarlo. Ha perdido a su hijo, a su único hijo. Sufre.
Por un momento nadie dijo nada, y vi un primer rayo de esperanza: quizá saliese de allí con vida y Bennett no pagase las consecuencias de mi debilidad.
El interrogador se inclinó más hacia mí. Sentí el calor de su aliento en la mejilla y la siniestra intimidad que forma parte del pacto entre torturado y torturador.
– ¿Por qué seguiste a Tobias hasta el camión?
Dejé escapar un juramento. Si Tobias me había descubierto, significaba que yo estaba en peor forma de lo que me creía.
– A Patchett no le cae bien, y quería pruebas que presentar a la chica para ver si así ella lo abandonaba. Pensé que a lo mejor salía con otra a escondidas. Por eso lo seguí.
– ¿Y Jimmy Jewel?
– Tobias conduce un camión. Jimmy Jewel conoce el mundo de los camioneros.
– Jimmy Jewel conoce el mundo del contrabando.
– Me dijo que intentó fichar a Tobias, pero Tobias no picó. Es lo único que sé.
Se detuvo a reflexionar.
– Es casi verosímil -afirmó-. Un poco cogido por los pelos, pero verosímil. Estoy tentado de concederte el beneficio de la duda, sólo que me consta que eres un hombre inteligente. Eres curioso. Estoy casi seguro de que los hábitos sexuales de Joel Tobias no son la única faceta suya que has estado tentado de investigar.