Me visto. Salgo a la calle. Me acerco hasta el quiosco. Quiero comprar el periódico del día. Estaría bien ver las noticias, y de paso buscar algún trabajo. Allí está el joven encargado. Definitivamente el pobre viejo no volverá. Le saludo. Me devuelve el saludo como si no le importara demasiado. Evito pensar demasiado en él. Es un maldito inútil. Con el periódico del día me da un suplemento: “guía de ocio en la ciudad”. Lo miro. No me gustan estas gilipolleces.
– Debería echarla un vistazo. A veces hay cosas interesantes.
Vuelvo a casa. Quiero leer con tranquilidad las noticias. Me siento en un sillón, con un café. Abro el periódico. Suena el teléfono. Joder. Dejo el periódico encima del sillón y me levanto hasta una mesa. Cojo el teléfono y descuelgo.
– ¿Diga?
– No se cómo lo has hecho, cabrón. Pero te estaré vigilando. – La voz del inspector al otro lado de la linea me sobresalta. Cuelga.
Me giro. Voy hacia el sillón. Veo un sobre blanco caído en el suelo. El corazón comienza a latir con fuerza. Mierda. No. No puede ser. Parece que ha caído del periódico. Lo recojo. Miro en su interior. Hay un papel, escrito a mano, con tinta negra. Es un número de teléfono.
Mi pulso se acelera. Vuelvo a coger mi móvil. Marco el número. Oigo la señal. Alguien descuelga. Permanece en silencio.
– ¿Quién eres? – Digo despacio.
– Enhorabuena por tu salida de la cárcel, maestro. ¿O debería decir pobre pelele aprendiz?. Eres mi más preciada marioneta. Jamás podrás librarte de mí. – La imagen del joven quiosquero aparece ante mí, mientras escucho su voz, tranquila y segura, como la de un Dios que ha estado manejando mi vida desde el principio.
Epílogo
El silencio se apoderó de toda la estancia. Durante largos minutos, ambos nos mantuvimos callados, como esperando la reacción del otro. Por fin, sin mediar palabra, él comenzó a hablar: “Desde que oí por la radio que un asesino en serie estaba haciendo estragos en la ciudad, supe que tenía que hacerlo. Desde siempre he sabido que mi cerebro era privilegiado. Mi capacidad superala de cualquier otro, incluida la tuya. Pero claro, eso no era demasiado complicado.
Me dí cuenta de que eras tú cuando te vi, aquella madrugada, acechando al que esperabas fuera un viejo indefenso, para acabar con él. Lástima, ¿verdad? Igual te preguntas cómo, más adelante, pude obtener tu número de teléfono. Te sorprenderías de lo crédulos que son algunos trabajadores de atención al cliente, sobre todo cuando das por supuesto que te tienen que dar esos datos.
También deberías preguntarte cómo era capaz de anticiparme a tus movimientos. Bueno, es simple cuando cuentas con algunos buenos amigos. Además, tú tampoco eres tan listo como crees. Lo más complicado pudo ser convencer al pobre tipo del parque para que se presentara ante ti. Una buena suma de dinero y la mayoría de los hombres de esta ciudad harían casi cualquier cosa. Demasiada pobreza encubierta, mi querido amigo.
El “más difícil todavía” fue convencer al tipo que se entregó, confesando los asesinatos. Con ese tuve que hacer un trabajo fino. Su familia está viva gracias a su declaración. Ay ay ay, lo que es la vida. Un tipo decide que tienes que entregarte a la policía, y tu lo haces sólo porque quiere acabar con tus hijos… demasiados apegos emocionales. No como tu, ¿verdad? O por lo menos ya no.
Y ahora estás aquí. ¿Por qué? Porque quiero tenerte a mi merced. Quiero seguir manejando tus hilos, que sufras sabiendo que hay alguien más grande que tú. Y que trabajes para mí…
Pero no, no intentes correr hacia el quiosco ahora. Te repito que soy mucho más listo de lo que crees. Ahora colgaré. Yo me pondré en contacto contigo. Eres un buen hombre, maestro. Nos mantendremos en contacto. Disfruta de la libertad que te he proporcionado. A más ver…”
En Madrid, a 18 de diciembre de 2006
Agradecimientos
Agradecimientos:
A Sonia por estar ahí cada día, aguantando mis manías.
A toda esa gente que leía cada día un capítulo, dando su opinión y su ánimo.
A todos los que me llamaban y me decían que les gustaba, que querían más.
A todos los que me hacían creer que podría escribirlo.
A todos vosotros, por leerlo y por leer.
Muchas gracias a todos.
Juanjo Escribano