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– Karen. Karen Emory. Hija única del primer matrimonio de su madre, nació después de largarse el padre. Por eso lleva el apellido de la madre. Hija única de todos sus matrimonios, ahora que lo pienso. Lleva trabajando para mi cerca de un año. Como te he dicho, es buena chica. Tiene sus problemas, pero creo que saldrá del paso, siempre y cuando reciba la ayuda que necesita y tenga el sentido común de pedirla.

Bennett Patchett era un hombre poco común. Él y su mujer, Hazel, fallecida hacia un par de años, siempre habían visto a quienes trabajaban para ellos no como simples empleados, sino como miembros de una especie de amplia familia. Se encariñaban sobre todo con las mujeres que pasaban por la cafetería, algunas de las cuales se quedaban durante años, otras sólo unos meses. Bennett y Hazel poseían un sexto sentido para las chicas que se hallaban en apuros o necesitaban un poco de estabilidad en sus vidas. No se entrometían, no sermoneaban, pero sí escuchaban con atención cuando acudían a ellos y prestaban ayuda siempre que estaba en sus manos. Los Patchett tenían varías casas en la zona de Saco y Scarborough, que habían convertido en alojamientos económicos tanto para sus empleados como para los de un selecto grupo de sólidos establecimientos cuyos propietarios compartían una misma concepción de la vida. Los apartamentos no eran mixtos, de modo que se exigía a hombres y mujeres que vivieran con los de su propio sexo. Inevitablemente se producía algún que otro acercamiento entre ambos, pero menos de lo que cabría pensar. Por lo general, quienes aceptaban el lugar para alojarse ofrecido por los Patchett se sentían a gusto con el espacio -no sólo físico, sino también psicológico y emocional- que se les brindaba. Con el tiempo, casi todos acababan yéndose, unos con la vida rehecha y otros no, pero mientras trabajaban para los Patchett, estaban al cuidado tanto del matrimonio como de los otros empleados de mayor edad. La muerte de Sally Cleaver fue un duro golpe, pero, si acaso, los volvió más solícitos con sus empleados. Aunque a Bennett le afectó mucho el fallecimiento de su mujer, la pérdida no cambió ni un ápice su actitud respecto al personal. Además, ahora era lo único que le quedaba, y él veía a Sally Cleaver en el rostro de todas esas jóvenes, y tal vez ya había empezado a ver a Damien en los chicos.

– Karen se ha liado con un hombre, uno que no acaba de convencerme -explicó Bennett-. Vivía en una de las casas del personal, muy cerca, en Gorham Road. Damien y Karen se llevaban bien. Llegué a pensar que quizá Damien estaba enamorado de ella, pero ella sólo tenía ojos para ese amigo de él, un compañero de Iraq que se llama Joel Tobias. Era el jefe del pelotón de Damien. Después de la muerte de Damien, o puede que incluso antes, Karen y Tobias se emparejaron. Me han contado que Tobias está un poco afectado por algunas de las cosas que vio en Iraq. Vio morir a amigos suyos, y lo digo literalmente: se desangraron entre sus brazos. Por las noches se despierta gritando y sudando. Karen cree que puede ayudarlo.

– ¿Eso te lo ha contado ella misma?

– No, lo sé por otra camarera. Karen no me hablaría de una cosa así. Supongo que, más que nada, prefiere tratar esos asuntos con otras mujeres y sabe que a mí no me pareció bien que se fuera a vivir con Tobias tan poco tiempo después de conocerlo. Quizás estoy un poco chapado a la antigua, pero en mi opinión le convenía esperar. Y de hecho se lo dije. No llevaban juntos más de dos semanas en ese momento y…, en fin, le pregunté si no le parecía un poco precipitado; pero es joven y cree que sabe lo que hace, y no era mi intención entrometerme. Quería seguir trabajando para mí, y por ese lado no había inconveniente. En los últimos tiempos hemos andado un poco apurados, como todo el mundo, pero a mí no me hace falta sacarle a la cafetería más rendimiento que el dinero para pagar las facturas, y eso aún lo consigo holgadamente. No necesito más personal y podría decirse, supongo, que tampoco necesito a todos los empleados que tengo, pero ellos sí necesitan el trabajo, y para un viejo es bueno tener jóvenes a su alrededor.

Se terminó el café y, con cierta avidez, miró la cafetera al otro lado de la barra. Como por telepatía, Kyle alzó la vista mientras limpiaba la encimera y dijo:

– Coge esa cafetera si quieres más, si no habrá que tirarlo.

Bennett rodeó la barra y sirvió un poco más de café para los dos. Cuando acabó, se quedó de pie, contemplando por la cristalera el viejo edificio del Palacio de Justicia a la vez que pensaba en lo que se disponía a decir.

– Tobias es mayor que Karen: tiene unos treinta y cinco años. Es demasiado mayor y está demasiado jodido para una chica como ella. En Iraq lo hirieron; perdió algún dedo y le ha quedado mal la pierna izquierda. Ahora conduce un camión. Es transportista independiente, o así se presenta, pero por lo visto trabaja de una manera muy informal. Siempre tenía tiempo para salir con Damien, y siempre anda rondando a Karen, más de lo que debiera una persona que teóricamente se gana la vida en la carretera. Da la impresión de que no le preocupa el dinero.

Bennett abrió una tarrina de leche y la añadió al café. Siguió otro silencio. No me cupo duda de que había reflexionado mucho sobre lo que iba a decir; aun así, noté su cautela a la hora de expresarlo todo en voz alta.

– Verás, siento el mayor respeto por los militares. ¿Cómo no, si mi propio padre lo era? De no ser por los problemas en la vista, seguramente yo mismo habría ido a Vietnam, y puede que ahora no estuviésemos manteniendo esta conversación. Tal vez yo no estaría aquí, sino enterrado bajo una losa blanca, a saber dónde. En todo caso, sería un hombre distinto, quizá mejor.

»No sé quién tiene razón y quién no en esa guerra de Iraq. En mi opinión, es ir demasiado lejos cuando, de hecho, por lo que yo veo, no hay una buena causa y la pérdida de vidas es tan grande, pero a lo mejor cabezas más sabias que la mía tienen datos que yo desconozco. Sin embargo lo peor de todo es que no cuidan de los hombres y mujeres que vuelven a casa, no como deberían. Mi padre regresó de la segunda guerra mundial con heridas, aunque él no era consciente. Había sufrido daños por dentro debido a algunas de las cosas que vio e hizo, pero por aquel entonces esos daños no tenían el mismo nombre médico, o la gente sencillamente no entendía lo graves que podían ser. Cuando Joel Tobias vino a Downs, también vi daños en él, y no sólo en la mano y la pierna. Traía heridas internas, estaba desgarrado por la rabia. Yo olí esa rabia, la detecté en sus ojos. No necesitaba que nadie me lo explicara.

»No me malinterpretes: tiene tanto derecho a ser feliz como cualquiera, quizás incluso más por los sacrificios que ha hecho. El sufrimiento que sobrelleva, mental o físico, no lo priva de ese derecho, y podría ser que, en circunstancias normales, una chica como Karen le hiciera bien. También ella ha sufrido. No sé cómo, pero se nota, y eso la convierte en una persona sensible a otros como ella. Para un buen hombre eso podría tener un efecto curativo, siempre y cuando no se aprovechase. Pero dudo que Joel Tobias sea un buen hombre. En definitiva, a eso se reduce todo. Es malo para ella, y, además, es sencillamente una mala persona.

– ¿Cómo lo sabes? -pregunté.

– No lo sé -contestó, y percibí la frustración en su voz-. No lo sé con seguridad. Es un presentimiento visceral, y algo más que eso. Conduce su propio camión, que se ve tan nuevo como un bebé en los brazos de la comadrona. Tiene una Silverado enorme, también nueva. Vive en una casa bonita en Portland y tiene dinero. Lo despilfarra, más de lo que debería. Eso no me gusta.

Esperé. Debía medir mucho mis siguientes palabras. No quería dar la impresión de que ponía en tela de juicio las afirmaciones de Bennett, pero al mismo tiempo me constaba que tal vez protegiera demasiado a los jóvenes a su cargo. Aún intentaba compensar su incapacidad para salvar a Sally Cleaver, pese a que no había estado en sus manos evitar lo que le ocurrió, ni la culpa era suya.