Escuela Especial «Casa de Huérfanas y Recogidas». Alumna Telésfora Almada, 17 años: «El Supremo Gobierno debe convocar inmediatamente a elecciones populares y soberanas. Entretanto, debe disolver el ejército parasitario mandado por jefes corrompidos y venales, transformándolo en milicias que hagan avanzar la Revolu ción junto con todo el pueblo de la Patria…» Ahá. ¡No es mala idea, no es mala idea en absoluto, la de esta muchacha! A propósito de la Casa de Huérfanas y Recogidas, Excelentísimo Señor, me permito informar que en ese establecimiento están ocurriendo cosas muy extrañas. ¿Vas a decirme, Patiño, que también allí están apareciendo esos monstruos nunca vistos que han comenzado a invadir la ciudad, tal vez al país entero? No tanto, Señor. Pero lo que sí es cierto y real, es que allí reina el mayor libertinaje que se pueda uno imaginar. No se sabe qué hacen, ni a qué hora duermen esas muchachas y mujeres de toda calaña. De noche la Casa de Recogidas y Huérfanas, un prostíbulo. De día, un cuartel. Han formado un batallón de todos colores, edades y condición. Blancas, pardas, negras e indias. Antes de romper el alba se van a los montes. Capaz que se dedican a ejercicios de combate. Durante todo el día hasta la caída de la noche se oyen tiros lejanos. He mandado vicheadores. Vuelven sin haber visto nada. Uno de ellos quedó fuertemente amarrado a un árbol con bejucos y un cartel injuriante en el pecho. El ysy-pó-macho con que lo ataron no se pudo cortar ni a machete y hubo que quemarlo para liberarlo. Se le practicó un largo interrogatorio en la Cámara de la Verdad. No pudo, no supo o no quiso informar nada, hasta que quedó sin aliento bajo los quinientos azotes. He ido personalmente esta mañana a registrar la Casa y la he encontrado vacía. Ningún rastro, Señor. Salvo la apariencia de estar deshabitada desde hace mucho tiempo. En tales circunstancias, me permito recabara Vuecencia las órdenes de lo que debo hacer. Con respecto a la Casa, por ahora nada, mi fiel ex fiel de fechos. Coge la pluma y escribe lo que voy a dictarte. Apriétala bien fuerte con toda la firmeza de que seas capaz. Quiero oírla gemir cuando rasgue el papel con mi última voluntad.
CONVOCATORIA
YO EL SUPREMO DICTADOR DE LA REPÚBLICA
Ordeno a todos los delegados, comandantes de guarniciones y efectivos de línea, jueces comisionados, administradores, mayordomos receptores fiscales, alcabaleros, alcaldes de los pueblos y villas, presentarse en la Casa de Gobierno para la reunión del cónclave anunciado en la Circular Perpetua.
La reunión tendrá comienzo a las 12 horas del domingo próximo a 20 días del mes de setiembre. La comparecencia es obligatoria y su omisión no podrá ser suplida ni justificada en ningún caso por extrema que sea la causa.
Ahora voy a dictarte la invitación especial que concierne a tu estimada persona:
YO EL SUPREMO DICTADOR PERPETUO ORDENO que a la presentación de este mandato por manos del propio interesado el jefe de Plaza proceda al arresto del fiel de fechos Policarpo Patiño bajo total y absoluta incomunicación.
Por hallarse incurso en un plan conspirativo de usurpación del Gobierno, el reo Policarpo Patiño sufrirá pena de horca como infame traidor a la Patria, y su cadáver será enterrado en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore su nombre.
Son responsables del cumplimiento de este Decreto Supremo juntamente con el jefe de Plaza los tres comandantes restantes. Cumplido, deberán rendir cuenta de inmediato y personalmente al suscripto, quedando asimismo los cuatro comandantes sujetos a las penas de subrepción, lenidad o complicidad en que pudieran incurrir por omisión o comisión.
Alcánzame los papeles. Voy a firmarlos ahora mismo. Nueva tromba de agua, la última, se arranca de la palangana en el brusco movimiento. El condenado se ha cuadrado. Ha desaparecido. La persona catafalca del mulato se ha disuelto en el charco que inunda el piso y forma arroyuelos en las junturas. La vieja pestilencia ha aumentado súbitamente al doble de su tamaño y fetidez. Los chatos y enormes pies sin embargo están ahí. Talones juntos. Pulgares separados levantando sus córneas cabezas con temblorosos movimientos de súplica, de espanto. Únicamente los pies húmedos relucen en la penumbra. Inmensos. Bañados de sudor. Se han hinchado tanto, que el obeso fiel de fechos debe de haberse metido enteramente en ellos, queriendo hundirse más y más. Enterrarse. Pero las tablas del piso, más duras que el fierro, han producido un efecto contrario en el intento de fuga, de ausencia. La han hecho más presente aún en la tremenda hinchazón del monstruo humano convertido en dos pies que sudan. Dos pies que miran en el parpadeo de las uñas. Dos pies que imploran cuadrados militarmente. Dos pies que oscilan ya con el lento balanceo de los ahorcados. ¡Vamos, acércate! ¿O es que quieres morir dos veces? Alcánzame los papeles. El fiel de fechos asoma temerosamente de su escondrijo armado a doble calcañar. El enorme corpachón sale en puntillas de sus patas. Poco a poco. Miedo a miedo. Las bolsas calcáneas se van aflojando a medida que el corpachón recupera su tamaño, más también su duplicidad. El dúplice malandra, definitivamente partido en dos de arriba a abajo por el tajo de la pluma. Firmo. Firmado. Échales arenilla a los oficios. Pon el tuyo en un sobre. Lácralo. Señor, se acabó el lacre. No importa, va lacrado con la lacra de tu ex persona. Desnudo de golpe, se pone un decreto delante, el otro detrás. De lo íntimo de su pecho exhala un mortal suspiro. La diestra mano hecha un negro canuto de pluma da un gran golpe a la cara. ¿Pretende aún el infeliz sobornarme al final por la compasión? ¿Con una última gracia de volatinero de feria? Métese de golpe la mano-pluma en el gaznate atravesando la nuez de Adán, de modo que el fierro le sale por el colodrillo en el trasero de la cabeza, y en la punta de él aparece un niño cantando y haciendo endiabladas piruetas. Con voz de enano el ex Patiño me suplica: Excelentísimo Señor, acepto humildemente el justo castigo que Vuecencia ha querido imponerme, pues he venido cargando mi negra conciencia por un camino muy bellaco de muchos dolos y lodos, un camino blasfemado de la más negra ingratitud hacia su Excelentísima Persona. Pero más humildemente todavía me animo a rogar a Su Excelencia no prive a mi sepultura del más preciado signo de todo buen cristiano, la santísima Cruz. No me importa, Señor, ser sepultado en el potrero más pelado de extramuros. No me importa que la Cruz sea hecha del más vilísimo palo y aun de venenosa madera. No me importa, Señor, que la adornen de estola o con piedritas de colores al pie. ¡Ah, Señor, pero la Cruz, la Cruz!, gime el falsario agestándose de misterio. ¡Sin el socorro y protección de la Cruz, Piadosísimo Señor, los espíritus con los cuales tengo cuentas pendientes, vendrían a tomarse desquite y venganza contra mí! ¡A lo que más quiera, Señor, le ruego, le imploro!… Por lo que oigo, ya te consideras ahorcado y enterrado, y quieres hacer aquí mismo tu velatorio. ¡Señor, yo…! Tus suspiros me huelen a regüeldos. ¿Te consideras un buen cristiano? Señor, santulario no soy pero mi creencia en la Cruz no puedo asencillar. Ha sido siempre mi socorro, Señor, y tú has sido el bribón más redomado en cien años. ¿Qué puede significar entonces la cruz para ti? ¡De modo que Nequáquam! ¡Ni cruz ni marca! Te has equivocado al nacer y te equivocas al morir. No lucharé a puntapiés con mi ex acémila. La echaré como a un exsecretario. Anda a brujulear tu último retrete; a burro muerto la cebada al rabo. Vete ya y no te cuadres más porque oiré sonar el golpe de cuatro talones. Me ha entendido mal el animal. Se pone en cuatro patas, rebuzna un poco y se aleja chapoteando en el barro. ¡Ex Policarpo Patiño! Se detiene de golpe. ¡A su orden, Excelencia! ¡La lupa, acuérdate de la lupa! ¿Qué lupa, Señor? Pon la lupa al sol. ¡Ah sí, Excelencia! Se yergue el mulato bufando penosamente. ¡Vamos, apúrate! Abre el postigo. Coloca la lente en el arco que te he mandado poner ex profeso en el marco. Sí, Señor, lo coloco. Se entusiasma ajustando el cristal en la virola. Juego de niños. Expende Dictatorem nostrum Populo sibi comiso et exercitu suo! 1 ¿Cuántas arrobas de ceniza producirán mis flacos huesos? ¡Por lo menos cien, Excelencia! Exoriare aliquis nostris es ossibus ultor!, 2 murmuro mientras veo caer sobre el lente rayos del sol cenital. A partir de la superficie biconvexa, forman un sólido lingote de oro fundente. Bien. Está bien. El universo continúa cooperando con sus preciosos dones, que me resultan muy módicos. Pon bajo ese lingote de fuego tu ex mesa con todo y las finadas ánimas atadas a sus patas. Amontona sobre ella en forma de pira una pila de papeles. Desplaza un poco la mesa. Haz que el haz del sol pegue en la cresta misma del haz papelario. Ahí, ahí. Cuando empiezan a brotar los primeros rizos de humo contra su cara, el ex fiel de fechos deja de sonreír. Me mira perrunamente, los ojos llenos de lágrimas. Dales cuerda a los siete relojes. Ninguno de ellos te dará ya a ti la hora. Pon el de repetición al alcance de mi mano con sus campanas redoblando. Recoge la palangana y vete. Si no hemos de vernos más en esta vida, adiós hasta la eternidad.
Mi memoria no es soñadora. Antes trabajaba despierta hasta en el sueño, si es que alguna vez conseguí dormirme. Cosa muy poco probable. Ahora trabaja hasta en el no-sueño. Desmemoria rememorante mi mucho mando en eclipse. Escribo entre los remolinos de humo que llenan la habitación. Cámara de la Verdad. Cuarto de Justicia. Aposento de las Confesiones Voluntarias. Postumo confesionario. Mis obras son mi memoria. Mi inocencia y mi culpa. Mis errores y aciertos. ¡Pobres conciudadanos, me han leído mal! ¿Y cuál es la cuenta de tu Debe y Haber, contraoidor de tu propio silencio?, pregunta el que corrige a mis espaldas estos apuntes; el que por momentos gobierna mi mano cuando mis fuerzas flaquean del absoluto Poder a la Impotencia Absoluta. ¿Cuál es la cuenta, regidor perpetuo de tu desconfianza? En medio del humo la mano se cuela en mis secretos. Hurga. Separa la paja del grano. Granos muy pocos. Quizás uno solo: Muy pequeño. Diamantífero. Brillando enceguecedoramente sobre el negro almohadón de las Insignias. Paja mucha; casi todo el resto. Destinada a consumirse en el fuego. La mano de hierro fuerza a mi mano. Siempre alerta contra todo, escribe mi mano por mandato de la otra. No puedes soportar la sospecha y no puedes salir de ella. Emparedado en tu cóncavo espejo, has visto y seguirás viendo a un tiempo, repetido en sucesivos anillos hasta el infinito, la tierra en que estás acostado ensayando tu yacer último-último-primero. Selvas. Esteros. Nubes. Objetos que te rodean. La imagen espectral de tu raza dispersa como arena del desierto. Has jugado tu pasión a sangre fría. Cierto. Mas la has jugado sobre el tapete del azar. La pasión de lo Absoluto ¡ah mal jugador!, te ha herrumbrado y carcomido poco a poco, sin darte cuenta mientras vigilabas tus cuentas al centavo. Te has conformado con poco. Has puesto sobre el aerolito tu pierna enormemente hinchada. Está ahí, preso. Tú, encerrado con él. Sientes que late y respira mejor que tú. Sientes en el meteoro el pulso natural del universo. En cualquier momento puede regresar a sus caminos siderales. Estos perros del cosmos no enferman de hidrofobia. Tú ya no puedes moverte. Salvo esta mano que escribe por inercia. Acto vestigial de un Hábito absolutamente gratuito. Sólo te falta caer en la fosa. En lo más hondo del embudo-espejo. Cualquier rayo de luz que penetre su envoltura de insólita refracción, más pesada que la atmósfera de Venus, seguirá un arco invariablemente más agudo que tu propio pensamiento… ¿Me estoy repitiendo? No; porque no es mi voluntad la que se moja de tinta y se expresa en signos. Sin embargo, ¡sí! La Voz repite los pensamientos que alguna vez anoté en mi almanaque. ¡Los tenía completamente olvidados! ¡Los apuntes de Al-mastronomía que escribí el 13 de diciembre de 1804! La imagen del cóncavo espejo y el rayo de luz repitiendo en sucesivos anillos al infinito el ojo que mira hasta hacerlo desaparecer en sus múltiples reflejos. En esta perfecta cámara de espejos no se sabría cuál es el objeto real. Por lo tanto no existiría lo real sino solamente su imagen. En mi laboratorio de alquimia no fabriqué la piedra filosofal. Logré algo mucho mejor. Descubrí este rayo de rectitud perfecta atravesando todas las refracciones posibles. Fabriqué un prisma que podía descomponer un pensamiento en los siete colores del espectro. Luego cada uno en otros siete, hasta hacer surgir una luz blanca y negra al mismo tiempo, allí donde los que únicamente conciben lo doble-opuesto en todas las cosas, no ven más que una mezcla confusa de colores. De este descubrimiento no llegó a enterarse mi maestro Lalande, a quien el papa en la misma fecha del 13 de diciembre de 1804 le dijo que un astrónomo tan grande como él no podía ser ateo. ¿Qué habría dicho de mí el Sumo Pontífice, de haber venido al Paraguay donde le tenía reservado el cargo de capellán? ¿Qué habría dicho Su Santidad, bañándose en la espesa atmósfera de Venus, al ver en mi cóncavo espejo el espectro de Dios salido del prisma? ¿También me habría llamado ateólogo? Cuando fijé la fórmula, mi propio pensamiento era un prisma y un espejo-embudo. Hasta el último grano de polvo se reflejaba en él. Hacía titilar la página del éter. En otro tiempo, me repito, escribía, dictaba, copiaba. Me lanzaba por las pendientes de papel y tinta. De repente el punto. Súbito fin del desenfreno. El punto en que lo absoluto empieza a tomar del revés la forma de la historia. En un principio creí que yo dictaba, leía y obraba bajo el imperio de la razón universal, bajo el imperio de mi propia soberanía, bajo el dictado de lo Absoluto. Ahora me pregunto: ¿Quién es el amanuense? No el fide-indigno, desde luego. En aquel tiempo le mandé que se descalzara, de modo que la sangre acumulada en los pies al calor de los botines-patria se expandiera a la cabeza. Subió la sangre y activó un poco más las pilas del encéfalo sulfatadas de sebo, desamparadas de materia gris. Se le subió la sangre, mas también se le subieron los humos. Épocas del comienzo de la Dic tadura Perpetua. No le bastó al fideindigno la frescura del piso. Perfeccionó el invento. Él mismo se trajo la palangana de agua fría. Durante más de un cuarto de siglo tuvo metidos los pies en esa agua negra que se volvió más espesa que la tinta. Sin saberlo, sin proponérselo, logró contradecir a Heráclito. Los pies anfibios del amanuense se bañaron en la misma agua inmóvil en un siempre bastante parecido a la eternidad. Tira el agua sucia y maloliente, Patiño. Cámbiala. Señor, con su licencia yo la dejaría por ahora en la palangana nomás. Ya tiene la forma de mis pies. Si la cambio, no sé qué puede pasar. Capaz que haga de nosotros herrumbre, o qué. Capaz. ¡Dios nos guarde!, que el agua nueva me derrita los pies y hasta todo el cuerpo. ¡Qué sé yo! Al agua del río y hasta al agua de lluvia les tengo mucho miedo. A la una porque corre. A la otra porque cae igual que la cola llovida hacia abajo de la vaca o del caballo. Razón no del todo desjuiciada la de mi Sancho Panza. ¿No alegaba el Sabio rey Salomón que el tiempo devora al hierro con herrumbre y al hombre con incertidumbre? ¿Se quiere algo más fijo e inmóvil que el Padrenuestro? Y sin embargo el Padrenuestro se mueve sin cesar en la boca de la gente. El pensamiento del Padrenuestro es más ágil que doce mil Espíritus Santos, aun si cada Espíritu tuviera doce capas de pluma, y cada capa tuviera doce vientos, y cada viento, doce victoriosidades, y cada victoriosidad, doce mil eternidades. Los Grocio y los Pufendores hacen la misma observación. Dicen que sus cláusulas ya estaban en uso en la época de Cristo. ¡Vaya usted a contradecirles! ¿Dónde la contraprueba? Lo que Cristo hizo, afirman, fue recogerlas y ensartarlas cual pepitas de oro, de mirra y de incienso. ¡Ah, el humo se espesa y la tos absorbe las funciones del pensamiento! ¡Ahora soy yo quien estornuda! Por la noche me arrodillaba ante la palangana del amanuense. Al cono blanco de la vela, me inclinaba sobre el redondo espejo negro. Juntaba las manos y quedaba a la espera en actitud de orar. En algún momento, a las cansadas, algunas veces, no siempre, veía deslizarse muy lentamente borrosas imágenes parecidas a nubes, de un horizonte a otro sobre la superficie de betún. ¿Pensaban pues los pies del fiel de fechos al revés de su mente memoriosa e ignara? Alguna cosa secreta pensaban esas plantas anfibias. También oía voces, algunas veces; algo semejante al runruneo de una procesión marchando por las calles detrás del palio del Santísimo. Pensar en el amanuense me llevaba a Aristóteles cuando sostenía que las palabras de Platón eran volanderas, movedizas y, en consecuencia, animadas; me llevaba a Antífanes cuando sostenía que las palabras dirigidas por Platón a los niños se congelaban a causa de la frialdad del aire. Debido a ello, no eran entendidas hasta que las palabras se tornaban viejas; los niños también se tornaban viejos, y entonces entendían algo muy distinto de lo que las palabras decían al principio. Mas los pies del amanuense, ¿qué pensaban? ¿Qué decían? ¿Eran animadas sus palabras como las de Platón? Si algo decían no era en castellano, guaraní, latín, en ninguna otra lengua viva o muerta. Las imágenes no pasaban de nubes muy blancas que adoptaban formas de animales desconocidos. Bestiarios. Fabularios. A veces, teñidas por los reflejos de algún diminuto sol sumergido, las nubes viraban al color azulenco que encapota el ojo de los tuertos; al opalescente de las telillas de las cataratas, o al almagrado y gualda de los tigres en celo. Nada más que esto. Ninguna revelación en el Patmos de la palangana. Sin embargo, hay que andar con cuidado. Nunca se puede saber. Un piojo puede volar montado en una caspa. Las revelaciones más profundas toman a veces los caminos más groseros e inesperados..Petronio opinaba que los mundos se tocan entre sí en forma de triángulo equilátero, y que en el centro de ellos está la residencia de la Verdad. Allí habitan todas las palabras, ejemplos, ideas e imágenes de todas las cosas pasadas y futuras.
1 Combinación de la expresión Expende Hannibalen de un verso de Juvenal (Sátiras, X, 147): Pesa a Aníbaclass="underline" ¿Cuántas libras de ceniza hallarás en aquel gran capitán?, y la frase de la rogativa cotidiana ordenada a los prelados seculares y claustrales por el congreso del I ° de junio de 1816 que eligió a El Supremo como Dictador Perpetuo de la República, en sustitución a la jaculatoria De Regem, que se rezaba antes. (N. del C.)