Juan José Escribano Santiago
Yo, psicópata. Diario de un asesino
Presentación
Mi nombre es Carlos G. M. Ningún médico ha diagnosticado oficialmente mi enfermedad. Nadie, excepto yo, es consciente de mi estado. Si la gente supiera lo que me pasa no se acercaría a mí. Vosotros diréis que soy un psicópata con tendencias asesinas, un enfermo mental. No lo creo. Creo que soy vuestra última esperanza, vuestro último refugio en esta lenta agonía en la que os hayáis sumidos. Soy vuestro último salvador, vuestro verdadero y único salvador. Aborrezco a la gente. Odio todas las razas de este planeta. Ninguna persona ha obtenido hasta la fecha mi beneplácito para merecer la vida que llevan.
Camino por las calles de esta ciudad y no veo más que gente despreciable. Los miro, sonrío, soy amable con ellos, pero, por dentro, los odio. Me dan asco. Son todos escoria. Merecen morir.
Anoche decidí compartir con todos vosotros mis pensamientos, mis náuseas, mis vómitos cerebrales, mis venganzas. Por eso he comenzado a escribir este diario, este blog, como algunos se empeñan en llamar. Joder es asqueroso. Hay suficientes palabras en nuestro maldito idioma para denominar esto y algunos se empeñan en usar esas mierdas de anglicismos. Ineptos.
Hoy estuve a punto de asesinar a un hombre. Quise hacerlo, pero pensé que se lo pondría demasiado fácil a la policía. Quise matar a un trabajador de una pizzería que repartía pizzas a domicilio. Pensé en lo triste que debía ser su vida llevando un trozo de comida a otros idiotas que esperan en sus casas cómodamente, viendo la televisión. Imaginé lo fácil que sería recibirle y clavarle un cuchillo en el estómago y luego, cuando se retorciera de dolor cortarle el cuello. Pensé que lo merecía, como todos. Pero no quiero acabar antes de empezar, no. Hoy no mataría a ese hombre. Quizá otro día, quizá mañana.
Día 1
Esta mañana desperté feliz. Creo que la idea de escribir lo que me pasa por la cabeza y que todo el mundo pueda leerlo me ha levantado algo el ánimo. Cuando he bajado a la calle para ir al trabajo he saludado al portero y le he preguntado por su fin de semana. Estoy contento a pesar de ser lunes. La gente odia los lunes. Yo adoro los lunes porque veo el malestar en sus caras. Todos desearían estar haciendo cualquier otra cosa, pero lo cierto es que todos van como borregos a sus puestos de trabajo. Y no pueden hacer otra cosa.
En el metro me dedico a mirar sus caras. Veo cómo visten. Hoy quizá te he visto a ti. Ni siquiera te has dado cuenta de que te observaba. Miraba tu ropa, tus zapatos, tus ojos. Intentaba adivinar a qué te dedicas. Por qué ibas en ese metro. Si serías tú mi próxima víctima.
Tengo un buen puesto de trabajo en una pequeña empresa dedicada a logística y transportes. El trabajo me da igual, pero me permite tener tiempo para mi. Me cuido. Hago deporte. Leo libros. Pienso cómo asesinar al próximo desgraciado. Soy un gran pensador. Pienso cómo hacerlo sin que la policía pueda detenerme. Pienso quién será la próxima persona. Soy el mejor psicópata que ha habido jamás.
Cuando volvía del trabajo he pasado por delante del quiosco de periódicos donde compro habitualmente. Estaba cerrado. Ese maldito vago había decidido que no tenía que venderme a mi esta tarde la revista que leo cada semana desde hace dos años. Ese maldito viejo no estaba donde yo quería que estuviese. No lo he dudado ni un momento. En cuanto he llegado a casa he bajado al garaje y he recubierto las paredes de mi furgoneta con plásticos. Sé que el maldito viejo aparecerá por el quiosco a las siete de la mañana. A esa hora no habrá nadie en la calle. Es una buena hora para matarle. Mañana morirá. Qué tonto. Morirá por una revista. Pero así es la vida. O mejor dicho, así es la muerte.
Día 2
El viejo no ha muerto hoy. Ese maldito y achacoso viejo "vendeperiódicos" no ha muerto hoy. Permanecí en la furgoneta desde las cinco de la mañana, esperando, pero él no ha acudido a su cita. Hoy no ha abierto el quiosco. Su lugar lo ha ocupado un joven con la cara llena de granos y mirada de perro vagabundo muerto de hambre. Pensé que merecía ser degollado, sacado de este mundo, asesinado. Quise sentir su sangre caliente sobre mis manos, saliendo a borbotones desde su cuello. No pude. Estaba furioso con el viejo. Odiaba al viejo. Maldito seas. Malditos seáis todos. No merecéis la vida que lleváis.
Conduje hacia mi casa y aparqué el coche cerca del portal. No tenía intención de pasar por el piso. Tenía tiempo de sobra así que decidí ir andando hasta el trabajo. Callejeé en busca de soledad. El odio llenaba mis pulmones sustituyendo al maldito aire contaminado de esta mierda de ciudad. Sois escoria. Buscaba soledad y sólo encontraba maldita gente molestando mi paseo. La gente camina por la calle como si fuera suya, como si el resto de la humanidad debiera apartarse a su paso. Es increíble. Nadie sabe quién soy yo. Un hombre asqueroso me ha mirado a los ojos cuando nos cruzábamos. He sentido su sucia mirada sobre mí. Ha contaminado mis ojos. Ha contaminado mi cuerpo.
Giré sobre mis talones en cuanto rebasó mi posición, mientras sacaba con un rápido movimiento el cuchillo que escondía bajo la chaqueta. Me acerqué al maldito ser humano despreciable que me había mirado. No había nadie en aquella calle. Creo que intentó girarse cuando sintió el filo sobre su cuello. Él mismo se degolló. Intentó gritar pero el tajo era tan profundo que las cuerdas vocales habían sido seccionadas. Esto me hizo sentir bien. Intentaba gritar pero con cada gesto se le iba más la vida. Vi la palidez en su rostro. La muerte. El hedor de la muerte. Conseguí saciar mi anhelo más deseado esta mañana.
Le dejé allí tumbado, muriendo y continué mi paseo acelerando el paso. Desde ese momento todo el resto del día ha sido maravilloso. Ha sido un gran día.
Día 3
Anoche salí a tomar una copas con algunos compañeros de trabajo. También se apuntó un jefe en lo que supongo era un desesperado intento por tener algo de vida social y salir de esa asquerosa amargura en la que seguro se encuentra sumido. Cerdo asqueroso. Paseaba su cuerpo por el bar, con una estúpida sonrisa en la boca, haciendo chistes entre sus empleados, bromeando y diciendo tonterías. Gilipollas. Intentaba demostrar inteligencia y humor. Maldito imbécil.
Es patético ver gente intentando ser aceptada socialmente. Verles hacer chistes que consideran inteligentes. Oírles opinar sobre cualquier tema de actualidad como verdaderos expertos. Escuchar sus chistes. Hablar de lo interesantes que son sus actividades fuera del trabajo. Te miran esperando que des tu aprobación. Idiotas, imbéciles.
Yo quería salir de allí. Estar en un sitio cerrado con toda esa gente me daba náuseas. Entré el el baño y allí estaba uno del departamento de contabilidad. Genial. Ahora mearemos los dos en silencio, y él intentará mirar mi polla por encima del separador del urinario, pensé. Quiero matarle. Me mira sonriendo mientras se sacude el pene después de mear. Ese tío se estaba tocando la polla mirándome. Le hubiera matado allí mismo. Me imaginé su cabeza golpeada contra el blanco mármol mojado de orina. Ver su sangre y restos de su masa encefálica empapados en su propia mierda hubiera sido una bonita forma de acabar la noche. Sin embargo rompió el silencio y el hilo de mis pensamientos:
– ¿Has oído lo del hombre degollado en la calle? Ayer, por la mañana. Lo leí en la crónica de sucesos del 20 minutos. La gente está loca, ¿verdad?
– No sabía nada. La gente está desquiciada.
– Lo peor es que no saben quién pudo ser, ni por qué. Le podría pasar a cualquiera.
– Sí, – dije – le podría pasar a cualquiera.
Sonreí. Lavé mis manos y salí de aquel baño. Me despedí de la gente y me fui a casa.
Mañana será otro día, pensé.