Выбрать главу

– ¿Le preocupa algo? -dije, pese a antojárseme una pregunta superflua dirigida a un hombre con un arma en la mano.

– Me preocupan muchas cosas: caerme cuando voy al váter, cómo me las apañaré cuando llegue el invierno. Usted diga algo, lo que se le ocurra, y verá como para mí es una preocupación. Pero no me gusta la idea de ser una víctima fácil. Al menos por ese lado puedo hacer algo. Y ahora, señor Parker, ¿por qué no me dice a qué se debe su interés en mí?

– En usted, no -contesté-. En Joel Tobias.

– Imaginemos que le digo que no conozco a ningún Joel Tobias.

– Tendría que dar por supuesto que miente, ya que los dos sirvieron en Iraq, y él fue su sargento en Stryker C. Los dos asistieron al entierro de Damien y después usted se peleó con Tobias en el Sully's. ¿Sostiene aún que no conoce a ningún Joel Tobias?

Jandreau desvió la mirada. Vi que estudiaba las opciones, dudando si hablar conmigo o echarme sin más. Casi sentí la cólera reprimida que emanaba, oleadas de ira chocando contra mí, contra los muebles, contra las paredes manchadas, y la espuma que salpicaba su propio cuerpo mutilado. Cólera, dolor, pérdida. Sus dedos crearon retorcidas formas a partir de sí mismos, entrelazándose y desprendiéndose, formando construcciones que sólo él comprendía.

– Conozco a Joel Tobias, en efecto -dijo por fin-. Pero no somos amigos. Nunca lo hemos sido.

– ¿Y eso por qué?

– El padre de Joel era soldado, y Joel, por tanto, lo llevaba en la sangre. Le gustaba la disciplina, le gustaba ser el perro alfa. El ejército era una simple prolongación de su manera de ser.

– ¿Y usted?

Entornó los ojos.

– ¿Qué edad tiene?

– Cuarenta y tantos.

– ¿Alguna vez intentaron reclutarlo?

– Tanto como a cualquier otro. Vinieron a mi instituto, pero yo no piqué. En todo caso, por aquel entonces no era lo mismo. No estábamos en guerra.

– Ya, bueno, ahora sí lo estamos, y yo piqué. Me prometieron dinero, pagarme la universidad. Me prometieron el sol, la luna y las estrellas. -Sonrió con tristeza-. Lo del sol en parte era verdad. De eso vi mucho. Sol y polvo. He empezado a colaborar con Veteranos para la Paz. Me dedico al antirreclutamiento.

Yo ignoraba en qué consistía eso, así que se lo pregunté.

– A los reclutadores del ejército los preparan para contestar sólo las preguntas oportunas -explicó-. Si uno no plantea la pregunta oportuna, no recibe la respuesta oportuna. Si uno es un chico de diecisiete o dieciocho años con unas perspectivas de futuro pobres, se tragará todo lo que le diga un tío uniformado con mucha labia, sin atender a la letra pequeña. Nosotros le señalamos la letra pequeña.

– ¿Por ejemplo?

– Por ejemplo, que no garantizan el pago de la universidad, que el ejército no está en deuda con el soldado, que menos del diez por ciento de los reclutas reciben íntegramente las bonificaciones o retribuciones prometidas. Oiga, no me malinterprete. Es un honor servir a la patria, y muchos de esos chicos no tendrían una profesión a no ser por el ejército. Yo fui uno de ellos. Mi familia era pobre, y yo sigo siendo pobre, pero estoy orgulloso de haber servido. Habría preferido no acabar en una silla de ruedas, pero conocía los riesgos. Es sólo que pienso que los reclutadores deberían explicar a los chicos más claramente dónde se meten. Es una llamada a filas obligatoria en todo menos el nombre: está orientado a los pobres, a los que no tienen trabajo, ni perspectivas, los que no conocen nada mejor. ¿Cree que Rumsfeld no lo sabía cuando introdujo una disposición relativa al reclutamiento en la ley destinada a combatir el fracaso escolar, esa que se conoció por su lema: «Que ningún niño se quede atrás»? ¿Cree que impuso a los colegios públicos la obligación de suministrar a los militares toda la información de los alumnos porque así los chicos aprenderían a leer mejor? Hay cuotas que cumplir. De algún modo han de cubrirse las bajas en las filas.

– Pero si los reclutadores fuesen del todo sinceros, ¿quién se alistaría?

– Joder, yo mismo habría firmado igualmente en la línea de puntos. Habría hecho cualquier cosa con tal de alejarme de mi familia y de este lugar. Aquí lo único que tenía era un empleo con un sueldo mínimo y las cervezas de los viernes después del trabajo. Y a Mel. -En ese punto guardó silencio por un momento-. Supongo que aún tengo el empleo con un sueldo mínimo: cuatrocientos dólares al mes, pero al menos ahora incluye la asistencia sanitaria, y me embolsé la mayor parte de mi bonificación. -Hizo una mueca-. Muchas contradicciones, ¿no?

– ¿Por eso se peleó con Joel Tobias, por su colaboración con Veteranos para la Paz?

Jandreau desvió la mirada.

– No, no fue por eso. Intentó invitarme a una cerveza para aplacarme, pero yo no quise beber a su costa.

– Repito: ¿por qué?

Pero Jandreau eludió la pregunta. Como él mismo había dicho, era un hombre plagado de contradicciones. Quería hablar, pero sólo de lo que le interesaba. Parecía cortés, pero bajo ese barniz se percibía vehemencia. En ese momento entendí lo que había querido decir Ronald Straydeer al comentar que Jandreau era un hombre que parecía en pleno declive. Si no empleaba esa pistola con alguien, cabía la posibilidad de que la usara contra sí mismo, igual que sus compañeros.

– Por cierto, ¿a qué viene su interés por Joel Tobias? -preguntó.

– Me contrataron para averiguar por qué se suicidó Damien Patchett. Llegó a mis oídos lo del altercado después del funeral. Deseaba saber si existía alguna relación.

– ¿Entre una pelea en un bar y un suicidio? Es usted un mentiroso del carajo.

– Eso, o soy un pésimo detective.

Se produjo un silencio y, a continuación, Jandreau se rió por primera vez. La risa cesó, y a continuación esbozó una triste sonrisa.

– Al menos es sincero. Damien no debería haberse matado. No lo digo desde un punto de vista religioso, o moral, o porque se echase a perder una vida. Quiero decir que no era propio de él. Dejó su dolor en Iraq, o la mayor parte. No estaba traumatizado ni sufría.

– Hablé con una psiquiatra en Togus y dijo eso mismo.

– ¿Ah, sí? ¿Con quién?

– Carrie Saunders.

– ¿Saunders? ¡Qué gracia! Ésa hace más peguntas que el Trivial, pero no da ninguna respuesta.

– ¿La conoce?

– Me entrevistó como parte de su estudio. No me impresionó en absoluto. En cuanto a Damien, serví a su lado. Lo quería. Era buen chaval. Siempre lo vi así, como un chico. Era inteligente, pero no tenía malicia. Procuré cuidar de él, pero al final fue él quien cuidó de mí. Me salvó la vida. -Apretó el brazo de la silla-. El puto Joel Tobias… -musitó, y el susurro pareció un grito.

– Cuéntemelo -insté.

– Estoy enfadado con Tobias. Pero eso no significa que vaya a delatarlo, ni a él ni a nadie.

– Sé que está al frente de cierta operación. Se dedica al contrabando, y creo que quizá le prometiera a usted parte de los beneficios. A usted, y a hombres y mujeres como usted.

Jandreau se volvió y se dirigió hacia la ventana.

– ¿Quiénes son esos de ahí fuera? -preguntó.

– Amigos.

– Sus amigos no tienen una pinta muy amistosa que digamos.

– Pensé que necesitaba protección. Si pareciesen muy simpáticos, no cumplirían su cometido.

– ¿Protección? ¿Contra quién?

– Tal vez contra los mismos que le han dado a usted motivos para llevar esa pistola: sus antiguos compañeros, encabezados por Joel Tobias.

Seguía de espaldas a mí, pero veía su reflejo en el cristal.

– ¿Por qué habría de tenerle yo miedo a Joel Tobias?

Miedo: interesante elección. El hecho mismo de emplear esa palabra representaba una admisión en cierto modo.

– Porque le preocupa que ellos lo consideren un eslabón débil.

– ¿A mí? Soy un simple ciudadano de a pie. -Se echó a reír de nuevo, y fue un sonido horrendo.