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Me acuerdo muy bien, Excelencia, como si lo estuviera viendo, cuando puso un problema al enviado del Imperio del Brasil. El sabiorondo Correa da Cámara no supo resolver la adivinanza. ¿De qué adivinanza estás hablando? Vuecencia dijo aquella noche al brasilero: ¿Por qué el león con su solo bramido y rugido aterroriza a todos los animales? ¿Por qué el llamado rey de la selva sólo teme y reverencia al gallo blanco? Voy a explicarle el asunto ya que usted no lo sabe, le dijo Vuecencia: La razón es porque el sol, órgano y prontuario de toda luz terrestre y sideral, más efecto produce, se simboliza mejor en el gallo blanco del alba por su propiedad y naturaleza, que en el león rey de los ladronicidios selváticos. El león anda de noche en busca de sus presas y depredaciones, bandeirante de gran melena y hambre grande. El gallo despierta con la luz y se mete al león en el buche. Correa tragó fuerte y revoleó los ojos. Vuecencia le dijo luego: De repente aparecen diablos emplumados en forma de león y desaparecen ante un gallo… ¡Vamos, Patiño, déjate de antiguas animaladas! No podemos pronosticar lo que provendrá. Puede ocurrir que de pronto se inviertan los papeles y que el rey de los ladronicidios selváticos cometa la salvajada de meterse al gallo en la panza. Sólo que esto no sucederá mientras dure la Dictadura Perpetua. Si es Perpetua, Señor, la Dictadura durará eternamente y por toda la eternidad. Amén. Con su licencia suelto un momento la pluma. Voy a santiguarme. Ya estoy, Señor. A su orden. ¡Listo Valois! Conozco tu grito de guerra. Hambre y calambre te atacan. Vete al poroto y santigúate sobre la olla. Basta por ahora. El resto continuará. Envía sucesivamente lo que vaya saliendo. Llévame a la cámara. ¿A la Cámara, Señor? A mi cama, a mi lecho, a mi agujero. Sí, patán, a mi propia Cámara de la Verdad.

Ah lecho, odiado lecho. Buscas mi gravedad, quieres ser dueño de mi fin. ¿No es ya bastante que me hayas robado horas, días, meses, años? ¡Cuánto, cuánto tiempo mi persona ha recorrido tu inmensidad de trasudados jergones! Cálzame el espinazo, Patiño.

El almohadón primero. Esos dos o tres libros después. Las Siete Partidas bajo una nalga. Las Leyes de Indias bajo la otra. Levántame la rabadilla con el Fuero Juzgo. Ay ah uy. No, así no. Todavía más, mete un poco más abajo el Fuero. Así, así está algo mejor. Necesitaría la palanca de Arquímedes. Ah si una ciencia desconocida pudiera sustentarme en el aire. Esas argollas de las que cuelgan ollas sobre el fuego. Aun inflado de gas caliente, no puedo levitar como mis caballos. Podría, Señor, mandar tejer una buena hamaca, como las que tienen los presos en los calabozos. Tan livianos se sienten en ellas, que hasta olvidan el peso de sus barras de grillos. Tal vez tengas razón. Es lo último que me falta. Gracias por el consejo. Vete a almorzar, que ya las tripas te lloran en la cara. Eh eh ¡aguarda un momento! Tráeme el pasquín. Quiero examinarlo otra vez. Alcánzame la lupa. ¿Entorno más el postigo, Señor? ¿Qué, piensas escaparte a lo pájaro por la ventana? No, Señor; sólo para que Vuecencia tenga más luz. No hace falta. Debajo de mi cama hay tanta claridad como al cielo raso del mediodía.

Me intriga este papelucho. Te habrás dado cuenta por lo menos de que este papel del anónimo ya no se usa desde hace años. Yo nunca lo vi, Excelencia. ¿Qué observas en él? Papel cubierto de moho, largamente guardado, Señor. Mirado a contraluz se nota la filigrana listada de la marca de agua: Un florón de extrañas iniciales que no se dejan entender, Excelencia. Pregunta al delegado de Villa del Pilar si esa contrabandista llamada La Andaluza ha traído más resmillas de esta marca. A Tomás Gill le alucina garrapatear sus oficios en papel verjurado. Si perjurado, mejor. Debo recordarle, Señor, que la viuda de Goyeneche no ha vuelto al Paraguay. ¿Quién es la viuda de Goyeneche? La capitana del barco que traía los contrabandos, la señora a quien llaman La Andaluza, Señor. Ah, creí que te referías a la viuda de Juan Manuel de Goyeneche, enviado confidencial del Buonaparte y de la Carlota Joaquina, el espía maturrango que jamás pisó el Paraguay. Después de la entrevista que Vuecencia le concedió, La Andaluza no ha hecho más viajes. ¡Mientes! Jamás la recibí. No trastornes las cosas. No pongas arriba lo de abajo. Averigua con los comisionados, administradores de fronteras, jefes de resguardos, cuándo y cómo han entrado más resmas de este papel vergueteado al país. Ahora retírate.

¿Almorzará, Señor? Dile a Santa que me traiga un jarro de limonada. ¿Ha de venir maese Alejandro a las cinco como de costumbre? ¿Por qué no ha de venir? Quién eres tú para alterar mis hábitos. Dile al rapabarbas que vaya poniendo las tuyas en remojo. Vete y buen provecho.

(En el cuaderno privado)

Creo reconocer la letra, este papel. Antiguamente, en los años más atrás, representaron para mí la realidad de lo existente. Golpeando una piedra de chispa sobre la hoja se podía ver en la tinta aún húmeda un pulular de infusorios. Fibrillas parásitas. Corpúsculos anulares, semilunares del pasmodium. Acababan formando los rosetones afiligranados de la malaria. Tiembla el papelucho atacado de chucho. ¡Viva la terciana!, zumba la fiebre en mis oídos. Obra de los culícidos anopheles.

Seguir el rastro de la letra en los laberintos de… (roto).

las filigranas de agua en el papel ver-jurado, las letras flageladas, marcan ahora la irrealidad de lo inexistente. En la selva de diferencias en que yacemos, también Yo debo cuidarme de ser engañado por el delirio de las semejanzas. Todos se calman pensando que son un solo individuo. Difícil ser constantemente el mismo hombre. Lo mismo no es siempre lo mismo. YO no soy siempre YO. El único que no cambia es ÉL. Se sostiene en lo invariable. Está ahí en el estado de los seres superlunares. Si cierro los ojos, continúo viéndolo repetido al infinito en los anillos del espejo cóncavo. (Tengo que buscar mis apuntes sobre este asunto de almastronomía.) No es una cuestión de párpados solamente. Si a veces ÉL me mira sucede entonces que mi cama se levanta y boga al capricho de los remolinos, y YO acostado en ella viéndolo todo desde muy alto o desde muy abajo, hasta que todo desaparece en el punto, en el lugar de la ausencia. Sólo ÉL permanece sin perder un ápice de su forma, de su dimensión; más vale creciendo-acreciéndose de sí propio.

¿Quién puede asegurarme que no esté yo en el instante en que vivir es errar solo? Ese instante en que efectivamente, como lo ha dicho mi amanuense, uno muere y todo continúa sin que nada al parecer haya sucedido o cambiado. Al principio no escribía; únicamente dictaba. Después olvidaba lo que había dictado. Ahora debo dictar/escribir; anotarlo en alguna parte. Es el único modo que tengo de comprobar que existo aún. Aunque estar enterrado en las letras ¿no es acaso la más completa manera de morir? ¿No? ¿Sí? ¿Y entonces? No. Rotundamente no. Demacrada voluntad de la chochez. La vieja vida burbujea pensamientos de viejo. Se escribe cuando ya no se puede obrar. Escribir fementiras verdades. Renunciar al beneficio del olvido. Cavar el pozo que uno mismo es. Arrancar del fondo lo que a fuerza de tanto tiempo allí está sepultado. Sí, pero ¿estoy seguro de arrancar lo que es o lo que no es? No sé, no sé. Hacer titánicamente lo insignificante es también una manera de obrar. Aunque sea al revés. De lo único que estoy seguro es que estos Apuntes no tienen destinatario. Nada de historias fingidas para diversión de lectores que se lanzan sobre ellas como mangas de acridios. Ni Confesiones (como las del compadre Juan Jacobo), ni Pensamientos (como los del compadre Blas), ni Memorias íntimas (como las rameras ilustres o los letrados sodomitas). Esto es un Balance de Cuentas. Tabla tendida sobre el borde del abismo. La pierna gotosa va arrastrándose hacia el extremo hasta ese punto del balanceo en que tabla, caminante, cuentas y cuentos, deudas y deudos son tragados por el abismo. ¡Salud, bienvenido talud!

El idiota de Patiño acierta siempre las cosas por la mitad. No recibí a La Andaluza. Le concedí audiencia mas no la recibí. Recíbala, S. Md., me hace decir su socio Sarratea. La insigne comerciante es una encantadora persona, devota de Ud. a no pedir más. Lleva a S. E. la propuesta de un negocio que habrá de dejarlo satisfecho por mucho tiempo, pero que no puede menos que ser tratado a solas por los riesgos que implica. Falsas palabras de porteño, falso como todo porteño. Pretende alucinarme con la superchería de un gran contrabando de armas. Poco menos vendría en el cargamento todo al arsenal robado al Paraguay y en el bloqueo pirata del río, más las armas que dejaron las tropas paraguayas cuando fueron a defender Buenos Aires contra las invasiones inglesas. Hasta los cañones del Puerto, por no decir más.

La chamusquina del complot se olía desde lejos antes de que brotara el humo. Yo a veces gusto de parecer ingenuo. Qué es mañana que no pueda venir hoy la insigne comerciante, si ayer sería ya un poco tarde, chasqueé al porteño. Al punto la garza verde alas blancas de veinte metros de eslora cubrió las setenta leguas desde la Villa del Pilar, donde la barca ha estado anclada durante dos meses esperando mi autorización. Planeando entre los cerros de Lambaré y Takumbú descendió suavemente en la bahía del puerto frente a la Casa de Gobierno.

Primero entró en el estudio por la lente del catalejo la menuda silueta de la capitana al gobernalle. Está ahí de espaldas en el espejo. Cuerpo-junco. Cuerpo-tercerola. Espingarda-mujer. Los dedos crispados sobre el gatillo de la voluntad. Fue entonces cuando escribí, nihil in intellectu, este ejercicio retórico que ahora copio para castigarme dos veces con la vergüenza de aquella cursilería provocada por la visita fabularia de la real mujer. Deyanira me trae la túnica empapada en sangre del río-centauro Neso. Neso: Anagrama de seno. Criaturas anfibio-lógicas las mitológicas. ¿Saben cómo es la cosa? Pueden encontrarla en cualquier diccionario portátil sobre los mitos. Si para entonces el mío no está consumido por el fuego, acucioso compilador-acopiador de cenizas, acude a las pp. 70-7, donde hallarás marcada una cruz: Hércules se enamora de Deyanira destinada a Aqueloo. Lucha con éste que ha tomado la forma de serpiente, luego la de toro. Le arranca un cuerno y éste será celebrado después como el Cuerno-de-la-abundancia. Perder una mujer es siempre encontrar la abundancia. Hércules, en cambio, es llevado por su victoria a la perdición. Lleva a Deyanira al cerro del Takumbú, en realidad a Tirinto. Lo que no importa mucho, pues en tales fábulas unos nombres no son más reales que otros. Entra en escena el centauro Neso que conoce los sitios vadeables del río. Se ofrece a pasar sobre sus espaldas a Deyanira. Mas como todas estas deidades machihembradas son traicioneras, el río-centauro Neso huye con ella. Hércules dispara al raptor una flecha envenenada. Sintiéndose morir, da su túnica empapada en sangre y veneno a Deyanira, quien a su vez la entregará como presente a Hércules. Aquí hay todo un enredo. Detalles de celos, recelos, desconsuelos. ¿De qué se nutren las fábulas sino de menudas fatalidades? Hércules agoniza vestido con la túnica de Neso. Todavía le sobran fuerzas para derribar grandes árboles al pie del Cerro-León. Forma una pirámide; mide una pira a la medida de su rabia. Manda a Filoctetes, su Policarpo Patiño, que prenda fuego a los troncos sobre los cuales ha extendido su piel de león, acostándose sobre ella como en un lecho, la cabeza apoyada en su maza. El portátil dice que también Deyanira se mató por desesperación. No; las mujeres fabularias o reales no se matan. Matan por esperación. Entre dos lunas se desangran, pero no mueren.