Выбрать главу

—Pero ¿qué tiene que ver el efecto dos mil con que los alienígenas no den pruebas de su existencia? —preguntó ella.

—Tal vez comprendan lo peligroso que sería para nosotros saber que algunas razas consiguieron sobrevivir a la adolescencia tecnológica. Superamos el efecto dos mil gracias al trabajo duro de mucha gente entregada, pero cuando lo hubimos superado dimos por supuesto que lo habríamos hecho de todas formas. Sobrevivir al año dos mil fue considerado… ¿cuál es la frase que usas? «La prueba viviente» de que esa supervivencia era inevitable. Bien, si detectáramos razas alienígenas que hayan sobrevivido a la adolescencia tecnológica sucedería lo mismo. En vez de pensar que es muy difícil sobrevivir a la etapa en la que estamos, pensaríamos que está chupado. Ellos han sobrevivido, así que seguramente nosotros lo haremos también. —Don hizo una pausa—. Pongamos por ejemplo alienígenas de un planeta de… bueno, ¿qué estrella parecida al Sol hay cerca?

—Epsilon Indi —respondió Sarah.

—Bien, vale. Imagina a los alienígenas de Epsilon Indi que detectan las emisiones televisivas de otra estrella cercana en, hum…

—Tau Ceti.

—Magnífico. La gente de Epsilon Indi capta la tele de Tau Ceti. No es que Tau Ceti esté enviando deliberadamente señales a Epsilon Indi, ya me entiendes: sólo se está filtrando material al espacio. Y Epsilon Indi dice: eh, estos tipos acaban de despertar tecnológicamente y nosotros lo hicimos hace tiempo; deben de estar pasando tiempos difíciles… Tal vez los tipos de Epsilon Indi lo notan incluso en esas señales de televisión. Así que dicen, contactemos con ellos para que sepan que todo va a salir bien. Y ¿qué ocurre? Unas cuantas décadas más tarde Tau Ceti guarda silencio. ¿Por qué?

—¿Todo el mundo tiene televisión por cable?

—Qué graciosa. No, no todos tienen televisión por cable. Dejaron de preocuparse por tener que sobrevivir de algún modo a la bomba y todo eso y han desaparecido, porque se volvieron descuidados. Ese error se comete una vez: le dices a una raza, eh, mirad, podéis sobrevivir porque nosotros lo hicimos… y esa raza deja de intentar resolver sus problemas. Creo que no cometerían ese error de nuevo.

Habían llegado a la avenida Churchill, giraron hacia el este y pasaron ante la escuela pública a la que asistía Emily, que estaba en segundo.

—Pero podrían decirnos cómo sobrevivieron, enseñarnos la respuesta —dijo Sarah.

—La respuesta es obvia —contestó Don—. ¿Sabes cuál es el libro de dietas de adelgazamiento menos vendido de todos los tiempos? Pierda peso lentamente comiendo menos y haciendo más ejercicio.

—Sí, señor Atkins.

Él adoptó un tono burlón.

—¡Disculpa! ¡Estoy dando un paseo! Y además, como menos y de manera más sensata, mucho más sensata que antes de empezar a reducir los hidratos de carbono. Pero ¿quieres saber cuál es la diferencia que hay entre yo y todos los otros que perdieron peso rápidamente siguiendo la dieta de Atkins y después lo recuperaron en cuanto la dejaron? Han pasado cuatro años ya y no lo he dejado… y no voy a hacerlo nunca. Esa es la otra parte de perder peso que nadie quiere oír. No puedes hacer dieta temporalmente: tienes que hacer un cambio permanente de estilo de vida. Yo lo he hecho y voy a vivir más tiempo gracias a ello. No hay un arreglo rápido para nada. —Dejó de hablar mientras cruzaban Claywood, y luego continuó—: No, la respuesta es obvia. La manera de sobrevivir es dejar de luchar unos contra otros, aprender a ser tolerantes y salvar el abismo entre ricos y pobres, para que algunas personas no nos odien tanto al resto que sean capaces de cualquier cosa, incluso de suicidarse, para hacernos daño.

—Pero necesitamos un arreglo rápido —dijo Sarah—. Teniendo los terroristas acceso a armas nucleares y biotecnológicas, no podemos esperar a que todo el mundo vea la luz. Hay que resolver rapidísimamente el problema del terrorismo de alta tecnología, en cuanto se plantee, o no sobrevivirá nadie. Esas razas alienígenas que han sobrevivido deben de haber encontrado una solución.

—Claro —dijo Don—. Pero aunque nos contaran lo que han hecho, a nosotros no nos gustaría.

—¿Por qué?

—Porque la solución es el antiguo tópico de la ciencia ficción: la mentecolmena. En Star Trek, el verdadero motivo por el que los borg absorben a todo el mundo en el Colectivo, creo, es porque es la única opción segura. No tienes que preocuparte por los terroristas ni por los científicos locos si todos piensan con una sola mente. Naturalmente, con el pensamiento único podrías incluso perder toda noción de que tal vez haya individuos distintos por ahí. Nunca se te ocurriría tratar de contactar con otros, porque la idea en sí de «alguien más» te resulta extraña. Eso podría explicar el fracaso del SETI. Y, si te encontraras con otra forma de vida inteligente, tal vez por azar, harías exactamente lo que hacían los borg: absorberla, porque es el único modo de estar seguro de que no te haga daño.

—Vaya, eso es casi más deprimente como pensar que no hay alienígenas.

—También hay otra solución —dijo Don—. El totalitarismo absoluto. Todo el mundo sigue teniendo libre albedrío, pero se le impide usarlo. Porque sólo hace falta una persona loca y una pila de antimateria y… ¡catapún!, todo el planeta a hacer puñetas.

Un coche que se acercaba tocó dos veces el claxon. Don alzó la cabeza y vio a Julie Fein que saludaba al pasar. Le devolvieron el saludo.

—No es un panorama mucho mejor que el de los borg —dijo Sarah—. Incluso así, resulta deprimente no haber detectado nada. Cuando apuntamos al cielo con nuestros telescopios por primera vez creíamos que captaríamos montones de señales de los alienígenas; en cambio, en todo ese tiempo (casi cincuenta años ya), ni un bip.

—Bueno, cincuenta años no es tanto —dijo él, tratando de consolarla.

Sarah tenía la mirada perdida.

—No, desde luego que no -—dijo—. Casi toda una vida, solamente.

8

Carl, el mayor de los dos hijos de Don y Sarah, era famoso por su histrionismo, así que Don agradeció que no derramara el café por toda la mesa. Con todo, después de deglutir, consiguió exclamar:

—¿Que vais a hacer qué?

Lo dijo con el énfasis propio de una comedia televisiva. Su esposa, Ángela, estaba sentada a su lado. Percy y Cassie (cuyos nombres completos eran Perseo y Casiopea y, sí, la abuela había sido quien los había sugerido) habían sido enviados a ver una película en el sótano de la casa.

—Vamos a rejuvenecer —repitió Sarah, como si fuera la cosa más natural del mundo.

—Pero eso cuesta… no sé —dijo Carl, mirando a Ángela, como si ella tuviera la obligación de suministrarle al instante la cifra. Puesto que no lo hizo, él añadió—: Eso cuesta miles de millones.

Don vio a su esposa sonreír. La gente pensaba a veces que habían llamado Carl a su hijo en honor a Carl Sagan, pero no era así. Llevaba el nombre de su abuelo materno.

—Sí que los cuesta —respondió Sarah—. Pero nosotros no vamos a pagarlos. Lo hará Cody McGavin.

—¿Conocéis a Cody McGavin? —Ángela usó el mismo tono que si Sarah hubiera dicho que conocía al Papa.

—No lo conocíamos hasta la semana pasada. Pero él había oído hablar de mí. Subvenciona gran parte de la investigación del SETI. —Sarah se encogió un poco de hombros—. Es una de sus causas.

—Y ¿está dispuesto a pagar para que te rejuvenezcan? —preguntó Carl, escéptico.

Sarah asintió.

—Y a vuestro padre también.

Les contó lo de su reunión con McGavin. Ángela se quedó boquiabierta y asombrada, aunque tenía la vaga idea de que su suegra era una venerable ancianita, en los sitios de noticias seguían llamándola «la Gran Anciana del SETI».