… a media noche, bajarás a las mazmorras. Te pasearás entre las hileras de hamacas que cuelgan unas encima de otras, podridas por veinte años de obscuridad, sufrimiento y sudor. No te reconocerán. No te verán siquiera. No te verán ni oirán. Si aún hubieras tenido voz, te habría gustado insultarlos, hacer mucho ruido según tu costumbre; tomarte desquite de esos espectros que osarán ignorarte. ¡Escúchenme, malditos collones!, te habría gustado apostrofarlos, repitiendo por última vez lo que has barbotado millares de veces. Lo bueno, lo mejor de todo es que nadie te escucha ya. Inútil. Que te desgañites en el absoluto silencio. Recorrerás las filas de los prisioneros. Los mirarás a cada uno en los ojos lagañudos, cataratudos. No parpadearán. ¿Sabrás si sueñan y te sueñan como a un animal desconocido, como a un monstruo sin nombre? Sueño. Un sueño. Lo más secreto de un hombre y de una bestia. Serás para ellos simplemente la forma del olvido. Un vacío. Una obscuridad en esa obscuridad. Te tenderás por fin en una hamaca vacía. La última. La más baja entre las hileras de hamacas que óscilan levemente bajo arrobas de fierros cien veces más pesados que sus osamentas de espectros. Deshecha de moho y vejez, la hamaca dará contigo en el suelo. Nadie reirá. Silencio de tumba. Toda la noche pasarás ahí, tendido entre los pestilentes despojos. Los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre el pecho. El sudor de esos miserables, sus cacas, sus orines, chorreando de hamaca en hamaca babearán sobre ti, lloverán gotas, gotas de cieno sepulcral. Te aplastarán hacia abajo cada vez más. Apuntalarán tu inmovilidad con esos pilares al revés. Estalactitas creciendo sobre tu suprema impotencia. Cuando los ácaros, las sílfides, las curtonebras, las sar-cófagas y todas las otras migraciones de larvas y orugas, de diminutos roedores y aradores necrófagos, acaben con lo que resta de tu estimada no-persona, en ese momento te asaltarán también unas ganas tremendas de comer. Terrible apetito. Tan terrible, que comerte el mundo, el universo entero, todavía sería poco para calmar tu hambre. Te acordarás del huevo que mandaste poner bajo las cenizas calientes para tu último desayuno, el que no alcanzaste a tomar. Harás un sobrehumano esfuerzo tratando de incorporarte bajo la mole de tiniebla que te aplasta. No podrás. Se te caerán los últimos pelos. Las larvas seguirán pastando en tus despojos tranquilamente. Con sus largos pelos tejerán una peluca a tu calvicie, de modo que tu mondo cráneo no sufra mucho frío. Mientras te estén comiendo a toda mandolina al son de sus laúdes y laudes, afónico, afásico, en catarrosa mudez agravada por la humedad, implorarás que te traigan tu huevo, el huevo embrionado, el huevo olvidado en la ceniza, el huevo que otros más astutos y menos olvidadizos ya habrán comido o arrojado al tacho de los desperdicios. Las cosas suceden de este modo. ¿Qué tal, Supremo Finado, si te dejamos así, condenado al hambre perpetua de comerte un güevo, por no haber sabido… (empastado, ilegible el resto, inhallables los restos, desparramadas las carcomidas letras del Libro).
Apéndice
1. Los restos de EL SUPREMO
El 31 de enero de 1961, una circular oficial convocó a los historiadores nacionales a un cónclave con el fin de «iniciar las gestiones tendientes a recuperar los restos mortales del Supremo Dictador y restituir al patrimonio nacional esas sagradas reliquias». La convocatoria se hizo extensiva a la ciudadanía exhortándola a colaborar en la patriótica Cruzada de reconquistar tanto el sepulcro del Fundador de la República como sus restos, desaparecidos, aventados por anónimos profanadores, los enemigos del Perpetuo Dictador.
Los ecos de la convocatoria llegan a los más apartados confines del país. Al igual que en otros momentos cruciales de la vida nacional la ciudadanía toda se pone de pie como un solo hombre y responde a una sola voz.
La única disonancia en esta afirmación plebiscitaria es ¡oh sorpresa! la de los especialistas, cronistas y folletinistas de la historia paraguaya. Una repentina e inesperada incertidumbre parece ensombrecer la conciencia historiográfica nacional acerca de cuál puede ser el único y auténtico cráneo de El Supremo. Las opiniones se dividen; los historiadores se contradicen, discuten, disputan ardorosa, vocingleramente. Es que -como cumpliéndose otra de las predicciones de El Supremo- esta iniciativa de unión nacional se convierte en terreno donde apunta el brote de una diminuta guerra civil, afortunadamente incruenta, puesto que se trata sólo de un enfrentamiento «papelario».
He aquí, en apretadas síntesis, algunas de las deposiciones de los historiadores nacionales más notorios sobre el tema (consignadas por orden de presentación):
De Benigno Riquelme García (23 de febrero de 1961)
«Cábeme manifestar a V. E. que, personalmente, y por las informaciones que son de mi conocimiento, soy de parecer de que existen razones valederas para admitir la presunción de que, tanto los restos (existentes en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires), como los existentes en nuestro Museo Godoi, han sido extraídos de una tumba que, indubitablemente, fue la del procer evocado.
»Lo que podría cuestionarse sería la ya anteriormente citada impugnación de autenticidad de los mismos, calificación que podría subsanarse o ratificarse, luego del peritaje neutral que me permito, muy respetuosamente, sugerir a V. E., y que podrían efectuar las siguientes enumeradas instituciones:
SMITHSONIAN INSTITUTION
United States National Museum
Washington, D. C.
DEPARTMENT OF ANTHROPOLOGY
Yale University
U.S.A.
PEABODY MUSEUM OF AMERICAN
ARCHAEOLOGY AND ETHNOLOGY
Harvard University
Cambridge, Massachusetts. U.SA.
cuya competencia e imparcialidad en la materia, quedaría fuera de toda sospecha. En punto a la necesaria cautela que el Gobierno de la Repúbli ca deba guardar en la iniciación de las pertinentes gestiones, por comprensibles razones que no es de oportunidad explicar, creo que la misma no debe rayar en una excesiva prevención, hasta el extremo de no hacer uso de un gesto cuya ejemplaridad no podrá ser retaceada, cualquiera sea el veredicto de los centros científicos que me he permitido proponer.» [Hay un informe adjunto que historia el destino de los restos existentes en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires y critica el estudio pericial del doctor Félix F. Outes sobre tales restos, recusando e invalidando irónicamente sus conclusiones.]
De Jesús Blanco Sánchez (14 de marzo de 1961)
«En primer término, he de decir a V. E. que me place sobremanera y me parece muy plausible la determinación del Superior Gobierno de honrar la memoria de nuestros proceres de la Independencia Nacional. Siendo así, y desde el momento que nuestro gobierno toma a su cargo esas gestiones, es fundamentalmente importante que ellas se realicen con absoluta seriedad y, sobre todo, se tomen cuantas medidas sean necesarias para evitar desagradables sorpresas, a las cuales no puede exponerse el Gobierno de la Nación.
»Bien sabe V. E. que si esos restos se encontraran en nuestro país no habría mayores problemas para el logro del feliz propósito perseguido, pues en última instancia siempre resalta el sentido simbólico que, por sobre todo, tienen estas cosas. Pero como esos restos deben traerse desde Buenos Aires, donde este procer de nuestra Independencia ha sido tan combatido, especialmente por una poderosa y empecinada corriente de opinión adversa tanto a su persona como, sobre todo, a su labor de Gobernante, este asunto, y por estas razones, se vuelve delicado y digno de ser estudiado minuciosa y objetivamente. En tal inteligencia, creo que la referida corriente de opinión tiene renovado auge en la Argentina en estos momentos, y por tal motivo debemos prevenir la posibilidad de que los restos existentes en el Museo Histórico de Buenos Aires no fuesen auténticos; en este supuesto, nos expondríamos, seguramente, a una campaña de propaganda aleve que trataría inclusive de dejarnos en ridículo.
»Nadie puede dudar de la autenticidad del documento [se refiere al que parecería probar la autenticidad de los restos]. Para mí no lo prueba fehacientemente, pues quien por mucho tiempo tuvo esas reliquias "en un cajón de fideos" y luego se las regaló a un extranjero, nos está diciendo elocuentemente que ellas no le merecieron jamás ningún interés, ni le despertaron sentido patriótico alguno.»
De Manuel Peña Villamil(24 de marzo de 1961)
«Para informar a V. E., ceñido a un estricto criterio de investigación científica, se hace necesario responder a dos interrogantes que, aunque conexos, responden a planteamientos distintos. Primero, ¿pueden verosímilmente haber pertenecido al Dictador Perpetuo los restos existentes en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires? Segundo, ¿autoriza el estado actual de las investigaciones históricas sobre la materia al Superior Gobierno a iniciar gestiones oficiales para la devolución de esos restos mortales?