– Cuánto lo siento -me recochineo-, te han abandonado.
– Todo iba a salir perfecto, pero desde que te entrometiste han entendido que el negocio se ha jodido y ahora no me queda más remedio que rematar yo solo el trabajo. En el fondo son unos indisciplinados, Olegar lo dejaría todo por dinero, por el poder, por mandar, y León sólo tiene ojos para dar con nenitas con las que jugar, como Reme, y por su culpa se ha destapado todo. Tanto valor y tanto cuento y al final ya ves, Clara, solos tú y yo, como Hannibal y Clarice.
– Estás un poquito pesado con El silencio de los corderos. Además, en su argumento hay dos psicópatas que colaboran, vosotros sois tres.
– En realidad uno -y sin asomo de modestia ríe complacido porque le sigo en el juego de adivinar películas-. Te habrás dado cuenta de que mis ayudantes no son más que unos imitadores de pacotilla. Lo mío es distinto. Una vez te conté que en este país también teníamos psicópatas, pero que había que buscar bien. Tantos asesinatos en serie no los organiza un retrasado cualquiera.
– Ya entiendo: tus amigos sólo mataban por razones de utilidad, querían eliminar a Santi y a Julio Olegar para ocupar sus puestos, lo único que les movía era el beneficio económico. Lo tuyo, en cambio, es amor al arte -le halago, esperando que sea tan tonto como para no darse cuenta de que le estoy tirando de la lengua-. Si no fuera así, ¿por qué venir a por Vito cuando sabes que se está muriendo? ¿Por qué no limitarse a esperar?
– ¿Y dejar que el viejo cambie el testamento a última hora? De eso nada. Anda que no le costó a mi madre convencerle de que yo era el único heredero posible como para que le dé un arrebato, llame a tu amiguito el abogado y se joda el invento. Tú no le conoces, no sabes de lo que es capaz. Imagínate si se encapricha de ti, que bien que le sonríes y le doras la píldora. Si no fuera por nosotros lo mismo hasta te dejaba toda su fortuna. Sería lo nunca visto, ya me imagino los titulares: «Una agente de Policía hereda el imperio de un mafioso». ¿Y cómo me quedo yo, eh, que he hecho tanto por él, que día tras día me he sacrificado? Nooo, hazme caso, de los temas de uno es mejor encargarse en persona. Además, es un acto de caridad darte matarile ahora antes de que lo tuyo duela y la cosa se ponga fea, ¿a que sí, tío? -bromea-. Venga, si es por tu bien.
Me aterran sus palabras, esa naturalidad con la que se explaya, esa frialdad en reconocer que se le ha ido la mano. Pero también, fascinada y atraída, soy incapaz de dejar de escuchar su historia y por qué los mataron, cómo los sacaron a empellones del tablero y, sobre todo, cómo lo planearon.
El desencadenante, como no podría ser de otra manera, fue Cara de Gato y una serie de catastróficas casualidades. Éste decidió a principios de enero, cumpliendo tal vez con la costumbre de fijarse propósitos de Año Nuevo, como el que resuelve dejar de fumar o apuntarse al gimnasio, establecerse por su cuenta. Parecía que el Culebra estaba desenganchándose y sabía que, si lo lograba, nunca llegaría a ganarse un puesto al lado de Vito. Cara de Gato siempre fue el sobrino tonto y violento, nadie daba un duro por él. Tenía que montárselo solo para demostrar su valía, pero para independizarse necesitaba pasta y un par de meses después dio con un sistema para conseguir dinero fácil y rápido: chantajear a Olvido. Estaba convencido de que pagaría, había un turbio asunto del pasado que seguro que querría mantener tapado.
– No sé si mi tío te habrá contado que mis primitos y yo crecimos juntos bajo su techo. Eran unos niños buenos, los perfectos estudiantes de colegio de pago, educados, responsables y callados. Y yo, claro, era el calavera. Pero el destino estaba de mi lado, nadie más que yo podía ser el futuro heredero: mi nombre empieza por uve, como el de Vito y el de mi madre, Virtudes. Por eso, porque sabía que la suerte me iba a respaldar, porque nací marcado con la uve del Vencedor, de la Victoria, empecé a mover ficha y me llevé a tu amigo el Culebra de juerga, hace ya muchos años, y le provoqué hasta hacerle probar su primer chute. Ahí empezó a cavar su fosa -recuerda orgulloso-, porque, reconozcámoslo, no volvió a levantar cabeza.
»Pero con la nena la cosa no fue tan fácil. Tan formal, tan estirada… Hasta se apuntó a la universidad y todo. No tendría más de dieciocho tacos la mocosa y ya me miraba por encima del hombro y me decía riéndose de mí: "Eres un ignorante y un reprimido, Valentín". No podía tolerarlo, ¿entiendes?, estaba harto de aguantarme las ganas. Una tarde se me hincharon los cojones porque no paraba de pavonearse y le di su merecido. La esperé bien decidido, la pillé por banda cuando regresó de la biblioteca y sobre el suelo de su habitación le hice todo lo que me apeteció, to-do. Para mí fue un desahogo, para ella… Bueno, ahora algunas histéricas se empeñan en llamarlo violación, que también empieza por V. Cuando Vito se enteró me expulsó de casa, me mandó una temporada lejos, a un pueblo de la costa, a empaparme bien de cómo funcionaban nuestras "importaciones". Olvido quiso denunciarme, pero el tío repetía sin cesar: "En nuestra familia los trapos sucios se lavan en casa". A mí, francamente, me dio igual pirarme, conseguí con ella lo que quería, sacarla también de la partida. Enloqueció y creo incluso que intentó suicidarse, dejó los estudios y se dedicó a salir todas las noches de caza y a tirarse todo lo que se moviese, y mi madre, siempre tan práctica, propuso meterla en su negocio. Total, ya estaba perdida. Y aunque su padrino aquí presente se negaba en redondo, lo cierto es que a la niña, que buena estaba un rato, había que darle salida, que sirviera para algo. La sorpresa fue general cuando mi primita dijo que de acuerdo, lo que demuestra que desde que le paré los pies se quedó tocada de la azotea, ¿quién querría hacerse puta teniendo todo el dinero del mundo? Aunque no voy a negar que me escamó, lo reconozco, con el tiempo lo comprendí: quería vengarse de Vito por haber enterrado el tema de su humillación, quería que, siendo puta, dejándose humillar por todo el mundo, a quien le dolieran esas ofensas fuera a él. Pero qué otra cosa iba a hacer Vito, en una familia como la nuestra no nos denunciamos. Imagínate, los jueces y la Policía habrían alucinado.
»Pasó el tiempo y, en cuanto aprendió lo que necesitaba del oficio, Olvido se abrió y empezó a atender a sus propios clientes. Le iba de vicio porque era como un lince invirtiendo la pasta que ganaba. Incluso llegué a sospechar que con tanto dinero como amasaba persiguiera hacerse con un buen capital para financiar un asalto al poder, ya sabes, al sillón de Vito. Pero nada de eso. La niña no quería ni oír hablar ni de nosotros ni de lo nuestro. Hay que ver -reflexiona evocador-, quién nos iba a decir que le sacaría tanto partido al poco tiempo que pudo estudiar Económicas en la facultad… Como a mí me gusta seguirle la pista a mis antiguas novias, no dejé de estar pendiente de ella, y hace poco me enteré de que había tenido un niño y que lo escondía en un internado.
Con una sencillez pasmosa reconoce que la llamó para extorsionarla amenazando con hacer daño a su hijo. Ella intentó plantarme cara, por supuesto, pero no quiso pedir ayuda a nuestro tío, evitaba implicarlo para que no se agravara su enfermedad. Pobrecita, ¿te das cuenta adónde lleva la generosidad?, me pregunta con su retórica particular. A ninguna parte. Fíjate si fue ingenua que acudió a sus mejores contactos, a todos sus amigos poderosos, hasta a ese jefe tuyo, el calvo gordinflón, que mira por dónde era uno de sus clientes preferentes. Me amenazó con contárselo a él, con poner a toda la pasma tras mi culo. ¿Y qué crees que pasó? Nada, absolutamente nada, no movió ni un dedo. Qué pensaba, ¿que todo un comisario se iba a pringar por una zorra como ella? Por eso está muerta, por preocuparse por los demás, y el señor Vito, aquí presente y a quien tantos disgustos quería evitar después de cómo la trató, aún sigue vivito y coleando.