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París no sabe si Clara todavía atiende, aunque con los ojos entrecerrados mueve débilmente la cabeza señalándole algo.

– ¿Qué es eso que suena?, ¿tu móvil? -ella asiente con la barbilla para indicarle que sí, premio, no eres tan tonto como creía-. ¿Dónde lo tienes? -y mete como puede los dedos en el bolsillo de su vaquero y consigue sacárselo para mirar de refilón quién la está llamando-. Es Ramón, es tu marido, ¿sigue fuera de la ciudad? ¿Qué le digo?

– Dile que venga… -ordena como en sueños entrando en un sopor que la cerca a pasos agigantados-. Si pregunta no le digas nada, sólo que le necesito. Que le quiero… Que no puedo esperar.

– ¡Clara! -grita París, alarmado, corriendo con su compañera en brazos.

– Que venga, sólo que venga -repite abandonando la consciencia-. Y punto.

Citas

Aunque Clara, como todos los demás personajes y situaciones de Y punto, es un personaje de ficción, muchas de sus reflexiones, recuerdos o pensamientos obedecen a referencias reales, a los poemas que imaginé que habría leído, a la música que ha escuchado, a todas las películas que ha visto y que la hacen, en el fondo, ser como es. Por eso es de justicia reconocer la autoría de todos aquellos músicos y escritores que la han alimentado y, por supuesto, agradecer a todos ellos, e incluso a algún pintor y cineasta también, la inspiración que me han brindado y las horas de placer y compañía que sus canciones, poemas, novelas y películas, estén o no reflejadas en este libro, me han proporcionado.

Por orden de aparición de los autores, en esta novela se cita a Federico García Lorca («Gacela de la raíz amarga», «Gacela de la Muerte Oscura», «Suicidios» y La casa de Bernarda Alba), Dámaso Alonso («Insomnio»), Luis García Montero («Coplas a la muerte de su colega» y «Canción amarga»), Manuel Rivas («Sí, sigo aquí» y «Ela acúsame de non ter sentimentos»), Jaime Gil de Biedma («Aunque sea un instante», «Loca», «A través del espejo», «Albada» y «Canción para ese día»), Rafael Alberti («Espantapájaros» y «El alba denominadora»), Leopoldo María Panero («20.000 leguas de viaje submarino», «La canción de amor del traficante de marihuana» y «Un cadáver chante»), Pere Gimferrer («Recuento»), Joaquín Sabina («Qué demasiao»), William Shakespeare (Sueño de una noche de verano), El Último de la Fila («Aviones plateados» y «Tú me sobrevuelas»), Nacha Pop («Persiguiendo sombras»), Pablo Neruda («La canción desesperada», desglosada en su práctica totalidad entre los capítulos sexto y séptimo), Miguel Hernández («Elegía a Ramón Sijé» y «Nanas de la cebolla»), Paul Auster (El país de las últimas cosas), Alaska y Dinarama («Perlas ensangrentadas»), Nizzar Kabbani («Perro divino»), Quintero/León/Quiroga («Yo soy ésa»), Rosalía de Castro («Unha vez tiven un cravo»), Lewis Carroll (Alicia en el país de las maravillas), Sidonie («Mi canción del domingo», «Dandy del extrarradio»), Manuel Bandeira («Noite morta»), Danza Invisible («Rock animal»), Modestia Aparte («Es tu turno»), Oliveros, Castellví y Padilla («El relicario»), Discépolo («Esta noche me emborracho» y «Yira, Yira»), José Alfredo Jiménez («Que te vaya bonito»), Joan Manuel Serrat («Hoy puede ser un gran día»), Manuel de la Calva/Ramón Arcusa/Julio Iglesias («Soy un truhán, soy un señor»), Gardel/LePera («Volver»), Deluxe («A un metro de distancia», «Fin de un viaje infinito»), Juan y Junior («La caza»), Facto Delafé y las Flores Azules («Enero en la playa» y «La fuerza»), Javier Álvarez («Huí»), Lori Meyers («Vigilia», «Hostal Pimodán» y «El aprendiz»), Álex Bueno («El jardín prohibido»), Rubén Blades («Pedro Navaja») y Fito Páez («La casa por el tejado»).

Agradecimientos

A Carmen Muñoz, excelente correctora de estilo e insuperable cuidadora de gatos.

A José Miguel Pallarés, gran traductor y, si cabe, mejor amigo.

A Yolanda Reyes, María Montes-Jovellar, Alegría Gallardo, Amalio Sanz, Conchi Mangas, José Gómez, Ángeles García, José Luis Poveda, Víctor Álvarez, Verónica Jofre y a las tres Cármenes (Deza, Gayo y Santos), porque gracias a ellos la hora del café en ese lugar insensible, oscuro y siniestro, era optimista, luminosa, real.

A Elíseo Aznarte, por las risas de los viernes.

A Dora Sales, por su simpatía y por su apoyo incondicional.

A Magdalena Lasala, Roberto Faure y Fermín Goñi, por su generosidad.

A Fernando Schwartz, por su solidaridad, por su bonhomía, por su adhesión. Un caballero de los que ya no quedan.

A Paco Camarasa y José María Mijangos, libreros cada vez más atípicos, por sus opiniones, por ser como son, porque sus consejos valen su peso en oro.

A Emili, por seguir siendo una buena persona en un mundo tan difícil como el nuestro.

A Manuel, por su valentía.

A Rocío de Cominges, por no echarse atrás.

A Lucía y Allegra, para que sean felices, porque lo prometido es deuda.

A Matisse, por convertirse en personaje.

A Rafael González Gozalo, por ser todo un dandy y por esas orquídeas excepcionales.

A Susana Quicios y Alfonso González, por estar siempre ahí y por la maravillosa y tétrica idea, una tarde de cine, de las palomitas de maíz.

A Nuria Arribas y Daniel Zarazaga, por su amistad a lo largo, por su fe inquebrantable y su entusiasmo.

A Ana Lozano, Gloria Palacios, Antonio Robles y Maya Granero, por todo lo que han hecho por esta novela.

A Amaya, Paz, Raquel y Gerardo, por la confianza, por el buen rollo, por la ilusión.

A Ana Justa, por todo lo sufrido, por todo lo que nos queda por reír.

A Lola y Regina, por la paciencia infinita a la hora de la merienda, por todos los cuentos que me contaron de niña.

A Vani, Ángel y Rafa, por acogerme en Madrid.

A mi hermana Ángela y a mis padres, por su cariño, por todo el tiempo que esta novela les ha robado y porque sin ellos no me explico.

Y a Concha Hernández, por traernos a Clara.

Mercedes Castro

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