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– Sí que pinta fea la cosa. ¿Y la madre? No me dirás que también es un monstruo. Alguien tendrá que ser normal en esa familia.

– Normalísima, te lo digo yo, está encantada de la vida. No es que se haya alegrado del suicidio de su marido ni tampoco que lo haya matado ella, que no lo sé, pero… ¿Tú sabes esas chicas monas, presentadoras de programas de relleno de televisión venidas a menos y modelos de medio pelo que eran la bomba sexual en su momento pero poco a poco empiezan a dejar de serlo y se casan con un señor veinticinco años mayor? ¿Te has preguntado alguna vez qué pasa con esas mujeres neumáticas cuando envejecen, cómo es su vida cuando ya sólo tienen por delante clases de aerobic y tardes en subastas y mercadillos benéficos? Fueron a la caza y captura del millonario para descansar, hartas de colarse en fiestas de la jet para ver si caía algo, de que les metieran la mano entre las piernas en el asiento trasero del Mercedes de turno, de presentar desfiles de ropa de baño en cualquier pasarela de provincias y, con todo, tengo la impresión de que a veces lo echan de menos, de que se aburren siendo tan respetables. Vale, disfrutan de su existencia contemplativa, pero cuando sus niños echan los dientecitos y van a la guardería, ¿no crees que al mirar las revistas del corazón añoran aquellos años locos y peligrosos en que eran chicas de portadas, las aspirantes más firmes al trono del papel couché? Juraría que antes Mónica Olegar se sentía exactamente así: deslumbrante rubia platino, rodeada de lujo que malgastar, sin asomo de preocupación y completamente desubicada en el mundo. Se le pasó el momento de ser la chica de moda y aún no ha llegado el tiempo de convertirse en la digna señora, la respetada esposa. Será una advenediza mientras no haya transcurrido tiempo suficiente, pero también ha pasado demasiado desde que dejó las pasarelas y los platós. Está en tierra de nadie y, de pronto, el marido se vuela la tapa de los sesos y ella, como por arte de magia, encuentra por fin su gran papel protagonista: el de la viuda desconsolada, la mujer fuerte y abnegada que se ocupa en educar a sus polluelos y vuelve a estar en boca de todos y se siente plena porque ahora sí la admiran por su entereza, la compadecen por su tristeza y la sacan resplandeciente en su dolor el día del funeral con ese luto tan favorecedor en otra portada más que sumar a la colección.

– Quién me iba a decir que precisamente tú, la sensible, la compasiva, llegarías a afirmar que una pobre viuda con tres criaturas está encantada con su situación porque va a volver a salir en las revistas. No puedo creerlo.

– Pues no te consternes tanto, Ramón, porque no me invento nada, y si no al tiempo. Esa gente es una raza aparte.

– A quien hay que dar de comer aparte es a ti, que estás pirada, que se te va la pinza, que estás obsesionada con la clase alta. No son una secta. Son gente normal, como tú o como yo, y entre ellos hay de todo, buenos, malos y regulares.

– Lo que tú digas, cariño.

*

No se llega media hora tarde, con el tiempo siempre pegado al culo y, además, recién levantada y ya con la mala hostia que ayer se le quedó pegada a la piel, antes de dormir, tras la «charla» con su dulce amor. Por eso cuando entra en el despacho va pensando qué bien, qué día más bonito y sólo acaba de empezar el lunes, cómo odio los lunes, y las conversaciones de cada mañana sobre penaltis y fueras de juego previas a la reunión y lo contentos, lo exultantes que están los compañeros, relajados tras un fin de semana de no hacer nada, de rascarse las bolas en el sofá viendo cómo la Mari pone la lavadora y prepara la paella, sólo quedarse roncando ante el televisor mientras Alonso da vueltas y más vueltas, cómo no se va a quedar uno traspuesto con el sueño que da mientras que yo, de gilipollas, todo el domingo trajinando, que si el memo de Fito el mimo, que si gatos por aquí y por allá, que si Esmeralda se da a la fuga o no se da, que si un rico en su garaje con la cabeza reventada y estos que no se callan de una maldita vez ya con que si fue tarjeta roja o amarilla. Y a mí qué me puede importar, coño, si es lunes y estoy baldada.

No, nada, jefe, no me quejo, es que ayer fue un día muy intenso, como comprobará en mi informe, y ahora habrá que ver qué hacemos con la cita con la madame, porque no sé de dónde vamos a sacar a alguien que encaje con la descripción que he dado de la supuesta candidata de dieciséis años. A ver cómo arreglo la mentira que le largué, porque es evidente que yo no aparento dieciocho ni en mi mejor sueño, entiéndame, tuve que improvisar, pero creo que si yo le explicara a esa bicharraca que a pesar de pasar de largo de los dieciocho estoy dispuesta a todo porque necesito el dinero y llegara con alguien que sí pareciese tan jovencita como ella desea, tal vez aceptara recibirnos a las dos.

Hoy, a las doce, sí, tiene razón, vamos muy justos. Apenas hay tiempo para reaccionar, pero los acontecimientos se precipitaron y…

Sí, señor. No debo buscar excusas. Y mentir siempre pasa factura, como usted dice, pero las manecillas del reloj no se están quietas y algo habrá que hacer, digo yo.

No, señor. Definitivamente por muy joven que parezca yo no cuelo, y las novatas, si es lo que está pensando, tampoco.

¿Que si tengo otras amigas que pudieran encajar?

– ¡Hola, Laura!

– ¿Qué quieres?

– Por qué lo dices.

– Sólo me llamas Laura antes de pedirme algo, así que rapidito, dispara.

– Yo sólo te iba a…

– Si me vas a preguntar por las pruebas ya te he dicho que ando muy liada, y de las huellas no puedo decirte nada todavía, lo único que sé es que en casa de la prostituta muerta han aparecido algunos pelos de gato. Y es raro, porque no recuerdo haber visto en ninguna habitación pienso ni cajón de arena ni nada por el estilo. Imagínate, puede que el asesino lo raptara.

– Ya, y los pelos esos ¿no serán tricolores?

– ¿Y tú cómo lo sabes?

– Son míos. Bueno, en realidad de Matisse; blanco, negro y canela.

– Joder, Clara, ¡otra vez has vuelto a contaminarme las pruebas!

– ¿Y qué quieres que haga?, ¿que antes de salir de casa me aspire la ropa? Te pones así porque tú no tienes gato, si no me entenderías. Venga, no te enfades.

– Cómo no me voy a enfadar… -de pronto se interrumpe-. Por cierto, ¿para qué llamabas?

– Para que me acompañes a un sitio.

– ¡Lo sabía, sabía que querías algo de mí! ¡Estaba segura! -exclama triunfal-. Cuéntame, adónde hay que ir.

– Resulta que tengo que visitar a alguien que espera encontrarse con una chica joven e inocente y, en fin, pensé que tú darías genial el tipo.

– El tipo de qué, ¿de chica tonta? ¿Por quién me tomas? ¿Y qué cita es ésa?

– Mira, te voy a ser sincera: es una misión de riesgo.

– ¡¿Misión de riesgo?! -no falla, ya ha picado.

– Sí, y tú eres parte fundamental de la misma. Esencial. Te cuento: he conseguido contactar con una organización que se dedica a reclutar mujeres jóvenes para luego introducirlas en el mundo del espectáculo.

– ¡Qué guay!, ¿no?

– Déjame seguir: esa organización se encarga de transformarlas, incluso les costea operaciones de cirugía estética a cambio de que luego ejerzan la prostitución de alto standing para ellos y, cuando fuera necesario, en el ejercicio de «su trabajo» filmen a hombres poderosos y acaudalados con los que se acuestan para luego chantajearlos. Me he enterado de cómo las seleccionan y…