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Durante la comida se habla de varios temas. Trabajo, empresas, dinero… negocios.

Estamos a punto de tomar el café cuando mi móvil comienza a sonar y vibrar

dentro de mi chaqueta. Respondo a la llamada. Es el señor inspector. Me levanto de

la mesa pidiendo disculpas. Salgo fuera.

– Qué tal amigo mío – dice con voz irónica. – Quería yo hablarte de un tema

importante. La chica asesinada anoche. Supongo que sabrás de quién te hablo,

¿verdad?

La pregunta me deja atónito. No tengo ni idea de lo que me está hablando. Se lo hago saber. Ríe. El muy cabrón se echa a reír. Comenta que una pareja de policía ha pasado esta mañana por mi domicilio, pero no había nadie. – Íbamos a buscarte al trabajo pero antes he preferido llamarte. Estamos en la entrada de tu oficina. Prefiero que bajes tú – me dice. Ahora soy yo el que sonrío. Le hago saber que no estoy en la ciudad. Estoy un viaje de trabajo. – Salí ayer a las siete de la mañana. Puede preguntar a quien quiera. Ahora mismo estoy en una importante comida de negocios. Para más señas le diré que estoy en Barcelona. Y ahora si no tiene nada más importante que decirme, inspector, le agradecería que me permitiera seguir ocupándome de mis asuntos -. El inspector permanece unos segundos en silencio. Ambos permanecemos callados. – ¿puede usted demostrar que anoche no estuvo en Madrid?-, pregunta. La voz le ha cambiado. No puedo ver su cara pero adivino cierto grado de ira, indignación y nerviosismo en su rostro. – Por supuesto. En mi empresa y en el hotel donde me alojo puede obtener toda la información que precise -, respondo con tranquilidad. Le doy la dirección del hotel. Me asegura que lo comprobará. Cuelga.

Vuelvo a entrar en el restaurante. En la entrada hay unos periódicos, sobre una pequeña mesa al efecto. Miro la portada de uno de ellos. “El asesino de mujeres actúa de nuevo en Madrid”, reza el titular. No puedo evitar leer el breve resumen de la noticia. Una mujer joven aparece degollada junto a su coche, en un garaje. – Es horrible, ¿verdad?- dice una camarera del restaurante al ver mi rostro confuso, preocupado. La miro. – Sí, es horrible -, respondo. Horrible.

Día 34

Después de dos días de confirmación de la estupidez humana en Barcelona, vuelvo a casa. El contacto con gente de otras ciudades me apoya en la idea de que Madrid no es esta la única zona del mundo donde la raza pierde cada vez más la identidad ganada tras miles de años de evolución. Es una mal endémico, generalizado, de nivel mundial.

En el tren de regreso llevo conmigo varios periódicos de tirada nacional. Leo toda la información relativa al último asesinato. La prensa, y al parecer la policía también, está convencida de que el autor es el mismo que en las anteriores ocasiones. “El crimen, acontecido en un céntrico barrio de la capital, suma una nueva víctima inocente al ya de por sí gran número de fallecidos y pone de relieve la presencia de un asesino entre nosotros. Y sin embargo nadie mueve un dedo para solucionarlo”, comenta un político de la oposición en una entrevista. Patético. No tienen ni idea de lo que hablan. Empiezan a emplear mi obra como acto publicitario. Joder. No han entendido nada. Nunca serán capaces de entender nada.

Tras leer todos los artículos relacionados cierro los periódicos. Permanezco callado, con los ojos cerrados. Necesito pensar. Quiero imaginar que se trata sólo de una casualidad, pero algo dentro de mí me hace creer que no es así. Ese último asesinato, tan parecido a los míos me pone nervioso. Creo que se trata de un reto. Alguien quiere decirme algo. Lo sé, lo intuyo.

Recuerdo la llamada del inspector. Sonrío pensando en su voz incrédula cuando supo de mi viaje, de mi estancia en Barcelona durante los acontecimientos. Dentro de unos días tengo una cita con el juez que lleva este caso. No tienen ninguna prueba contra mí, y esto último echa por tierra todas las expectativas de mi querido policía. Aún así no sé si debería alegrarme ante las circunstancias.

El tren avanza rápido, atravesando los campos de esta España medio moribunda, irreconocible ya, tras tantos años de gestión mediocre, imbecilidad nacional y estupidez redomada. Por fin llegamos al destino. Lo primero que hago al llegar a casa es llamar a Marta. Estoy deseando verla. Vivimos cerca así que decidimos vernos. Quedamos en un bar cercano. La cuento mi viaje, hablo sobre mis aburridas reuniones y las ganas que tenía de verla. Ella habla sobre su día en el trabajo. Después me comenta algo del asesinato. Está asustada. Toda la ciudad está atemorizada ante la perspectiva de que un loco ande suelto por ahí.

Hablamos de eso durante un rato. Ella quiere saber mi opinión. Me vuelve a preguntar por Lorena. Vuelvo a explicarla que entre ella y yo no había una relación tan seria como la gente piensa. Tiene miedo. Marta tiene miedo, por ella, por el niño, por mí. La digo que no debe temer por nada, y menos por mí. No nos pasará nada. El problema, pienso, es que yo también me estoy empezando a asustar.

Día 35

Los acontecimientos se suceden como eslabones de una cadena frágil, fina, delicada. Tengo la sensación de que toda mi vida se puede romper en cualquier instante. Una circunstancia da paso a otra, como la ficha de dominó que cae por efecto de otra, eternamente, sin poder hacer nada para evitarlo. No puedo parar ese flujo de sucesos, que me desborda hasta apoderarse de mi vida por completo. Ahora mismo ya no soy dueño de mi vida, ni de mis actos. No controlo mi futuro, no puedo cambiar el pasado y el presente se convierte en futuro tan rápido que mi “ahora” ya está obsoleto.

Han pasado algunos días desde que escribí por última vez en este diario. No he tenido demasiado tiempo para mí. Casi no he podido ver a Marta esta semana. Estoy nervioso. Duermo poco por las noches. Alguien pretende manipular mi vida. Descubriré quién pretende hacerlo y seré yo quien manipule su vida. Su muerte.

La cita con el juez fue rara. Allí estaba el inspector, mi querido inspector. Había también varias personas más que yo no conocía. Se me informó de que podía asistir allí con abogado. Renuncié a ello. Me hicieron varias preguntas sobre mi relación con Lorena. También me preguntaron acerca del resto de chicas. Noté sus miradas clavadas en mí. No era oficialmente un juicio pero yo sabía que me estaban juzgando… A mí. Por supuesto nada de lo que les dije podría haberme metido en líos. No existía ninguna prueba real que pudiera señalarme. El inspector ya no estaba tan seguro de mi culpabilidad. Ni siquiera yo estaba seguro de ser culpable de algo.

Pasé en esa sala un par de horas. La tensión del ambiente, las expresiones frías de sus rostros, las miradas acusadoras, las acusaciones sin mirarme, sus preguntas, mis contestaciones meditadas: la justicia injusta de este mundo.

Cuando salí de los juzgados era casi de noche. Estaba bastante lejos de mi casa y no me apetecía compartir el transporte hasta mi casa. Decidí ir en taxi. De camino pude pensar en todo lo que estaba ocurriendo en mi vida. ¿Quién era ese nuevo asesino? ¿Por qué ahora?. Seguía pensando en él cuando llegué a mi casa. En buzón pude ver algunas cartas. Había varias facturas y algo de propaganda. Mientras subía en el ascensor hasta mi piso, un sobre, sin dirección ni remite, llamó mi atención. Al principio lo había pasado por alto, imaginando que era propaganda. Pero un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando al revisar por segunda vez toda la correspondencia vi aquel sobre blanco, inmaculado. Lo abrí lentamente, temeroso. En su interior sólo pude encontrar un papel doblado por la mitad, una nota escrita a mano, con tinta roja y en letras mayúsculas. El corazón latió con fuerza, acelerado, cuando leí el contenido del escrito: “¿Superará el discípulo al maestro?”.