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Y aunque parezca contradictorio me siento cómoda con él porque con sólo un vistazo puedo adivinar de qué pie cojea. Le gusta fumar, fardar, follar y farolear, he tratado con especímenes de su calaña, todos con su basura bajo la alfombra, pecados que esconder no precisamente veniales pero que les hacen humanos y una cierta sinceridad esencial que muestran a quien es de su agrado. Son los androides como Esteban Olegar, rígidos como sólo los petimetres saben serlo, empeñados en alardear de su falta de sentimientos, inflexibles como vírgenes, ascéticos como inquisidores, impíos como quien nunca ha cometido mal ni ha sucumbido a ningún anhelo los que me producen desasosiego. Es como si tuviera que lidiar con un habitante de otra galaxia que no sabe de qué están compuestas nuestras emociones, los dolores, los excesos, los miedos, y por eso sonrío a Roberto y a sus ojos lisonjeros y a sus labios ufanos y le digo que sí, que le llamaré como quiera, faltaría más, y que desearía que me contara, sin rebasar por supuesto los límites del secreto profesional, qué sabe de los Olegar, desde hace cuánto los conoce, cómo entraron en contacto y, sobre todo, por qué padre e hijo diferían tanto.

– Por dónde empezar -empieza-, nos conocimos hace más o menos unos doce años. Yo acababa de entrar en el bufete de mi padre y Julio ya era por aquel entonces un prestigioso empresario, aunque no con la fortuna inmensa que ahora deja. Esteban rondaría los dieciséis y Mara, su madre, maniaco-depresiva o más bien, para qué disimular, una loca de cuidado, pasaba por una de sus habituales crisis, por lo que se habían visto obligados a internarla. ¿Sabía que el capital inicial de los negocios de Julio lo aportó ella? Él era un hombre hecho a sí mismo, ya se lo habrán relatado, y ofrecía un futuro prometedor cuando se casaron, pero digamos que su matrimonio fue lo que hoy conocemos por un braguetazo que, lamentablemente, terminó en desgracia. En una de las cada vez más escasas temporadas que pasaba en casa, Mara se cortó las venas. Estaba embarazada de pocos meses y la investigación concluyó que sufrió un desajuste hormonal que agravó su locura. A consecuencia de esto Julio se volcó en el trabajo, tal vez para olvidar, y decidió apartar a Esteban de aquella mansión bañada de sangre y enviarlo a un prestigioso internado en el extranjero. Fue entonces cuando el padre de Mara nos contrató para controlar la gestión de la herencia de su nieto. Quería que se impusieran unos límites a la hora de administrarla para que su yerno no se la jugara en una de esas operaciones arriesgadas a las que era tan dado en aquellos años, si bien hay que reconocer que gracias a ellas y su éxito se convirtió en lo que ha sido hasta hoy aunque, por desgracia, no aplicaba esa pasión a su vida privada: cada vez se encontraba más apagado, se iba transformando en un hombre amargado y derrotado.

– Y ahí fue donde entró usted.

– Esto sería hace cosa de diez años, y yo por aquel entonces ya era buen amigo suyo y empecé a sacarlo por ahí para espabilarlo un poco. Tanto lo espoleé que acabó por levantarme la novia. Sí, a Mónica, no me diga que la viudita no se lo ha contado -amaga un gesto de incredulidad-. De todos modos no creo que se sorprenda si le digo que, aunque ahora se haga la respetable madre de familia, la conocí un verano como participante en un certamen de Miss Camiseta Mojada en el cual, por avatares que no vienen al caso, yo presidía el jurado. Sí, ríase, pero ya sabrá que toda segunda esposa más joven ha de tener un pasado, y vaya si Mónica lo tiene. Tampoco le habrá comentado que esos pechos descomunales que luce se los regalé yo por nuestro segundo aniversario. ¿No? Va a ser que por fin ha aprendido a cerrar la boca. No se lo reprocho, tiene tres niñas arrebatadoras y debe darles ejemplo, no me extrañaría que acudiera todos los días a misa de ocho para arrepentirse de sus pecados, porque vaya si pecó, sobre todo de malas artes con su futuro marido, a quien enganchó bien enganchado, y eso que le avisé. Pero no pude frenarlo, se casaron en seis meses, ella con un bombo de campeonato y Julio, como un adolescente bobo, estúpidamente enamorado. Esteban todavía sigue cabreado por aquello.

– Me deja sin palabras, parece sacado del peor culebrón.

– Pues ésta es la versión abreviada. Veo que no es de las de ojear revistas en la peluquería, porque todo esto salió extensamente detallado en la prensa rosa.

– Vaya, la de horas de hemeroteca que me ha ahorrado. Le agradezco enormemente su sinceridad.

– Prefiero contarle esto yo a dejar que se entere por fuentes adulteradas. Además, ayudándola conseguiré que cierre antes la investigación. Mire, señorita Deza, no me gustaría ver cómo remueve la mierda de esa familia. No es que me importe Mónica, a quien es obvio que no tengo en gran estima, pero sí me duele la memoria de Julio, y soy responsable del futuro de sus hijas.

– Una postura muy inteligente -y le halago porque sé que, de todo mi arsenal de tretas infalibles en los interrogatorios, ésta será la más efectiva con él-, aunque, de todo lo que me ha desvelado, lo que me parece más interesante es la relación entre padre e hijo.

– Siempre fue pendular. Apenas después del primer parto, Julio se dio cuenta de cómo era Mónica en realidad: materialista, frívola y, lo peor, nada cultivada ni interesada por dejarse enseñar y mucho menos domar. Quizá por eso volcó todas sus esperanzas en Esteban, por entonces un universitario avispado e inteligente. Intentó por todos los medios estrechar los lazos entre ambos con la energía y desesperación de un padre avergonzado. Cumplió sus caprichos, que no eran otros que formarse en las mejores escuelas de negocios del mundo, y hasta allí le llevaba a sus hermanas con el empeño de que, ya que no con él, por lo menos se encariñara con ellas. Pero Esteban para aquel entonces era tal y como es ahora: eficiente, ambicioso y desalmado. No me refiero a que fuera un malvado, entiéndame, sino a que había llegado tarde el amor, a la familia, para su formación como persona. Estaba aleccionado para ser insensible, un perfecto tiburón de las finanzas, un futuro hijo de puta en potencia. Julio lo habría dado todo por tener un hijo no tan dotado para los negocios pero más cariñoso, más cercano, alguien con quien compartir un paseo antes que un balance de resultados. Y, con todo, ellos se querían. Discutían a todas horas, cierto, y puede que en sus peleas se dijeran cosas tremendas de las que luego se arrepintiesen, pero Julio no se mató por eso. Recuerde que también están las niñas, y ni uno ni otro habrían hecho nunca nada que las perjudicara. Por eso todavía no me cabe en la cabeza que se haya suicidado, se lo juro, no lo entiendo.

– Pero, si Julio era consciente de que Esteban quería tanto a las niñas, ¿por qué lo dejó a usted como albacea?

– Su pregunta es lógica, hasta obvia, pero se le escapa un detalle: Julio se fiaba de Esteban a pesar de sus peleas, pero no de las mujeres. Si una pécora del calibre intelectual de Mónica pudo engancharlo a él con una argucia tan simple como pinchar un condón, ¿por qué no podría pasarle lo mismo a su hijo? ¿Y quién le garantizaba que, una vez sorbido el seso por la víbora de turno, no empezara a dilapidar el dinero o a jugárselo en un casino?

– Tiene sentido, aunque también lo tendría que apartara a Esteban del dinero de sus hermanas por cuestiones estrictamente empresariales pues, a fin de cuentas, sus diferencias provenían de ahí.

– Más que empresariales eran, en cierto modo, diferencias ideológicas. Julio fue un hombre humilde y ambicioso que logró crecer a base de esfuerzo y, por qué no decirlo, de la ayuda de gente que supo entender su valía. Hasta mi padre, convencido de que tenía futuro, llegó a avalarlo en uno de sus primeros proyectos. Esteban, en cambio, no se caracteriza por un trato humano que contemple mejoras para trabajadores. No contrataría jamás a nadie mayor de cuarenta y, si por él fuera, las mujeres embarazadas deberían ser despedidas ipso facto, e incluso penadas sin indemnización como condena por entorpecer el ritmo de la empresa. Como imaginará, sus posturas políticas eran también diametralmente opuestas, de hecho Julio donaba con regularidad dinero a diversas fundaciones culturales y organizaciones no gubernamentales mientras que su hijo opina que son unos vagos y unos chupópteros, además de ladrones, y el dinero que se les dé sólo sirve para desgravar.