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Y es ahora cuando un brillo desconfiado, que Clara conocía muy bien, ilumina sus ojos. No ha colado. Me pasé. Se me ha visto el plumero.

– ¿Sabes?, creo que quieres escurrir el bulto, y no sé por qué y no me gusta que me utilices. Soy tu superior y está decidido: te vienes.

Y enfurruñada y desganada lo sigue por los pasillos mascullando por lo bajo una letanía de improperios que París conservaba en su memoria pero hace otoños que no oía. Llegando, otra vez, al despacho de Carahuevo, a Clara no le queda más remedio que ponerse, un día más, la careta de niña buena y dócil, no te jode, como si viniera con la bandejita del café, machistas asquerosos, machitos de mierda, polis de salón. Y París es el peor, grandísimo mamón que me obliga a venir sólo por putear, que únicamente busca humillarme. Y ahora a sonreír y a asentir mientras éstos sueltan su previsible sarta de barbaridades.

*

– Pues no ha sido para tanto -comenta París al volante de su coche, cómo no, gris.

Yo a éste lo mato, ya me da igual, lo mato y punto, alego enajenación mental transitoria porque no podía aguantarlo ni un minuto más y que me quieran entender o no, pero después de tanto tiempo volver ahora a soportarlo no. Que estoy harta.

– No podrás quejarte -insiste con su tonillo autosuficiente, inasequible al enrabietado silencio de ella-, tu primera participación directa en un caso de homicidio. Tendrías que estar ilusionada y agradecida.

Sí, no te digo, estoy flipando locamente pero no sé cómo te lo voy a decir.

– ¿Por qué no me hablas?

– Porque no me da la gana.

Idiota estúpido fatuo imbécil. Se me ponen los pelos de punta sólo con pensar en el ridículo que hicimos en el despacho de Carahuevo oyéndolo exponer tan digno, tan prepotente, tan sagaz, sus conclusiones sobre la dichosa grabación y sí, señor comisario, considero necesario investigar el caso hasta que, cuando menos, podamos hallar una explicación convincente sobre el hecho de que se produjera tal llamada. Pensé que me daba algo, creí morir sepultada ante semejantes frases rimbombantes. Y para qué, para que entre tres tíos decidan -yo sin abrir la boca, por supuesto- que debo hacer de pinche, de Watson, de escudero, de azafata, de cicerone y sirvienta del estirado este cuando hace tanto que opté por dejar de hacerlo, porque si bien tienen el mismo rango debe recordar, señora Deza, que él es el experto en Homicidios, bien que me lo especificó el mamón de Carahuevo.

Y sí, señor. Valiente ironía si el experto dirige la investigación precisamente para demostrar que no se produjo tal homicidio, que aquí ha habido una sobredosis y una casualidad y punto, porque no puede haber sido más que una casualidad sin importancia que al yonqui que dio el soplo del año se le ocurriera telefonear de madrugada a la agente a quien se lo confió. No, desde luego que no. Y entonces por qué llamó, a ver, ¿para quedar e ir al cine quizá?, ¿para decirme que brillan las estrellas y el cielo es azul y poesía eres tú? Nooo, no me malinterpretes Clara, que estás muy suspicaz, de lo que se trata es de ver que todo se ajusta a la lógica y sí, venga, hala, según tu lógica de campeón lo que habría que hacer es cerrar el caso deprisa y corriendo, que tampoco hay más vueltas que darle a la muerte de un desecho cualquiera, señor, repetía cuadrándose. Sólo investigaremos por encima para estar tranquilos, quitar un poco el polvo por si acaso, pero esto está clarísimo. Créanme, señores, se lo digo desde mi experiencia. Y todos tan contentos y eso sí, usted, París, se queda entretanto con nosotros, le invita magnánimo Carahuevo. Faltaría más, me dan ganas de añadir, al menos hasta demostrar que no hay nada que demostrar, y aunque me ilusiono con que razone por una puta vez en su vida y opte por la opción menos incómoda, sé que se finge remiso sólo porque le gusta hacerse de rogar y espera las palabras mágicas de mis jefes: no insista, queremos evitarle los continuos desplazamientos de su comisaría a la nuestra y la pérdida de tiempo consiguiente, compañero, porque podemos llamarle compañero, ¿verdad? Ahora es uno de los nuestros y un placer contar con usted para que dirija esta investigación con la ayuda de Clara, claro, que se encargará de que se sienta a gusto entre nosotros. Y boquiabierta, sólo se me ocurre preguntar si le pongo un zumito natural al compañero, al señor, o prefiere acaso que le traiga una mantita para abrigarse el barrigón. Por si acaso me callo como mínima precaución.

Porque claro, Clara, me explican ellos como si mi mandíbula desencajada fuera no de sorpresa sino de incomprensión, usted sabe que nos compete el poblado donde falleció el Cuchilla… ¿Cómo?, ah sí, el Culebra, qué más da si me entienden perfectamente, si saben de quién estoy hablando, y como en esta zona es también donde realiza el grueso de sus actividades don Vitorio Grandal, alias Vito, huelga decir, subinspectora, que usted se ocupará de instalar y acomodar al señor París y procurará informarle sobre la rutina de esta comisaría, las actividades delictivas desarrolladas en nuestro distrito y atenderle en lo que necesite mientras dure la investigación conjunta.

Y mímelo, y haláguelo, y escuche sus naderías como si fueran geniales y dígale siempre que sí y vístase con una capa de olvido que le borre el pasado, la resaca de aquella turbia embriaguez del amor que tuvieron, los años perdidos, el todo que naufragó, y cómase su orgullo mientras alimenta la sospecha de si el investigador viene a investigarla a usted y no la muerte de un cualquiera indiferente, y despídase de otros casos, de otros anhelos y otras compañías con quien solazarse y vuélvase transparente para aclarar por qué la llamó el yonqui, por qué se murió luego, por qué le dolió tanto. Por qué, ofrézcanos un porqué, Clara. Y no piense demasiado, sólo le pagamos para que obedezca.

Tienen razón. No pienses, no busques más explicaciones o te reconcomerás y te podrá la zozobra. Dales la razón. No son más que malditas casualidades. Nadie se vuelve contra ti, no te ha cambiado la suerte. No pienses mal, no pienses más.

Pero cómo no pensar, cómo evitar sospechar si sospechan algo de mí y por qué, si me quieren quitar de en medio en el caso de Vito volcándome en éste, y quiénes, o si saben o no lo que hubo entre París y yo y pretenden disfrutar del morbo de nuestro reencuentro. Igual me adosan a él por joder, por entretenerse viendo cómo le afecta esto a mi vida. Aunque a lo mejor no, a lo mejor no les importo tanto, a lo mejor sí son coincidencias, los dados que se ríen de una con sus bocas llenas de seises, el destino que me la juega y soy una paranoica con razón. Vete a saber, Clariña, que lo ves todo negro.

París es tan corpulento que parece abarrotado, encajonado, metido a presión, oprimido por el volante de su coche que, cómo no, se empeña en conducir cuando lo más correcto sería, ya que se me ha asignado la cualidad de chica para todo, que el chófer fuera yo, que además me conozco el barrio. Pero no, porque ya se sabe que a las mujeres se les da mal manejar manos y pies a la vez y, qué pollas, a él le gusta llevar el rumbo de su vida y su automóvil. Y sí, conduzca usted, don Carlos, y yo a callar a pesar de que se equivoque de carril y se pierda al coger en la autopista una salida que no es. Lo que yo decía: patético.

A ver cómo se porta cuando lleguemos al depósito, se me salen los colores por anticipado sólo con pensar en las preguntas «inteligentes» que al experto se le ocurrirán sobre la autopsia.

– Lo primero es lo primero, Clara, actuar con sistematización, demostrar su muerte, establecer las causas y después pasar a la acción -me alecciona, mientras llegamos a la morgue, con su estilo docente y absurdo. Yo lo miro de refilón y lo contemplo intentando aparcar con su vientre acosado por el volante, contorsionándose para girarlo, ridículo e hinchado como un muñeco, con ese suéter de color imposible que, francamente, cómo se le habrá ocurrido comprarlo tan chillón, como si no supiera que parece un globo. Y pienso en el héroe de mi infancia de niebla, en cómo mi alma alada y herida pudo llorar por él.