Salgo a la calle. Hace varias horas que la noche ha caído sobre la ciudad, pero estoy seguro de que él anda por aquí. Tiene que estar bastante cerca. Sabe todos mis movimientos. Se anticipa a ellos. Creo que me vigila constantemente. Hoy no caeré en la misma trampa. Voy completamente desarmado. Creo que mis manos serán suficientes. Confío en mí. Soy un tipo fuerte, fornido. Lo ahogaré con mis propios dedos. Miraré sus ojos cuando su vida se consuma y le susurraré cuando llegue su final. Mi voz será lo ultimo que oirá. Esa es mi venganza.
Camino por las callejuelas de mi barrio. A estas horas soy un hombre solitario dando un paseo. Me cruzo con pocas personas. Las intento mirar a la cara, escrutar sus rostros a medida que pasan junto a mí. Sé que sabré reconocer al traidor cuando lo vea.
El tiempo pasa rápido. Continúo mi búsqueda. Cada minuto que pasa la calle se vacía de la poca gente que había. Sigo caminando, sumido en mis pensamientos. No puedo quitar su imagen de mi cabeza: Marta. Siento cada vez más rabia contenida dentro de mí. Espero el momento que explote. Deseo que toda mi ira salga cuando esté frente a Judas. La idea de ir sin ninguna protección cruza mi cabeza fugazmente. Sé que él irá armado. Sé que puedo acabar aquí, esta noche. También sé que puedo liberarme por fin de esta carga y continuar con mi obligación.
Ya no queda nadie por las calles. Miro mi reloj. Son casi las dos de la madrugada de un día de diario. La cuidad duerme p or completo. Quizá me he equivocado. Tal vez hoy no lo veré. Decido tomar el camino que me llevará a casa. Iré despacio. No tengo miedo. Camino lentamente. Un paso. Otro paso. Mis pies marcan el ritmo lento de mi respiración. Tras una esquina aparece un hombre. Lleva una chaqueta y las manos metidas en los bolsillos. Mi cuerpo reacciona inmediatamente. Comienzo a respirar más rápido. No puedo evitar que mi corazón comience a latir con más fuerza. Estoy casi a su altura. Se dirige directo hacia mí. Le veo sacar algo del bolsillo. Creo que es un objeto metálico, aunque no puedo distinguirlo con claridad. No pienso nada más. Me lanzo sobre él y golpeo su cara con mi puño. Oigo un pequeño alarido saliendo de su garganta. Ambos caemos al suelo. Golpeo su cara sin parar, una y otra vez. No me detengo. Golpeo. Golpeo. Agarro su cabeza y la estrello contra la acera. Repito varias veces este movimiento. Un charco de sangre comienza a salir de su cráneo. No oigo ningún gemido ni queja. Me detengo. Lo miro. Busco su mano con mi mirada. Espero encontrar una navaja, o un cuchillo. Veo algo plateado. Lo cojo. Un precioso mechero de gasolina. Tiene una inscripción. Mierda. Me levanto. Busco alrededor. No hay nadie. Salgo de la escena lo más rápido posible. ¿Era él?. Guardo el encendedor en mi bolsillo. El botín.
Mientras me alejo en dirección a mi casa pienso en la posibilidad de que fuera él. Quizá lo era. Quizá mi reacción violenta lo cogió desprevenido. Estoy cerca de casa. De repente siento un dolor agudo en la pierna izquierda. U na sombra se desvanece. Todo ocurre rápido. A lo lejos veo una figura correr. Intento salir en su busca pero me derrumbo. Miro mi pierna. Sangra. Tengo un corte profundo en el lateral del muslo. Casi no puedo andar. Me levando, apoyado en un coche. Cojeo hasta mi casa. Noto la sangre resbalando por mi pierna.
Llego al portal. Debo subir y curarme la herida. Paso junto a los buzones. No es el mejor momento para mirar el correo pero sé que debo hacerlo. Miro. Ahí está, su maldita nota. Decido subir a casa y leerla cuando esté dentro. Lo primero que hago es curar la herida. Es perfecta. No ha cortado ninguna parte vital. Aplico desinfectante y un fuerte vendaje sobre la herida. Me dolerá varios días, pero no me puedo permitir acudir a un hospital. No ahora mismo y él lo sabe. Tomo la nota y la leo: “Un recuerdo para mi maestro.”. Arrugo la nota y la lanzo contra la pared. Es la primera vez que tengo miedo.
Día 41
El dolor en mi pierna no me permite dormir. De nuevo paso otra noche despierto por completo. Creo que me estoy volviendo loco. Debo hacer algo para solucionar esta situación. Hoy intentaré hablar con Marta. Intentaré explicarla que alguien me está tendiendo una trampa. Después necesitaré pensar en la forma de encontrarle y matarle.
Mientras estoy en la ducha, recuerdo al tipo al que rompí la cabeza contra la acera, anoche. Supongo que estará muerto. Espero que lo esté. Podría complicarme algo las cosas. Me vio la cara. Estoy seguro de que me podría reconocer. ¿Y si está vivo? ¿Y si testifica? Termino mi ducha. Cuido la herida de mi pierna. Salgo de casa. Me dirijo directamente hacia el quiosco. Debo buscar algo en los periódicos del día. Tengo que saber si ese hombre está vivo o no. Hoy tampoco está el hombre mayor que suele atender el quiosco. Vuelve a estar el muchacho joven. Me intereso por la salud del anciano. El chico joven me dice que está bien, pero algo mayor. – Seguramente – dice – me tocará venir a mí bastante a menudo. La edad no perdona. Pero no se preocupe, si necesita cualquier cosa puede contar conmigo. Ya sabe: que le guarde periódicos, o revistas de su interés… – El muchacho parece bastante agradable. Compro mi periódico y me alejo. Busco entre las páginas de la sección local. No hay ninguna referencia al suceso de la noche anterior. Era bastante tarde. Nuevamente la prensa escrita llega tarde a la noticia.
Camino hasta el metro. Vuelvo a estar rodeado de gente asquerosa en el andén. La misma imagen se repite día tras día. Algunas de las caras que veo me resultan bastante familiares. Otras caras son completamente nuevas. Realmente da igual que las caras sean nuevas o viejas. Sus comportamientos son exactamente iguales. Puedo ver cómo un tipo de mediana edad, vestido con un traje que no logra esconder su prominente barriga, no aparta la mirada del culo de la chica rubia y joven que hay justo delante de él. Casi puedo adivinar sus pensamientos ahora mismo. La está desnudando. Se la imagina a cuatro patas encima de su cama. Se la imagina desnuda esperando recibir su s brutales envestidas, gimiendo de dolor y de placer al mismo tiempo. Ella pidiendo que se lo haga más fuerte y él entrando en su cuerpo sin importarle nada, ni nadie.
De repente, mientras imagina esto, la imagen de su mujer aparece en la escena. Entonces puedo ver sus ojos repletos de desesperación.Lleva quince años casado y follando con la misma. Antes lo hacían todos los días. Al principio él se masturbaba en la ducha pensando en ella. La amaba. Ahora amaría a cualquier chica joven, guapa o fea, que estuviera dispuesta a dejarse follar. Reviso las caras de toda la gente que espera en ese andén. Todos son exactamente igual de desgraciados.
Por fin puedo llegar a la oficina. Puedo sentarme tranquilo, lejos del ajetreo del transporte público de esta mierda de ciudad. Lejos del agobio del metro. Cerca del agobio de mis compañeros de trabajo. Nada es perfecto. Enciendo mi ordenador y navego por la red. Busco noticias sobre el tipo de anoche. Por fin, en la sección local de un prestigioso periódico nacional puedo ver la noticia. El tipo, no ha muerto. Lo encontraron tirado en la acera de una madrileña calle, con el cráneo destrozado. Pero no está muerto. Su estado es de gravedad, continúa la noticia, pero los médicos son optimistas y creen que se recuperará. A pesar de estar divorciado, dice, la madre de su hijo no se ha separado de su lado ni un momento. Junto al texto aparece una foto de la mujer en una habitación de hospital. Observo la foto. No puedo creer lo que veo. Marta aparece allí, de pié, junto a la cama de aquel tipo.
Día 41 (segunda parte)
Casi no he podido trabajar nada hoy. Ver la imagen de Marta en el periódico, junto al hombre herido… no sé que pensar. Apago mi ordenador. Salgo de la oficina andando despacio. Camino por la calle, esta vez sin dirección alguna. Quiero hablar con ella. Necesito hablar con ella. Decido ir a mi casa andando. Cojo mi teléfono. Marco su número. Oigo su voz al otro lado de la línea. Me saluda con frialdad. Me dice que en ese momento no puede hablar demasiado conmigo. – Te he visto en el periódico. Lamento lo de tu ex marido.