Día 47 (por la noche, en mi celda)
El inspector ha venido a verme. Una extraña sonrisa se dibujaba en su cara. Soy el presunto asesino de un pobre hombre que estaba en su coche. Además, me dice, me van a intentar achacar todos los asesinatos. Creen que soy un loco asesino en serie.
Me da igual. No pienso declararme culpable, por supuesto, pero me da igual. Ahora mismo estoy completo. Soy Dios otra vez. Nada podrá detenerme. Nada podrá hacer que cumpla mi cometido. Podré esperar para hacerlo. Soy Dios. Soy inmortal. Tengo toda la eternidad para acabar mi trabajo.
– Ese hombre, el del coche, era un maldito asesino. Él era el asesino. – digo con desprecio.- Era Judas.
– Ese hombre, desgraciado, era un don nadie. Y a ti se te va a caer el pelo.
Ahí acabó mi conversación con el inspector. Se dio la vuelta y se fue. Ahora estoy solo, en mi celda. No llevo ni un día. Pero todo lo que tiene un principio, tiene un final. El fin de mis días negros está cerca, y la gloria vendrá a mí cuando salga de aquí.
Día 48
El silencio de las noches en la cárcel puede llegar a volverte loco. Los presos pasan horas preguntándose cómo han llegado allí. Algunos se compadecen. Otros sólo piensan en salir. De vez en cuando un gemido rompe la quietud. Algunos novatos rompen a llorar. Otros simplemente suspiran por la libertad. Yo, sin embargo, soy feliz. Estar aquí me dará tiempo para pensar en mi futuro. Judas está muerto. Yo estoy vivo. He vencido. Aún recuerdo su cara, su sangre resbalando por mis manos, sus ojos detrás del cristal del coche. Yo gano.
Todavía no se ha celebrado el juicio. Estoy en prisión provisional. El juez dictaminó que debía ingresar aquí. Me creen peligroso. Todos son peligrosos. Todo el mundo es capaz de asesinar sin piedad. Sólo necesitan un motivo. Un buen motivo y una buena coartada es suficiente. Cualquier persona es un asesino en potencia. Una madre mataría por proteger a su hijo. Un buen novio mataría por proteger a su novia. Un soldado mata por salir vivo de un combate. El mundo está lleno de asesinatos. Dejamos morir gente en las calles. Les asesinamos cruelmente. Permitimos que países enteros mueran de sed y hambre. Dejamos que asesinos en masa dirijan nuestros gobiernos. Pero lo aceptamos. Aceptamos esas muertes porque nos dan vida a nosotros. Una vida mejor, más plena y más rica. Todos somos asesinos.
Llevo un día entero aquí dentro. Nadie se ha atrevido a dirigirme la palabra. Escoria inmunda. Tienen miedo. Creen que estoy loco. Que soy un psicópata. Los periódicos anuncian a bombo y platillo que el asesino psicópata ha sido detenido. No. Están equivocados. Yo no estoy loco. No soy ningún loco. Ellos están locos. Todos estáis locos. Yo sólo soy la mano de Dios en la tierra. Yo soy El Salvador.
Me permiten tener material de escritura en mi celda. Aquí podré terminar de escribir mis pensamientos. Aquí podré plantear un futuro mejor para todos vosotros. Mañana será la vista inicial de mi juicio. Me declararé inocente. Nadie me vio cometer ninguno de los asesinatos. Mi abogado dice que lo tengo difícil. Las pruebas serán concluyentes. Aceptaré la decisión. No es mi final. Es mi comienzo.
Día 49 (mañana)
Una insoportable sirena resuena en mi cabeza. Son las siete y media de la mañana. Abro los ojos. Veo el techo de mi celda. Giro mi cabeza y consigo ver los barrotes. Estoy en la cárcel. No tengo ningún compañero aquí dentro. Me han dejado solo. Me aislan.
Me dirijo con pasos cansados a recoger mi desayuno. Me siento en una silla, dejo mi bandeja en la mesa. No hay nadie junto a mí. Vuelvo a recordar a cada uno de los personajes que han pasado últimamente por mi vida. Ahora lo veo todo distinto. Recuerdo a Lorena. Era una chica guapa. Yo la liberé. También pude hacer feliz a la dependienta. Enseñe a matar a un niño de diez años, antes de acabar con su vida. Y recuperé la ilusión de Marta por el mundo. Soy un buen hombre. Fue Judas quien casi consigue hacerme perder los papeles. Pero finalmente pude volver a sujetar las riendas de mi vida. Acabé con él para siempre. Soy libre. Soy el preso más libre de la historia. De este sucio y asqueroso mundo.
Dejo pasar las horas sin hacer nada. Permanezco en mi celda tumbado, con los ojos cerrados, meditando. Sólo abro los ojos cuando siento que alguien me observa desde fuera. Algunos de los internos de la prisión me miran como si fuera un bicho raro. Son ladrones, camellos, atracadores. Son escoria maloliente. Yo sin embargo soy la luz. Su luz. Ellos lo saben, por eso me admiran, por eso me observan. Quieren aprender de mí. Pobres.
La vista inicial del juicio se ha retrasado un día. Nadie ha querido explicarme por qué. He llamado a mi abogado. Me ha dicho que luego me lo explicaría. Que tenía que darme algunas buenas noticias para mí. Las espero con impaciencia.
Día 49 (noche)
– Ven aquí. Recoge tus cosas y ven conmigo.- Dice uno de los guardias, dirigiéndose a mí con cara de pocos amigos. Lo miro.
– ¿Dónde vamos? – Pregunto. Es tarde. Son casi las ocho. Dentro de poco cerrarán las puertas de las celdas.
– Coge tus cosas y ven conmigo. Te vas de aquí. Joder, ya te lo explicarán más tarde.
Recojo algunas de mis cosas. No tengo casi nada allí dentro. Unos papeles sobre los que he escrito algunas líneas y un bolígrafo. Sigo al guardia. Detrás de mí otro vigilante camina silencioso. Nos dirigimos a la salida del módulo. Prefiero no preguntar nada más.
En una de las salas, cerca de la salida, me espera mi abogado. Me mira con cara sonriente. No comprendo nada de lo que está pasando, aunque, inevitablemente, tengo la extraña sensación de que voy a salir de esta cárcel.
– Enhorabuena. Te van a soltar. – Dice el abogado estrechando mi mano con firmeza. Permanezco en silencio durante varios segundos.
– ¿Cómo? – Pregunto.
– Bueno, tú no eres el culpable de todos esos asesinatos. Eso ya lo sabíamos, ¿verdad?
– Sí, es verdad. Yo no he hecho nada. – Respondo con cautela. Ambos permanecemos en silencio otro rato. El abogado me mira a los ojos.
– Mira tío, yo no te creo. Pero me da igual. Este es mi trabajo. Te vas de aquí.
– ¿Por qué me sueltan?
– El asesino se ha entregado esta misma mañana. Un tipo, de unos cincuenta años, se ha entregado en una comisaría de policía del distrito centro. Ha confesado ser el autor de todos los asesinatos. Joder, si hasta ha confesado el asesinato de un padre con su hijo en la sierra, junto a un río. Aquello se cerró como un accidente.
Permanezco en silencio. Caminamos hacia el mostrador de salida. Un tipo con uniforme me hace firmar unos papeles y me devuelve mis objetos personales. El móvil, mi cartera y algo de dinero. Fantástico. Está todo. Salimos. Seguimos en silencio. Una vez fuera el abogado se dirige a mí.
– Por supuesto, el tipo ha confesado delante del juez. Entonces me llamaron a mí. Todos los detalles de los asesinatos coincidían con los informes forenses. Una de dos, o ese tío es el asesino, o sabía detalles que no se publicaron en la prensa.
– ¿Por qué se ha entregado?
– Yo qué sé. Está loco. Como una puta chota. Bueno. Te llamaré. Tendrás que rellenar algo de papeleo. Te mantendré informado. ¿Te acerco a algún sitio?
Durante el camino de vuelta no he sido capaz de abrir la boca ni un instante. Intento imaginar qué clase de locura puede llevar a un hombre a confesar esos asesinatos. Sobre todo siendo inocente.
Día 50
Dormir. Por fin he podido dormir a pierna suelta. Esta noche he sido capaz de cerrar los ojos y sentir que la tranquilidad volvía a mi ajetreada vida. Aún sigo preguntándome por qué un loco tarado se ha entregado, asumiendo la responsabilidad de los asesinatos, pero me da igual. Ahora estoy aquí, Judas ha muerto, y yo vuelvo a ser el que era.
Son las nueve de la mañana. Tengo que empezar a replantearme mi vida. Empezaré por hacer deporte otra vez. Tendré que buscar un empleo. La idea de volver a relacionarme con la sociedad me da asco, pero es la única forma de seguir llevando a cabo mi plan.