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«Contestando al primer planteo manifiesto que no estoy en condiciones de afirmar o negar con autoridad que esos despojos sean auténticos. Previo a toda respuesta se hace necesario un examen de los procedimientos seguidos por el señor Loizaga para la exhumación de los restos del antiguo templo de la Encarnación. Existe sobre el particular la versión del propio señor Loizaga en carta enviada al historiador argentino, doctor Estanislao Zeballos. El historiador paraguayo Ricardo Lafuente Machaín, en un folleto titulado Muerte y Exhumación de los restos del Dictador Perpetuo del Paraguay, la recoge sin mayores variantes y sin aportar nueva investigación. Se cita como testigos presenciales del hecho al padre Becchi y al señor Juan Silvano Godoi. Este último retiró en aquella oportunidad otro cráneo de la misma sepultura, que se conserva en el museo de Asunción que lleva su nombre.

»Las observaciones que nos sugiere el modo como procedió el señor Loizaga para dicha exhumación son las siguientes: a) No obró guiado por un serio e imparcial espíritu de investigación histórica sino impulsado por la pasión política; b) No se apoyó en ningún examen pericial idóneo que descartara la posibilidad de un error acerca de los restos que exhumaba.» [Siguen otras consideraciones en que cuestiona la autenticidad apoyada en un informe del médico paraguayo doctor Pedro Peña, publicada en el diario La Prensa, Asunción, l.°-II-1898, y en el famoso estudio frenológico del médico argentino doctor Félix E Outes, 1925, pieza clave de esta disputa musearia, publicado en el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Fac. Filosofía y Letras de Buenos Aires (tomo IV, pp. 1 y siguientes).]

De Julio César Chaves (28 de marzo de 1961)

«A mediados de 1841 se agitó el ambiente político paraguayo abriéndose una encendida polémica sobre la vida y la obra de El Supremo. Circularon panfletos y pasquines, corrieron prosas y versos. Movilizáronse entusiastamente sus enemigos y sus partidarios. Afirmaban los primeros que el Supremo no era digno de descansar en una iglesia y anunciaban públicamente que iban a apoderarse de sus restos para arrojarlos a un muladar. Es conveniente recordar que poco tiempo después apareció una mañana en la puerta del templo un cartel que se decía enviado por él, desde el infierno, suplicando se lo removiese de aquel lugar santo para alivio de sus pecados. Varias de las familias sañudamente perseguidas por el Supremo, entre ellas la de Machaín, no ocultaban por otra parte su proyecto de tomar venganza en sus restos. Los partidarios, a su vez, no permanecían inactivos. Realizaban constantes demostraciones populares llegando en manifestación hasta el sepulcro de su adalid. La tensión fue creciendo a lo largo del año 1841 y parece que llegó a su punto culminante el 20 de setiembre, día en que se cumplió el primer aniversario de la muerte del Supremo Dictador. Las pasiones desatadas amenazaban desatar la guerra civil; fue caldeándose el ambiente hasta poner en riesgo la paz de la nación, tan necesaria para afrontar y resolver graves problemas internacionales, económicos y sociales. Fue entonces cuando los Cónsules se decidieron a actuar con energía; mandaron hacer desaparecer el mausoleo que guardaba los restos y enterrar éstos "no se sabe dónde". Según la versión de Alfred Demersay (Le Docteur Francia, Dictateur du Paraguay, 1856): "Él fue inhumado en la iglesia de la Encarnación y una columna de granito señalaba su última morada a la veneración y al culto de sus numerosos partidarios. Se dijo que poco tiempo después del aniversario de ese día de duelo, el mausoleo desapareció y se difundió el rumor de que los restos del muy famoso Doctor habían sido transportados al cementerio de la iglesia. Una parte de esta novela era verdadera, pero el gobierno consular, autor misterioso de esta medida inspirada por la política, rechazaba toda idea de una profanación inútil. El Supremo reposa ahora en el lugar que la piedad de esos hombres le ha elegido, pero su tumba no ha cesado de dar sombra a sus sucesores".

»Thomas Jefferson Page, comandante del buque norteamericano Water Witch, que arribó al Paraguay en misión de exploración y estudios, dice al respecto: "Los templos están tenidos en buena condición, pero uno fue, evidentemente, menos frecuentado que los otros. El buen pueblo raramente alude a esto, porque un medroso misterio ultrapasa sus sagrados límites. Una serena mañana el templo fue abierto para la plegaria según costumbre: el monumento había sido desparramado y los huesos del tirano habían desaparecido para siempre. Nadie supo cómo, nadie preguntó dónde. Solamente se susurró que el diablo había reclamado lo suyo: cuerpo y alma". (La Plata, The Argentina Confederation and Paraguay, London, 1859.)

»¿Los restos donados por el Dr. Estanislao S. Zeballos al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires pueden ser atribuidos al Dictador Perpetuo del Paraguay? Esos restos estuvieron durante largos años en exhibición en el citado museo; en la actualidad se encuentran en los sótanos de la institución, entre los objetos sin valor.

»Sólo conocemos dos opiniones, las dos valiosas y las dos negativas [se refiere a los estudios ya mencionados]. Outes, un eminente hombre de ciencia, llevado por su curiosidad de investigador, hizo el examen de los supuestos restos. Tras de examinarlos, afirmó: "En primer término, la calota craneana, por su carácter morfológico y particularidades anatómicas, pertenece a un individuo de sexo femenino, a lo sumo de 40 años, y que con mucha probabilidad, no era un europeo, sensu lato. Entre la calota y la careta facial, no existe vinculación alguna. Prescindiendo de los caracteres que ofrece esta última, resultaría vano todo esfuerzo de reconstrucción valiéndose de ambas piezas, pues en las dos existe exceso de frontal. Ello demuestra, prima facie, que corresponde a dos individuos.

La mandíbula, por último, es la de un niño que, al morir, conservaba la totalidad de su dentadura de leche".

»Sus conclusiones son por tanto las siguientes: Primera: La calota perteneció a una mujer, a lo sumo de 40 años, y que no era europea; era negra o india. Segunda: La careta facial era de un adulto, no de un senil. Tercera: La mandíbula perteneció a un niño menor de seis años.»

2. Migración de los restos de EL SUPREMO

De R. Antonio Ramos (6 de abril de 1961)

«Francisco Wisner de Morgenstern, que escribió un libro sobre El Supremo Dictador por encargo del Mariscal Francisco Solano López, anota lo siguiente: "A los pocos meses de la muerte del Dictador el sacristán de la iglesia se sorprendió al encontrar una mañana abierto el sepulcro donde fuera sepultado. No se ha podido saber quiénes fueron los autores de tal hecho; sin embargo, éstos habían dejado un rastro que se perdía en la orilla del río Paraguay, adonde se supone con bastante fundamento que fueron arrojados al agua, pues en dicha orilla se encontraron vestigios que así lo comprobaron. Corrían al respecto en la Asunción en aquella época varias versiones: una de ellas, de que fueron mandados sacar los restos del Dictador con hombres pagados por la familia M…, para ser hundidos en el río, en venganza de los fusilamientos de miembros de la misma familia, ordenados por el Dictador después de ser descubierta la última conspiración Yegros; otra versión era que una familia hizo extraer los restos del sepulcro para quemarlos y arrojar sus cenizas al viento; y finalmente, que otra familia, de común acuerdo con un sacerdote, los sacaron para ocultarlos en otro lugar".» [Comentario del compilador: Según la versión de Wisner, que basándose en susurros hace desaparecer los restos de El Supremo en el agua, en el fuego, en el aire o en la tierra, nos encontraríamos pues con que la migración de sus despojos profanados por el odio o la venganza, no se produjo.]

Sigamos, no obstante, con la deposición del Dr. Ramos: «Wisner de Morgenstern da sin embargo otra versión vinculada con el testimonio que veremos a continuación. Carlos Loizaga, que formó parte del triunvirato creado en Asunción en 1869 y que negoció con el Barón de Cotegipe el tratado de paz con el Brasil [se refiere al gobierno títere puesto por las fuerzas de ocupación de la Guerra del 70, un año antes de que ésta finalizara], expresa en una carta dirigida al Dr. Estanislao Zeballos que él [el ex triunviro Loizaga], acompañado del padre Vecchi, cura de la Encarnación, exhumó "los restos del tirano". Esas reliquias -agrega- estaban antes en un sarcófago al lado del Altar Mayor de aquella iglesia y el cura D. Juan Gregorio Urbieta, después Obispo, los sacó una noche, en tiempos de D. Carlos Antonio López, y los sepultó en la contrasacristía, en 1841.

»En la carta aludida de Carlos Loizaga, éste afirma que en la exhumación de los "restos del Tirano" le acompañó el padre Vecchi. Pero Ricardo de Lamente Machaín afirma también que en la tarea estuvo además presente Juan Silvano Godoy. "No obstante la reserva observada respecto al proyecto -expresa- el doctor Juan Silvano Godoy, secretario del Superior Tribunal de Justicia, lo supo, y a pesar de no ser invitado, decidió asistir. La noche designada aguardó la llegada del señor de Loizaga, oculto tras un pilar del templo. De allí se desprendió envuelto en su capa y un inmenso chambergo, tal un inmenso murciélago en forma humana. Debido a la sorpresa que le produjo tal aparición, dados el sitio, las circunstancias y las intenciones, o acaso pareciéndole éstas irreprochables, pasado el susto, el señor de Loizaga accedió sin dificultad a que el funcionario Godoy se agregara a él y a los peones y comenzaran a realizar el trabajo. Levantada la lápida y removida la tierra de los azadones, comenzaron a aparecer restos humanos. Se supuso que los del Supremo Dictador debían ser los de más arriba. El señor de Loizaga los mandó recoger y colocar dentro de un cajoncito de fideos llevado expresamente al efecto. Pero entre la tierra y los cascotes apareció otro cráneo que el señor Godoy se bajó a recoger y lo llevó bajo su capa. Dicen que el ex triunviro, señor de Loizaga, lo miró alejarse vacilando un instante en la duda de cuál de los dos cráneos sería el auténtico. Se afirmó sin embargo en la certeza de que los restos recogidos por él en el cajón de fideos eran los de El Supremo, y lo mandó colocar en un altillo de su casa, a la espera del destino que re-solviera dar a su contenido".» [El señor Godoy guardó el cráneo que recogiera aquella noche en su museo particular, digno de un varón del Renacimiento; de suerte que la historia misma de tales restos ha quedado ahorquetada dubitativamente en la encrucijada del cráneo bicéfalo del tirano, comentan otros escoliadores.]

Retoma la palabra el Dr. Ramos: «Veamos ahora dónde fue a parar el cráneo recogido por Loizaga. Estando en Asunción en 1876, el Dr. Honorio Leguizamón, como médico de la cañonera argentina Paraná, supo que "los restos del Dictador Perpetuo estaban en poder de Carlos Loizaga". La noticia le llegó por intermedio de la familia de éste. Leguizamón procuró "ver y examinar los preciosos despojos". Loizaga se resistió en un principio, pero después accedió a los deseos del médico argentino [que lo había atendido de una grave enfermedad, curándolo]. El propio Dr. Leguizamón hace el siguiente relato: "Dentro de un cajón de fideos me fueron presentados los restos. Grande fue mi desencanto al encontrarme sólo con una masa informe de huesos fragmentados a martillazos. Conocido el temperamento de mi paciente así como su viejo odio contra el Dictador no me fue difícil aventurar la hipótesis acerca del motivo de esos martillazos. Del cráneo, sólo la parte superior estaba bien conservada. De los vestidos únicamente encontré la suela de un zapato que correspondía a un pie muy pequeño; probablemente de una criatura de corta edad. Conseguí del señor Loizaga, a quien condoné mis honorarios, me permitiera traer el cráneo de quien fuera El Supremo del Paraguay". «Posteriormente -concluye el Dr. Ramos- Leguizamón donó esa parte sana del cráneo al Dr. Estanislao Zeballos, quien a su vez lo donó al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. Según los últimos informes, el cráneo ha dejado de exhibirse al público como se hacía en épocas anteriores. Por las breves consideraciones que anteceden, que no pretenden haber agotado el tema, no puede afirmarse que el cráneo conservado en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, sea el del Supremo Dictador. No existe certeza para una afirmación semejante.»