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Pero Ramón viene de buenas, cosa rara, y eso consiste básicamente en no darse por aludido con mis bordeces.

– Yo también me alegro de verte, mi amor.

Y la sonrisa desarmante le ilumina la cara y ella se siente ridícula, encelada como una niña, encaprichada por una carantoña que no le han dado a tiempo y que su orgullo le impide reclamar, más cabreada todavía que antes porque ahora, al tenerlo delante, comprende lo unilateral, lo parcial de su enfado.

– No me hagas el cuento, ¿dónde te has metido?

– Dando una vuelta -qué tranquilidad, qué desfachatez, qué cuajo-. Mirando discos, ojeando libros, comprando un mapa… Perdiendo un poco el tiempo hasta que tú llegases, mi vida.

– Sí, mucho mi vida y mucho mi amor, pero entro en casa y no te encuentro.

Su gesto sigue aún relajado, cómo hace para no darse por aludido. El muy falso, el muy hipócrita. Al menos podía percibir mi mal humor, darme un motivo para estallar. Pues no. Calmado, impasible, se quita la chaqueta y saca un paquete del bolsillo. Tiene algo para mí.

– Te he traído una cosa.

– ¿Sí?, ya me la darás luego. Ahora tengo que hacer una llamada.

A la mierda el acto de conciliación.

– Hola -dice muy segura-. Que se ponga Santi.

– Papi no está, cielo. Tendrás que soportarme a mí. Soy el único que queda en este antro.

Es Fernando, su tono a lo Marlowe resulta inconfundible. ¿Este hombre no tiene sentido del ridículo? Es de los típicos maderos que han visto demasiadas veces El sueño eterno, tantas como para creérselo. Lo peor es que sólo acepta que le respondan en su mismo lenguaje:

– No me sirves, mi amor. Busco a un hombre de verdad -y por el rabillo del ojo mira con disimulo a Ramón, plantado aún al lado del sofá con el regalito en la mano, digiriendo su desprecio-. ¿Tampoco está Nacho?

– Bingo, encanto. Igual todavía anda por aquí. Pero, pequeña -y baja el tono y se vuelve confidencial y aleccionador-, no puedo alabar tu gusto: un orangután con la nariz partida… En fin, voy a buscarle.

Y, en lo que dura la espera, Clara se vuelve en un gesto calculado dispuesta a sonreírle a Ramón, preparada para firmar el armisticio. Pero ya no está. Se ha ido. No tiene aguante, estará cambiándose en el baño con mi desplante ya masticado y tragado, y regurgitado, y asimilado, listo para vomitarme su genio torrencial como respuesta. Lo que me faltaba, un marido cabreado y una bronca de última hora para acabar la jornada, la guinda para un día perfecto a punto de estallar.

– ¿Qué pasa? -la voz de gigante de Nacho interrumpe sus pensamientos-, ¿quién me busca?

– Yo.

– Qué lacónica. ¿Qué quieres?

– Nada, sólo preguntar cómo andan las cosas por ahí, ¿sabéis algo de Vito?

– Poco tiempo nos has dado, no hace nada que te has ido y ya quieres resultados, ¿qué te crees, que somos los de CSI?

– No, joder, pero cuéntame qué tal ha ido la vigilancia, mañana me toca a primera hora.

– Pues nos lo hemos pasado bastante bien, no creas. Ahora, que a ti no te gustará tanto. Lógico, al ser mujer no tienes el aliciente de las putas.

– ¿Qué putas?

– Las que entran y salen. A todas horas. Parece como si Vito estuviera haciendo un casting de fulanas. Van y vienen de tres en tres guiadas por una especie de madame de altos vuelos que se las mostrará para que las tiente, o las cate, o yo qué sé. Son chavalas jóvenes, lozanas y amilanadas. En el fondo dan un poco de lástima. Debe de ser como una exposición de mercancía a estrenar. Salen del coche y las hacen entrar a pie para que, ya puestos, les echen un vistazo los guardianes de la verja, que igual también entienden mucho de putas. Y claro, éstos empalmaos todo el día, la sensación de poder que dará ver a semejantes jamonas con cara de conejitas asustadas haciendo malabarismos sobre sus tacones para que no se les vea más de lo debido por esos escotes de vértigo y las faldas minúsculas. Lo mismo el jefe les pregunta luego su impresión, o tienen un sistema de puntuación montado que se pasan por los pinganillos, como en Eurovisión.

– ¿Y la madame?

– Una bicha, con ojos color de ginebra mala. Nada bueno, lo que yo te diga. Esa tipa pasa como perico por su casa, un ratito de conversación y risitas con los de fuera y hala, para dentro. Niñas: al salón. Y no te creas que le dan pena. Hasta parece que se riera de ellas. Luego sale con algunas, los desguaces, los descartes que no sirven o no le deben de gustar a Vito, y a por más, que siga el espectáculo, el espectáculo tiene que continuar. Las más guapas según el criterio de esta gente y las necesidades del mercado, claro, se quedan dentro haciendo dios sabe qué, desfilando en bolas o esperando a ser estrenadas o vete tú a suponer. Pero salir no salen, sólo lo hace la mala bicha con los desechos.

– ¿Y por qué sabéis que son nuevas?

– Porque les hemos sacado fotos para contrastarlas con las prostitutas fichadas, que es lo que me ha tenido hasta ahora aquí, y no coincide ninguna. Además, son muy jóvenes, se balancean en lo alto de sus plataformas, van nerviosas, excitadas como si la madre superiora las sacara de excursión a un museo, a algunas les da la risa floja como si esto fuera algo que no alcanzaran a entender… No están fogueadas, se ve a la legua, y no parecen enviciadas aún con la droga. Yo no digo que sean vírgenes, ya me entiendes, pero éstas no llevan años ni meses haciendo la calle. Y no son caribeñas ni rumanas ni rusas, son de aquí, chicas que se acaban de escapar de casa, o las primas del pueblo de una profesional que las ha recomendado, o niñas decentes de barrio dormitorio que han tenido un revés a las que les han prometido ser modelo en la capital, cualquier cosa, maripositas que pretenden volar más alto o salir de la cloaca en la que malviven a costa de su cara y sus… Lo que tú prefieras, pero no son material usado. Vito busca calidad.

– Pues sí que debió de ser entretenido el desfile, sí. Pero de traficantes, de droga ¿nada de nada?

– De momento no. Hoy sólo ha sido el Día de las Putas. Va a ser que este Vito tiene una agenda mafiosa muy completa. Lo único especial que hemos visto ha sido a tu querido Culebra entrando.

– ¿Cuándo?

– A última hora, casi cuando acababa el turno. Estaba recogiéndolo todo para venirme, la cámara y esas cosas… No veas qué book de bollicaos nos vamos a hacer aquí con este material, ya me imagino al jefe Bores pajeándose en su despacho con el archivo de las niñas.

– Qué bestia eres. ¿Y el Culebra?, ¿no ha salido?

– No lo sé, me he venido sin esperar, eso pregúntaselo a Santi, que era el que se quedaba. Pero no le llames al coche, que hay interferencias y se oye de culo, creemos que Vito tiene un distorsionador de frecuencias o algún rollo informático para pillar nuestra onda, así que descartado usar la radio. Espérate a mañana, hoy no creo que ocurra ya nada más. ¿A qué hora entras?