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Pues eso. Como si no fuera suficiente con machitos y superiores sobones de manos largas y caras raras a mi alrededor. Como si no fuera suficiente con toda la mierda que piso fuera y ahora también la tenemos aquí, y se mueve y anda por los pasillos, a saber si respirando a mi lado.

Menuda mierda, insisto. Hasta los tobillos me llega.

Mierda por dentro y mierda por fuera. Mierda en el Cuerpo, mierda en mi cuerpo y mierda, y de la buena, la que Vito espera. Según el Culebra, claro.

Admítelo, estás rodeada. Un poco más y te ahoga. Te está comiendo la piel, la carne, la sangre, las entrañas, vive en tu interior y no la reconoces, y hay más, la otra mierda, la que buscas y encuentras día tras día en los patios traseros, en las chabolas, en latas de galletas, en cunas de niños, debajo de las ligas de las camareras de las whiskerías, incluso en las cocteleras. Tienes que perseguirla sin cesar y quién sabe si le darás también los buenos días.

Y qué le vamos a hacer.

Qué le voy a hacer.

Mierda.

Y sin darse cuenta ya le está dando vueltas en la cabeza y en la taza al chivatazo, a la situación y a lo que habrá que hacer, porque lo primero que se les va a ocurrir a estos merluzos es pedir una orden judicial, montar un dispositivo, irnos a Villa Vito en tropel a toda leche, entrar en plan Miami Vice y encontrarnos con el gran chasco de que ya le han dado el soplo de que nos han dado el soplo, si lo estoy viendo, un puñado de maderos vestidos de Robocop dando gritos de ríndete cabrón y apuntándonos mutuamente como monos que se miran en los espejos de una casa vacía mientras éste, que ya se habrá dado el piro, como si fuera tonto, come ostras muy, muy lejos, en un jacuzzi de veinte metros, rodeado de ninfas ligeras de ropa y repartiendo órdenes desde un teléfono dorado a su cohorte de camellos para que distribuyan el material antes incluso de que hayamos salido, inútiles y humillados, de su fortaleza abandonada.

Necesitamos algo más sutil, pero entonces tendremos que esperar, montar el operativo con calma y arriesgarnos a que, de cualquier modo, alguien de dentro, los supuestos polis pringados que el Culebra dice que existen, cante.

Pero esto no sirve de nada. Así no vas a ningún lado, y lo sabes. Pensando que todo va a salir del revés no vale la pena ni empezar. Por valer, no vale la pena ni levantarse de la cama ni salir de casa ni despertarse ni soñar.

Y termina de tomarse su café y por la acera hasta comisaría caminando como un autómata mientras en su interior barrunta un plan porque hay que ser positiva, supongamos que nos conceden la orden de registro, supongamos que nadie lo filtra, supongamos que llegamos a su mansión y lo sorprendemos allí, supongamos que… Aun así no seremos suficientes efectivos para abarcarla, se nos puede escapar el material por cualquier desagüe de sus dieciséis cuartos de baño, uno más que la Preysler, como dice él.

Y qué negro todo cuando la conclusión es que, me ponga como me ponga, regresamos siempre en mi mente con las manos vacías. Tengo que encontrar algo.

Y todo es tener para ella. Tener dificultades, tener que solucionarlas, tener que salir todo bien para tener un poco de serenidad, tener que luchar con esta misión imposible y tener ganas de pasar absolutamente de todo porque no hay nada que hacer, para qué, vete a casa y hazle una cena bien rica a tu amorcito, que vuelve baldado el pobre de estar todo el día sentado en la butaca de piel de su despacho con moqueta, cafetera y climatizador, y luego os vais al cine tan felices y te olvidas de esta puta comisaría y de esta maldita profesión y hala, a follar sin estar cansada y a dormir tranquila por las noches, y que arreglen otros las alcantarillas de esta ciudad.

Sí, qué fácil. Como si no lo supieras. A dormir tranquila hoy, pero como mañana, tras el sueño reparador, abras el periódico y veas que la han palmado un par de yonquis por sobredosis no te vas a sentir culpable, no, qué va. Para nada.

Si es que eres idiota, siempre intentando salvar lo desahuciado, empeñada en purgar por los pecados de los demás, culpándote de los males del mundo cuando sabes que no hay cura ni remedio. Ni tampoco para ti, que eres tonta, coño, tonta sin remedio y hola chata qué tal estaba el cafelito tu puta madre otra vez, gordo grasiento, y vuelvo cuando me da la gana y no tengo por qué justificarme si tomo algo o no, que no eres el comisario, qué más quisieras, sino el inútil de la puerta, que estás ahí porque no vales para otra cosa. Y no me vuelvas a mirar en todo el maldito día, que lo que menos necesito es a un baboso obeso, un obseso seboso como tú mirándome el culo cada vez que entro o salgo, pretendiendo controlarme como si pudieses hacerlo. Entérate bien. Y me pongo como me da la gana.

Al acceder a la sala del Grupo se sorprende al ver en pleno a sus compañeros ya reunidos, y mientras cruza el repentino muro de silencio que su llegada ha provocado para alcanzar su sitio -lo sabe, no continuarán hasta que por fin se siente-, puede ver a Santi a horcajadas sobre una silla con más cara de póquer incluso de lo habitual. Finalmente saluda y se acomoda, muy discretita y formal, y se ponen a hablar de nuevo dándole vueltas y más vueltas a un plan que no acaba de cuajar y ella asombrada pensando que anda la leche, pues sí que será gorda la cosa como para que esté aquí Carahuevo, el mismísimo comisario en persona, no es cansino el tío ni nada, a ver qué le ha dado ahora para estar tan encima de nosotros últimamente. Un soplo de la leche es lo que le han dado, y allá donde se huela el éxito va él antes que nadie a colgarse la medalla. Claro que si metemos la gamba será por supuesto el primero en escaquearse y no estaba informado de la incorrecta actuación de mis agentes. Qué asco que haya venido, con lo machista que es. Míralo, arrugando la nariz con repulsión como si empezase a apestar la habitación nada más entrar yo. Sí se le nota, se le nota mucho que le jode, seguro que le he cortado el rollo en plan chavalote que se tenía montado. Pobrecito, ahora tendrá que guardar las formas y hacerse el caballero y se acabaron los comentarios jocosos y los chistes verdes de putas y mamadas que todos le ríen. Pues que se joda. Que se joda si soy tía, que se joda si estoy aquí y que se joda si somos tantas en comisaría y dos de la oficina de Denuncias están preñadas y éste no es su sitio, barrigonas, si casi parece una maternidad. Que se joda el calvo si le incomodan los policías con tetas, porque con ellas encima nos pateamos un día y otro las calles y cacheamos a jichos y sudamos como el que más. Y eso lo saben todos, incluido él.

Aunque para qué buscarle las cosquillas, para qué darme por aludida con sus indirectas y tirarme piedras encima. Para qué ponerme a su altura. Tengo que callarme y hacerme la tonta, la buena, la mosquita muerta. Y no decir tacos, que no son femeninos.

Y se obliga a prestar atención y poner cara como de que escucha interesadísima y los oye divagar y vacilar sobre si fiarse o no del Culebra -pero ella sí se fía-, si ir, si no ir, si esperar a tener más información o no… Ya se les ve, muy decididos ellos, unos fenómenos. Tanto tío duro y tanto yo-estuve-en-el-País-Vasco-en-los-años-ochenta, entérate, muñeca, para estar aquí ahora sentados como unos colegiales esperando a que tome las decisiones un inepto que no se la encuentra ni ayudándose con un espejo.

Lo que hay que oír, no aguanto más, esto es el colmo. Pero no, tengo que sosegarme, resistir la tentación de intervenir…

Se va a enterar. Y sí, tengo algo que decir con su permiso, señor comisario:

Yo opino que, de ser bueno el soplo de nuestro confidente, la cantidad es demasiado elevada como para dejarla escapar y considerarnos responsables de lo que pueda matar o de lo que se pueda matar por ella. Yo, al menos, me sentiría culpable por más que me digan que los muertos no pierden sangre.