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Lauren se volvió otra vez. La respiración de Arthur era generosa y regular. Si las radiografías del cráneo no hubieran sido de tan mal augurio, se habría podido creer que dormía plácidamente.

– Parece que está bastante bien -dijo ella, arrellanándose en su sitio.

– ¡Ah, es un gran tipo! ¡Aunque a veces no deja de jorobarme de la mañana a la noche!

– ¡Yo me refería a su estado de salud! Viéndoles juntos, parecen una pareja muy antigua.

– Somos como hermanos -refunfuñó Paul.

– ¿No ha querido avisar a su novia? En fin, me refiero a la verdadera…

– ¡Está soltero, y sobre todo, no me pregunte por qué.

– ¿Por qué?

– Tiene un don para meterse en situaciones complicadas.

– ¿Por ejemplo?

Paul miró largamente a Lauren. Era cierto que la sonrisa de sus ojos era única.

– ¡Déjelo correr! -dijo él, sacudiendo la cabeza.

– Gire a la derecha, por ahí están haciendo obras -continuó Lauren-. ¿Por qué me ha hecho todas esas preguntas sobre el coma?

– Por saber.

– ¿A qué se dedica usted?

– Soy arquitecto.

– ¿Igual que él?

– ¿Cómo lo sabe?

– Me lo ha dicho esta tarde.

– Fundamos juntos nuestro estudio. Debe de tener usted muy buena memoria para acordarse del oficio de todos sus pacientes.

– La arquitectura es un bonito trabajo -dijo Lauren.

– Eso depende de los clientes.

– Para nosotros es un poco lo mismo -dijo ella, riéndose.

La ambulancia se estaba acercando al hospital. Paul hizo sonar la sirena un momento y se presentó ante la rampa reservada a los vehículos de emergencia. El agente de seguridad accionó la barrera.

– Adoro los tratos preferentes -se regocijó.

– Pare debajo de la marquesina, vuelva a darle a la bocina y los camilleros vendrán a buscar a su amigo.

– ¡Vaya lujo!

– No es más que un hospital.

Detuvo el furgón en el lugar designado por Lauren. Dos camilleros venían ya a su encuentro.

– Yo me voy con ellos -dijo Lauren-. Usted vaya a aparcar, nos encontraremos más tarde en la sala de espera.

– Gracias por todo lo que está haciendo -dijo Paul.

Ella abrió la puerta y descendió del vehículo.

– ¿Alguien cercano a usted ha estado en coma?

Paul la miró fijamente.

– ¡Realmente cercano! -contestó.

Lauren entró en Urgencias escoltando la camilla.

– La verdad es que tenéis una curiosa manera de frecuentaros, vosotros dos. ¡Estabais destinados a entenderos!-murmuró, mientras ella se alejaba por el vestíbulo.

Capítulo 10

Las ruedas de la camilla giraban tan deprisa que los cubos temblaban sobre su eje. Lauren y Betty se abrían paso por los pasillos abarrotados de Urgencias. Esquivaron un botiquín por los pelos, y el encuentro en una curva con un grupo de camilleros que venía de frente se reveló de lo más peligroso. En el techo, los neones se extendían en un trazo continuo de color lechoso. A lo lejos, el timbre del ascensor tintineó. Lauren gritó que la esperasen. Aceleró aún más el paso, mientras Betty la ayudaba lo mejor que podía a mantener la camilla en línea recta. Un interno de otorrinolaringología que estaba aguantando las puertas de la cabina las ayudó a colarse entre otras dos camas que subían a los quirófanos.

– ¡Escáner! -jadeó Lauren.

Una enfermera pulsó el botón de la quinta planta. La carrera retomó su velocidad de locura de pasillo en pasillo, donde las puertas batientes volteaban a su paso. La unidad de imagen médica por fin estaba a la vista. Casi sin aliento, Lauren y Betty hicieron acopio de sus últimas fuerzas.

– Soy la doctora Kline, he avisado de nuestra llegada al técnico de radiología, necesito una tomografía craneal ahora mismo.

– La estábamos esperando -contestó Lucie-, ¿tiene el historial del paciente?

El papeleo podía esperar; Lauren colocó la camilla en la sala de exploración y, desde su cabina de control aislada, el doctor Bern se inclinó sobre el micro.

– ¿Qué estamos buscando?

– Una posible hemorragia en el lóbulo occipital. Necesito una serie de imágenes para una punción intracraneal.

– ¿Piensa intervenir esta noche? -preguntó Bern, sorprendido.

– En menos de una hora, si logro reunir un equipo.

– ¿Está avisado Fernstein?

– Todavía no -murmuró Lauren.

– Pero supongo que tendrá su aprobación para estas tomografías de urgencia…

– Evidentemente -mintió Lauren.

Ayudada por Betty, instaló a Arthur sobre la mesa de exploración y le ajustó el soporte de la cabeza. Betty inyectó la solución yodada mientras el operador iniciaba los protocolos de captación desde su Terminal. Con un susurro apenas audible, la mesa avanzó hasta el centro del anillo. El estativo efectuó sus primeras rotaciones mientras la corona de detectores giraba alrededor de la cabeza de Arthur. Los rayos X que se captaban eran transmitidos a una cadena informática que recomponía la imagen de su cerebro en diferentes capas.

Las primeras imágenes aparecían ya en las dos pantallas del operador. Confirmaban el diagnóstico de Lauren y desmentían el de Brisson: Arthur debía ser operado inmediatamente. Había que suturar lo antes posible la disección de la vena dañada y reducir el hematoma en el interior de la cavidad craneal.

– En tu opinión, ¿qué posibilidades hay de recuperación? -le preguntó Lauren a su colega, hablando a través del micro de la sala del escáner.

– ¡Tú eres la interna de neurocirugía! Pero si quieres mi pronóstico, yo diría que, si intervenís en una hora, no hay nada perdido. No veo ninguna lesión importante, respira bien, los centros neurofuncionales parecen intactos… Puede salir indemne.

El radiólogo le hizo una seña a Lauren para que se reuniera con él en la cabina. Señaló con el dedo una zona del cerebro que aparecía en la pantalla.

– Me gustaría que mirases esta capa más de cerca -dijo-: me parece que aquí tenemos una pequeña y rara malformación, voy a completar los exámenes con una resonancia magnética. Enviaré las imágenes por el Dicom y las podrás recuperar directamente en el neuronavegador. Casi podrías dejar que el robot operase por ti.

– Gracias por todo.

– Era una noche tranquila, y tus visitas siempre me complacen.

Un cuarto de hora después, Lauren abandonaba el departamento de radiología, conduciendo a Arthur a la última planta del hospital. Betty la dejó delante de los ascensores: tenía que volver a Urgencias. Desde allí haría todo lo posible por reunir un equipo quirúrgico en el más breve plazo.

El quirófano estaba sumido en la oscuridad; en la pared, el reloj fluorescente marcaba las tres y cuarenta minutos.

Lauren trató de instalar a Arthur en la mesa de operaciones pero, sin ayuda, se reveló una maniobra compleja. Ya estaba harta de aquella vida, de aquellos horarios, de estar siempre a disposición de todo el mundo, mientras que nunca nadie estaba ahí para ella. El busca la llamó de nuevo y se precipitó hacia el auricular del teléfono de pared. Betty descolgó de inmediato.

– He conseguido a Norma, aunque le ha costado creerme. Ella se encarga de traer a Fernstein.

– ¿Crees que le llevará tiempo encontrarlo?

– El que hace falta para ir de la cocina al dormitorio; ¡si el apartamento de Fernstein es tan grande como dicen, tardará cinco minutos de nada!

– ¿Quieres decir que Norma y Fernstein…?

– ¡Tú me has pedido que lo encontrase en plena noche y está hecho! Y he pedido que te llame a ti directamente: tengo los tímpanos delicados. Te dejo, estoy buscando un anestesista.

– ¿Crees que vendrá?