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Hunter asintió con la cabeza.

– He intentado ser distinto. Mejor, en cierto modo.

Ty miró a su amigo. Entendía sus razones. Había luchado denodadamente por convertirse en un abogado notable, en un miembro de la comunidad, y lo había conseguido. Esa noche, llevaba vaqueros oscuros que parecían nuevos y recién planchados, y una camiseta de rugby. Su modo de vestir era un símbolo del hombre en que se había convertido.

– Puedes vestirte como un niño bien, pero en el fondo sigues siendo un chaval de la calle -bromeó Ty. Por eso habían seguido estando tan unidos con el paso de los años-. Bueno, ¿qué pasa? ¿A qué viene acordarse ahora del pasado?

– Pasan algunas cosas. Y no es sólo que necesite recordar, sino que necesito que tú también retrocedas en el tiempo.

– Recuerdo cuando mi madre te acogió -dijo Ty.

– Éramos tan distintos que pensé que me matarías mientras dormía -dijo Hunter, y su risa irónica interrumpió los pensamientos de Ty.

– Tienes suerte de que no lo hiciera -Ty sonrió. El recuerdo de la primera noche de Hunter en casa de los Benson todavía estaba fresco en su memoria.

– El chico de la casa en la que había estado antes me dio una patada en el culo porque su madre me dejó dormir en su cuarto. Tú te limitaste a tirarme una almohada y a advertirme que no roncara -le recordó Hunter.

– Roncaste de todos modos -Ty se echó a reír.

En apariencia, no podrían haber sido más distintos: Ty con su pelo largo, oscuro y revuelto y la tez olivácea de su madre; Hunter, con su pelo rubicundo y su piel pálida. Pero se habían hecho amigos. Se parecían lo suficiente como para forjar una alianza improbable, debido a que Ty, al igual que Hunter, no entregaba fácilmente su confianza.

¿Cómo iba a hacerlo cuando su padre había marcado la tónica de una juventud llena de promesas rotas? «Iré a verte al partido. Te recogeré después del entrenamiento». Si no se entretenía antes con las apuestas y el juego, pensó Ty amargamente. En la irresponsabilidad de su padre, se podía confiar. Pero, cosa irónica, el saber que no podía contar con él no había preparado a Ty para la patada final.

Hacía una semana que había cumplido nueve años cuando su padre prometió ir a recogerlo al entrenamiento de baloncesto. Ty no se había extrañado al verse solo en el aparcamiento en pleno invierno. No era la primera vez. Así que se había acurrucado contra una farola, convencido de que su padre acabaría apareciendo, cargado de excusas y disculpas. Cuando no apareció, Ty se arrastró por fin hasta el comercio más cercano y llamó a su madre, que fue inmediatamente a recogerlo. Juntos descubrieron que su padre se había largado para siempre.

Por primera vez en su vida, Joe Benson había dejado una nota. También había dejado a Ty paralizado y para siempre receloso de confianzas y promesas. Hasta que Hunter llegó a su casa y, poco después, Lilly.

Antes de permitirse tomar ese camino, se volvió hacia su amigo.

– Bueno, ¿qué te ha hecho recorrer la senda del recuerdo esta noche? -preguntó mientras servía el whisky en un vaso y se lo pasaba a Hunter.

Este sonrió amargamente.

– Tú también deberías servirte uno.

Ty levantó una ceja.

– ¿Por qué?

Hunter se inclinó hacia él y dijo en voz baja:

– Se trata de Lilly.

El solo hecho de oír mencionar su nombre hacía que una serie de emociones abrumadoras atravesara a Ty y que la cabeza le estallara. Ni Hunter ni él habían vuelto a tener noticias de Lilly desde la noche en que se marchó para no volver.

– ¿Qué ocurre? -preguntó, ansioso.

Hunter exhaló un largo suspiro antes de contestar.

– Dumont piensa hacer declarar a Lilly oficialmente muerta para reclamar su herencia.

Ty no esperó a asimilar la noticia para reaccionar. Dio un puñetazo encima de la barra.

– Hijo de puta.

El viejo resentimiento y la ira que había alimentado durante años para luego enterrarlo volvieron a brotar dentro de él. Gracias, quizás, a Dumont había conocido a Lilly, pero también gracias a él la había perdido para siempre. Nunca perdonaría a aquel sujeto por eso, ni por cómo había maltratado a Lilly durante los años anteriores a que ellos se conocieran.

A medida que iba asimilando la noticia, el pasado regresó y envolvió a Ty como si estuviera sucediendo en ese mismo instante. La sangre le martillaba en la cabeza, tenía los nervios a flor de piel. Primero había llegado Hunter a su casa y había roto de algún modo los muros que él había erigido tras la marcha de su padre. Más tarde llegó Lilly, y fue como si el pequeño hueco que Ty había hecho para Hunter hubiera debilitado sus defensas hasta hacerlas derrumbarse. Ty había pagado por ello durante muchos años de soledad, pero no podía lamentar el haber conocido a Lilly, ni el haberla querido.

Durante un tiempo, aunque hubiera sido breve, había aprendido a abrir su corazón. Había pasado de ser un solitario a ser un chico con un gran amigo y una novia; al menos, así pensaba en ella entonces, aunque en realidad nunca tuvieron tiempo de actuar conforme a los sentimientos que bullían bajo la superficie. Tal vez habían sido lo bastante sabios, pese a su juventud, para anteponer la amistad. Tal vez el tiempo no había estado de su lado. Ty nunca lo sabría. Porque poco después llegó una carta anunciando la intención del tío de Lilly, aquel maltratador, de recuperar su custodia, y los tres amigos pusieron su plan en acción.

– Cuesta creer que Dumont tenga huevos, después de todos estos años, ¿eh? -dijo Hunter.

Ty levantó la mirada hacia el cielo.

– Ojalá lo hubiéramos previsto.

Hunter puso los ojos en blanco.

– ¿Y lo dices tú, que insististe en que no volviéramos a hablar de esa noche?

– Cállate -masculló Ty. Odiaba que sus propias palabras volvieran para atormentarlo.

Pero su amigo tenía razón. Ty había pensado neciamente que, si no volvía a hablar de Lilly, podría quitársela de la cabeza. Había creído que sería capaz de olvidarla.

«Te lo juro». Sus palabras, dichas en voz baja, retornaron a él. La última vez que la había visto, ella había prometido que nunca lo olvidaría. Y, por más que lo había intentado, él tampoco había podido sacársela del recuerdo. Por doloroso que fuera pensar en lo que podría haber sido, se había acordado de Lilly a menudo. Todavía pensaba en ella.

Desde el instante en que la había visto ponerse la gorra de béisbol y alejarse, no había deseado otra cosa que irse con ella. Durante días, había luchado a brazo partido con la idea de seguirla. Pero se había quedado en casa porque su madre lo necesitaba. Ty sabía que Flo no podría soportar que su hijo se marchara tan pronto después de la desaparición de Lilly, y su madre no se merecía que le rompieran el corazón dos veces en tan poco tiempo. Tres, si Ty contaba el hecho de que también hubieran apartado a Hunter de ellos. Pero desde entonces no había pasado un solo día sin que echara en falta a Lilly.

Años después, había cedido a la tentación. Había hecho algunos contactos entre la policía de Nueva York y, con su ayuda, había indagado un poco acerca de Lacey Kincaid, el nombre que habían elegido para ella. A partir de ahí, había sido sorprendentemente fácil descubrir que estaba viva y se encontraba bien.

Ty no había ido más allá. No había contactado con ella. Evidentemente, Lilly había seguido adelante con su vida y él no se atrevía a turbarla con aquellos fantasmas. Él mismo había insistido en cortar por lo sano. Y, aunque había sido él quien se había empeñado, ella había seguido sus instrucciones. No se había puesto en contacto con él, ni tras cumplir veintiún años, cuando ya no tenía nada que temer de su tío, ni años después, siendo ya una mujer independiente y capaz de decidir por sí misma.