– Vengan conmigo, niñas. Vamos a buscar a su padre.
Lo encontraron en el comedor cuando sacaba la basura. Se detuvo, sorprendido, cuando las vio a las tres.
– ¿Qué sucede, hermana?
Ella tenía una mano en el cuello de cada una de las niñas, y las mantenía cerca de ella en actitud protectora.
– Creo que lo mejor sería que Anne y Lucy se tomaran el resto del día libre. ¿Hay alguien que pueda cuidarlas?
– Claro, la tía Katy, pero ¿por qué?
– Anne derribó por accidente la campana del parapeto. La campana golpeó a una niña y la hermana Mary Charles la castigó en el salón floral. Yo la detuve.
Él se arrodilló con el entrecejo fruncido.
– ¿Annie? Ven aquí, cariño. Cuéntame lo que sucedió.
– Jugábamos a perseguirnos y yo derribé la campana del parapeto; le cayó en la cabeza a una niña y le salió sangre, pero fue un accidente, papi. La hermana dijo que yo había cometido un pecado, pero no es cierto, y me golpeó las manos con una cinta de hule.
La hermana Regina nunca había visto el rostro de Eddie tan desencajado como en ese momento.
– Vámonos. Tú también, Lucy -se levantó y tomó a las niñas de la mano con expresión adusta y decidida-. Vamos por sus abrigos; voy a llevarlas a casa de la tía Katy. Ahí me esperarán hasta la hora de cenar. Y no te preocupes de si pecaste o no, Annie. No lo hiciste.
Mientras la hermana regresaba con sus alumnos, Eddie entró en el vestidor para tomar los abrigos de las niñas. Antes de marcharse, asomó la cabeza al salón de clases y llamó a la hermana para que se acercara a la puerta.
– Gracias, hermana. ¿Tendrá problemas por haber intervenido?
– No, señor Olczak.
– Bueno. Estoy tan… -ella notó que Eddie intentaba calmar su furia-. Nada. Hablaré con usted más tarde.
Capitulo 6
La hermana Regina se sorprendió de lo tranquila que estaba ahora que había llegado el momento. Sus dudas se habían disipado con la abrupta decisión de intervenir y detener a la hermana Mary Charles para evitar que siguiera golpeando a Anne. Fue como si ese momento hubiera impulsado su decisión, porque supo con pasmosa certeza que marcharse era lo correcto y que, además, ése era el momento indicado para poner en movimiento el mecanismo para hacerlo.
Cuando ella y la madre Agnes se reunieron aquella noche en el salón comunitario vacío del convento, la madre superiora ya sabía lo que había ocurrido en el salón floral.
– Pase, hermana Regina -la invitó en tono amable -, y por favor cierre la puerta.
La hermana Regina obedeció en silencio. Se arrodilló para recibir la bendición de la madre superiora. Un susurro, un roce en la cabeza, y la hermana se levantó y se sentó en un sillón con asiento de tapicería dura y respaldo recto. La casa estaba en silencio; sobre una mesa, en un rincón, brillaba una lámpara de luz tenue.
La hermana Regina fue la primera en romper el silencio, en voz baja expresó:
– Gracias por recibirme, madre Agnes. La mujer mayor asintió sin decir palabra. -Sin duda piensa que vine a hablarle de lo que sucedió en el salón floral esta tarde, pero he venido a verla por un problema que ha ocupado mis oraciones -la hermana Regina continuó hablando en voz baja y con lentitud-. Temo que cada vez estoy más insatisfecha con mi vida aquí, dentro de la comunidad espiritual. Estos sentimientos han ido creciendo en mi interior desde hace mucho tiempo. He comprendido que ya no pertenezco aquí y deseo obtener una dispensa de mis votos.
Para sorpresa de la hermana Regina, la madre Agnes no se alarmó. Sólo le hizo un comentario con mucha tranquilidad:
– Supongo que habrá pedido la ayuda de Dios para tomar esta decisión, hermana.
– Muchas veces.
– Bien. Entonces, hermana, déjeme decirle que no es pecado dudar de sus votos.
– En mi mente, lo sé, pero mi corazón siente de un modo distinto, porque desde que tenía once años supe que esto era lo que quería hacer. Todos decían que yo debía ser monja, en especial mi abuela. Fue ella, sobre todo, la que me hizo creer que la vida como religiosa era el epítome del servicio a Dios.
– ¿Y qué la hizo cambiar de opinión, hermana?
La hermana Regina había meditado bien la respuesta a esa pregunta desde hacía mucho.
– Aunque he tratado muchas veces de encontrar la realización en mi relación con Dios, nunca puedo disociarme lo suficiente de las preocupaciones mundanas para ser completamente una con Él. Siempre he tenido problemas para cumplir con mi voto de obediencia. A últimas fechas he comenzado a poner muchas cosas en tela de juicio… sobre todo la Santa Regla. Hoy, cuando la hermana Mary Charles llevó a Anne Olczak al salón floral, todo quedó por fin muy claro para mí. Comprendí que era el momento de hacer este cambio en mi vida.
La madre Agnes asintió.
– Creo que las niñas Olczak tienen un sitio muy especial en su corazón. Y creo que cuando su madre murió, usted sintió un gran deseo de compensarles esa pérdida.
– La muerte de Krystyna Olczak tuvo un efecto muy profundo en mí. Era la madre, la esposa, la hija y la cristiana más perfecta que he conocido. Cuando falleció comencé a pensar en lo que ella le había dado al mundo y a compararlo con lo que yo misma, como monja, le he dado -el tono de voz de la hermana Regina se hizo todavía más bajo-. Krystyna Olczak sirvió a Dios de un modo más noble del que yo lo haya hecho jamás.
– ¿Siente amargura por los años que ha pasado como religiosa?
– No, madre, en lo absoluto. Cuando entré al noviciado sentí que era la voluntad de Dios que lo hiciera, que su voz estaba en mí. Y su voz sigue todavía en mi interior. Creo que Él me ha guiado en la decisión que tomé hoy.
– Ese es un argumento contundente, hermana Regina, y yo sería la última en tratar de convencerla de que se quede. Es su vida y debe vivirla como le parezca.
Aquélla no era en absoluto la respuesta que la hermana Regina había esperado.
– ¿Lo dice en serio, madre?
– Por supuesto que sí, pero permítame decirle que hay muy pocas monjas que yo conozca que no se hayan preguntado alguna vez si tomaron la decisión correcta, y eso me incluye.
– ¿Usted llegó a pensar en dejar la orden?
– Sí, lo hice, pero al igual que usted oí la voz de Dios en mi interior. Solamente que Él me dijo que me necesitaba aquí, y desde entonces nunca lo he lamentado.
Tras meditarlo un momento, la hermana Regina dijo:
– Me gustaría mucho ir a casa y darle a mi familia la noticia de la decisión que he tomado. Las vacaciones de Navidad comienzan esta semana. El momento parece providencial.
La hermana Agnes mostró por fin cierta consternación.
– ¿Tan pronto? Tal vez si se tomara más tiempo para orar y meditar… hacer un retiro.
– Madre Agnes, en agosto pasado hice un retiro con ese propósito, y desde esa fecha he rezado muchas plegarias, he meditado y hecho penitencia. Creo que Dios y yo nos hemos reconciliado con mi decisión. Ahora necesito reconciliarla con mi familia.
La hermana Agnes asintió con solemnidad.
– Bueno… pero es tan pronto.
– Según tengo entendido, el trámite del papeleo puede tardar hasta seis meses para que lo aprueben en Roma y lo devuelvan.
– Sí, pero… ¡Oh, vaya! Supongo que me resisto por motivos egoístas, porque no quiero perderla, hermana. Es una de nuestras mejores maestras y ha aportado mucho a esta comunidad religiosa.
– Gracias, madre.
– ¿Ya tiene planes? ¿Qué hará para ganarse la vida?
– Todavía no estoy segura, pero siempre puedo dar clases.
– Debo advertirle que la iglesia católica no ve con buenos ojos que las monjas que renuncian a sus votos enseñen en sus escuelas.
– ¿Ni siquiera en otro pueblo? -el plan de la hermana Regina era trabajar como maestra laica en otra escuela parroquial.