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– Creo que a usted le preocupaba Damien Patchett. Estaba en deuda con él, y no quería que le pasara nada. Quizá Damien estaba metido hasta el cuello, o se negó a escucharlo, pero cuando murió, usted decidió tomar cartas en el asunto. O quizás usted no empezó a distinguir una pauta hasta lo de Brett Harlan y su mujer.

– No sé de qué me habla.

– Creo que habló con su primo. Llamó a Foster Jandreau, porque era policía, pero un policía en quien podía confiar, porque era de la familia. Probablemente usted le proporcionó algo de información, con la esperanza de que él averiguase el resto por su cuenta. Cuando su primo empezó a hacer indagaciones, lo mataron, y ahora piensa que vendrán a por usted, que sólo es cuestión de tiempo. ¿Van por ahí los tiros?

Se volvió hacia mí con un rápido giro. Tenía la pistola en la mano de nuevo.

– Eso usted no lo sabe. Usted no sabe nada.

– Bobby, hay que acabar con esto. No sé qué está pasando, pero ha empezado a morir gente, y eso no vale la pena ni por todo el dinero del mundo, a menos que haya puesto usted en venta su conciencia.

– ¡Salga de mi casa! -gritó-. ¡Salga!

Por la ventana, vi a Ángel y Louis echarse a correr al oír voces dentro de la casa. Si yo no encontraba la manera de distender el ambiente, la puerta de Bobby Jandreau terminaría en el suelo del recibidor, y quizás él tendría motivos para usar el arma, si era lo bastante rápido.

Me dirigí a la puerta y la abrí para que Ángel y Louis vieran que estaba bien, pero Bobby Jandreau eligió ese momento para impulsar su silla de ruedas hacia el recibidor con una sola mano. Por un instante me vi atrapado entre tres armas.

– ¡Tranquilos! ¡Todos! ¡Tranquilos! -Poco a poco me llevé los dedos al bolsillo de la chaqueta y saqué una tarjeta de visita. La dejé en la consola junto a la puerta.

– Usted estaba en deuda con Damien Patchett, Bobby -dije-. Él se ha ido, pero la deuda sigue vigente. Ahora la tiene con su padre. Piénselo.

– Piérdase -dijo, pero su ira se desvanecía ya, y sólo consiguió transmitir hastío. Le tembló la voz, una manera de reconocer que era él quien flotaba a la deriva hacia mares oscuros, desconocidos.

– Y otra cosa -añadí, aprovechando mi ventaja sobre un veterano lisiado-. Haga las paces con su novia. Creo que la ahuyentó porque temía lo que se avecinaba y no quería que le hiciesen daño a ella si venían a por usted. Mel aún lo quiere, y usted necesita a alguien como ella en su vida. Usted lo sabe, y ella lo sabe. Ahí tiene mi tarjeta por si necesita algún otro consejo.

Salí con Ángel y Louis guardándome aún las espaldas. Oí cerrarse la puerta, y ellos ya estaban a mi lado.

– A ver si lo entiendo -dijo Louis cuando llegamos a los coches-. Un hombre te saca una pistola, ¿y tú le ofreces terapia de pareja?

– Alguien tenía que hacerlo.

– Ya, pero ¿tú? La última vez que echaste un cohete el hombre no había llegado aún a la luna.

No le presté atención. Cuando me metí en el coche, vi a Bobby Jandreau en la ventana, mirándome.

– ¿Crees que entrará en razón? -preguntó Ángel.

– ¿En cuanto a su novia o en cuanto a Tobias?

– En cuanto a los dos.

– No le queda más remedio, en ambos casos. Si no, es hombre muerto. Sin ella, está muriéndose ya. Sencillamente aún no lo ha admitido. Tobias y los otros se limitarán a acabar lo que él ya ha empezado.

– ¡Guau! -exclamó Ángel-. ¿Crees que saldrá ese lema en alguna tarjeta postal? «Enmiéndate o muere.»

Nos marchamos, Ángel y Louis detrás de mí, pero sólo hasta la siguiente calle. Parecían desconcertados cuando paré y me encaminé hacia ellos.

– Quiero que os quedéis aquí dije.

– ¿Por qué? -preguntó Ángel.

– Porque van a venir a por Bobby Jandreau.

– Se te ve muy seguro de eso.

Me acerqué al Mustang y señalé el guardabarros trasero, donde seguía instalado el localizador GPS.

– Esto los traerá hasta aquí. Por eso vosotros os tenéis que quedar y yo me iré en vuestro coche.

– Si tu coche se queda aquí -observó Louis-, pensarán que Jandreau te está contando la Biblia en verso, e intentarán liquidaros a los dos.

– Sólo que no lo conseguirán -dije-, porque vosotros los mataréis en cuanto se echen sobre Jandreau.

– Y entonces Jandreau hablará.

– Ése es el plan.

– ¿Y tú adónde vas? -preguntó Ángel.

– A un sitio cerca de Rangeley.

– ¿Qué hay en Rangeley?

– Un motel.

– ¿Así que nosotros tenemos que acechar entre la maleza mientras tú te instalas en un motel?

– Algo así.

– Mira qué listo.

Intercambiamos los coches, pero no antes de que Louis y Ángel sacaran el resto de sus juguetes de un compartimento en el maletero. Como se vio, viajaban ligeros de equipaje para lo que era habitual en ellos: dos Glocks, un par de navajas, un par de pistolas ametralladoras semiautomáticas y unos cuantos cargadores de repuesto. Louis buscó una posición en el bosque desde donde se veía claramente la casa de Jandreau, y se acomodaron allí a esperar.

– ¿Quieres que les preguntemos algo antes de matarlos? -deseó saber Louis-. En el supuesto de que tengamos que matarlos.

Me acordé del barril de agua estancada en el Blue Moon, y de la sensación del saco contra la nariz y la boca.

– A menos que sea necesario, no los matéis, pero la verdad es que me da igual. En cuanto a las preguntas, lo dejo en vuestras manos.

– ¿Y nosotros qué vamos a preguntarles? -dijo Ángel.

Louis se detuvo a pensar.

– ¿Ojos abiertos o cerrados? -respondió.

***

Todo era movimiento. Las piezas estaban en el tablero, y esa noche la partida tocaría a su fin.

Desde la ventana de su dormitorio, Karen Emory vio marcharse a Joel Tobias. Se había despedido de ella expeditivamente y la había besado en la mejilla con los labios secos. Ella lo había estrechado con fuerza, pese a sentir que él se apartaba, y antes de dejarlo ir rozó con las yemas de los dedos el arma oculta en su espalda.

Tobias subió a la Silverado y partió hacia el norte, pero sólo llegó hasta Falmouth, donde estaban esperando los otros con la camioneta y dos motos. Vernon y Pritchard, los ex infantes de Marina, constituían el equipo principal de francotiradores. A su lado estaban Mallak y Bacci. Vernon y Pritchard eran igual de corpulentos, y pese a ser uno negro y el otro blanco, eran hermanos bajo la piel. Tobias no sentía mucho aprecio por ninguno de los dos, pero eso se debía tanto a la mutua aversión existente entre soldados e infantes de Marina, como a la aparente imposibilidad de que Vernon abriese la boca sin hacer una pregunta, y siempre con segundas.

– ¿Dónde están Twizell y Greenham? -preguntó Vernon, refiriéndose al segundo equipo de francotiradores.

– Se reunirán con nosotros más tarde -respondió Tobias-. Antes tienen que hacer otra cosa.

– Joder -dijo Vernon en respuesta-. Se diría que no tienes ganas de compartir detalles con la tropa.

– No -repuso Tobias, y sostuvo la mirada de Vernon hasta que el otro la apartó.

Mallak y Bacci, que habían servido en el pelotón de Tobias en Iraq, se miraron, pero no intervinieron. Sabían que no les convenía tomar partido en la permanente rivalidad entre Vernon y el sargento. Mallak había terminado el servicio con el rango de cabo, y nunca ponía en duda las órdenes, pese a que era consciente de que ahora existía una distancia cada vez mayor entre Tobias y él. En las últimas semanas Tobias actuaba de un modo cada vez más extraño, con un pragmatismo que rayaba en la crueldad. Fue Tobias quien propuso que liquidaran definitivamente a Parker, el detective, en lugar de limitarse a interrogarlo para averiguar qué sabía. Mallak se había mostrado a favor de la discreción, y después había asumido la responsabilidad de interrogar al detective. Él no se dedicaba a matar a ciudadanos estadounidenses en territorio nacional, ni en ninguna parte. Conseguir que Tobias echara marcha atrás respecto a Parker fue una pequeña victoria, nada más: Mallak había decidido simular que no sabía nada de la muerte de Foster Jandreau, ni de ninguna otra acción.