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– ¿Qué pasa con Panocha?. Es mío.

– ¿Seguro? ¿Tú sabes que para exhibir animales también hace falta un permiso del ayuntamiento? Y fíjate que me juego algo a que no lo tienes, ni su tarjeta de vacunación, ni el chip, ni… Vamos, que te falta de todo. Y eso se sanciona muy severamente.

– No me diga esas cosas, señora agente, si yo soy un mimo honrado que no se mete con nadie, si me quedo quietecico en una esquina y ni me muevo.

– Mira, Fito, podemos hacer un trato. Yo necesito información sobre, digamos, la profesión en que te mueves. Si me ayudas, podría olvidarme de este desagradable asunto del uniforme y las vacunas a cambio de dos favorcillos de nada. ¿Qué me dices?

– Qué le voy a decir, señora agente, que ya sabía yo que algo quería desde que la vi sacar la placa, así que venga, pregúnteme, que no me queda otra.

– Estoy buscando a un mimo en concreto y no sé cómo dar con él ni cómo se llama, sólo que se viste de fantasma.

– Ay, qué difícil me lo pone, ese mimo no es un profesional, hoy en día no se tiene respeto por el oficio y existe mucho intrusismo, cualquiera se pone una sábana, se queda parado en una esquina y cree que hace el fantasma, pero esto conlleva un arte, un sentido de la estética, un concepto de la simbiosis y una coordinación de los movimientos…

– Me estás dejando de piedra con tu dominio de la retórica, Fito.

– Es que ustedes creen que nacimos con el disfraz puesto, pero lo cierto es que yo tengo mis estudios, y si no fuera por las vacas locas…

– ¿Las vacas locas?

– Pues sí, señora agente, porque yo tenía un centenar de reses de lo más lustrosas y era feliz hasta que llegó la enfermedad espongiforme esa y mi negocio se fue al garete, así que no me quedó otra que poner en práctica lo aprendido con mi grupo de teatro del pueblo y hasta hoy. Pero por subirme a un cajón no voy a perder el vocabulario.

– Pues admiro tu compostura, de veras, Fito, y tu triste historia me parte el alma, pero ¿sabes o no dónde anda el mimo que busco?

– Si hiciera un poco de memoria y me dijera dónde para, algún detalle…

– Juraría que era yonqui.

– Vaya noticia, casi todos los mimos no profesionales, excepto los jóvenes que estudian Arte Dramático y sólo buscan foguearse, o son toxicómanos o están de psiquiátrico. ¿Usted se ha fijado alguna vez en el mamarracho que se pone delante del centro comercial de la calle Preciados? ¿Uno que se viste de Charlot? Pues dice que se pone en lo alto para controlar si algún viandante lleva metralleta. Ya ve cómo está el patio. Así que como no me dé alguna pista más…

– Daba pena verlo, esquelético, mal pintado, con una sábana sucia hecha jirones y el pelo largo y grasiento.

– Imposible, así hay muchísimos. ¿Con quién andaba?

– Con un camello de poca monta, el Culebra, ¿te suena?

– ¡Acabáramos!, usted está buscando al Nano. Pues lo va a tener difícil.

– ¿El Nano?, ¿qué nombre es ése? ¿Y por qué lo tengo difícil?

– Por partes. Lo primero es que yo nunca he tenido confianza para preguntarle por qué le llaman así aunque, si quiere mi opinión, me figuro que lo de Nano viene de enano, y es que es bastante bajito, un mierdecilla, que no abulta ná. Lo de tenerlo chungo se lo explico muy clarito: ha desaparecido.

– A ver, explícame eso.

– Pues que se ha esfumado, señora agente, qué quiere que le diga. Un día vino y nos dijo que subastaba su esquina, que es de las mejores, y que corriéramos la bola, que tenía prisa y la iba a dejar de un día para otro. Total, que esa misma noche nos juntamos en el parque todos los que quisimos pujar y al final se sacó una pasta, no se crea. Y con ese dinero debió de pirarse, porque desde aquélla no se le ha vuelto a ver por aquí, así que los que pensábamos que empezaba a delirar por la droga llegamos a la conclusión de que igual hasta era cierta la historieta que contaba.

– ¿Y qué contaba?

– Que estaba muy acojonado, que un par de amigos suyos se habían metido en líos con un pez muy gordo y ahora estaban criando malvas. Por eso tenía que quitarse de en medio una temporadita larga, para no terminar como ellos. Y yo le decía: no seas fantasma, hombre, tú qué vas a pintar en una cosa así, si no eres más que un yonqui matao, y respondía: ¡nada!, no pinto nada ni sé nada, sólo lo que mis colegas me contaron, pero si alguno cantó antes de que lo mataran, si alguien de la organización me vio con ellos… entonces no pararán hasta verme en una fosa. No quieren testigos, porque con uno solo bastaría para cargarse todo su plan. Daban ganas de decirle que no se creyera más películas de gángsteres ni más trolas, pero él estaba muy convencido, repetía sin parar que tenía que pirarse, impedir que le cogieran vivo, pero claro, quién se lo iba a tomar en serio si todos los yonquis que llevan demasiado chutándose terminan perdiendo la chola y comienzan a alucinar y a decir que alguien los persigue. Aunque luego, cuando desapareció, nos matinamos que, o se había tomado muy en serio su chaladura, o algo le pasaba. Yo estuve pendiente de los periódicos, a ver si decían algo en la sección de sucesos, por si aparecía muerto en un descampado, como su amigo el Culebra, pero ni una noticia de él, y como estos tipos son carne de cañón, para qué darle más vueltas, tampoco era especialmente simpático, más bien pesao, mosca cojonera, ya me entiende, y yo creo que muchos se alegrarán de que ya no pare por aquí. Su esquina se la curraba desde hace años, así que tenía derechos adquiridos, pero la verdad es que no beneficiaba nada a los «trabajadores» del sector. Era demasiado cutre, no tenía categoría, únicamente se ponía una sábana por encima, se pintaba mal la cara y poco más. El Nano sólo aspiraba a sobrevivir, y así no se llega a ninguna parte.

– O sea, que no sabes de nadie que le haya vuelto a ver -y como niega con la cabeza, continúa preguntando-. ¿Y no tenía móvil, otro amigo, algún modo de localizarlo?

– ¿Cómo va a tener móvil un desgraciado como ése? No tardaría ni cinco minutos en cambiarlo por una papelina.

– ¿Y desde cuándo desapareció?

– Yo qué sé, hace mucho ya, el martes, el miércoles…

– Estamos a domingo, ¿no ha pasado ni una semana y ya es historia?

– A ver, qué quiere que le diga, la vida es así.

– Vale, Fito, déjalo -y ya va a darse la vuelta, asqueada, deseando perderlo de vista, cuando el mimo, imprudente, la detiene y le pregunta:

– ¿Y la segunda cosa que quería?

*

– ¡Un gato pulgoso! ¿Me quieres decir para qué queremos nosotros otro gato más? ¿Es que no nos llega con Matisse? Y por cierto, a ver cómo haces para que salga del armario, porque ha sido llegar por la puerta con ese bicho y allá que se ha ido para el fondo y no sale, ni con jamón de york ni con paté consigo tentarla, aunque no me extraña, con ese gatito todo sucio pululando por la casa, como para que salga y le pegue algo…

»Es que anda que tienes cabeza, sí, muy lindo, muy cariñoso y mucha hostia en verso y qué pena me daba el pobrecito pasando frío con ese mimo cabrón, pero ¡es que una cosa como ésta se pregunta, coño! Claro, en tu caso no, tú a tu bola. Y el gilipollas de Ramón que cargue con las consecuencias. Ahora, en vez de una, toma, dos tazas, y yo venga a limpiar cacas de gato, y vómitos de gato, y pelos de gato flotando por toda la casa mientras tú, como si nada, en el curro pasando de todo, jugando a polis y cacos. Es lo de siempre, que no piensas en mí, que te doy igual, que te da lo mismo llenarme la casa de animales recogidos en la calle, que te importa un bledo cargarme de trabajo, que sólo piensas en ti y en lo tuyo, y el gatito te daba pena, vale, pero ¿es que acaso yo no te doy pena, es que he hecho oposiciones para ser tu esclavo?