Los miro. Ellos me involucran en su conversación. Como si me importara. Yo también pongo cara de preocupación. Sí, es para estar asustado, digo con toda la sinceridad que puedo. Ellos se lo tragan. Me creen. Además piensan que estoy dolido aún por lo de Lorena. Esta muerte destapa en mí una herida profunda, oigo decir a un gilipollas con voz ceremoniosa. Idiotas. Alguno se acerca a mí y me dice que el hijo de puta que está haciendo eso debería morir ahorcado. Es posible, respondo. Ciertamente podría ser. Yo debería morir ahorcado y ellos deberían morir quemados en un gran incendio, lentamente, dolorosamente. Pero la vida es injusta. Yo no muero ahorcado. Ellos mueren degollados. Qué putada.
A media tarde recibo una llamada. El inspector de policía del caso de Lorena. Me saluda afectuosamente a través del teléfono. Se preocupa por mí. Me pregunta por mi estado anímico. Mejor, contesto. Le digo que lo de la camarera ha sido una pena y ha destapado en mí una herida profunda. Mientras lo digo sonrío y pienso en el capullo al que se lo escuché esta mañana. Me dan ganas de reír, pero no es el momento. Quiere quedar conmigo mañana, para charlar. En la comisaría. No hay problema, respondo. Yo también quiero ayudar a detener a ese tipo, digo. Cuelgo. Este tipo es listo. Me cae bien. Ese tipo se gana mi afecto cada día más.
Después de trabajar voy al gimnasio. Paso dos horas seguidas haciendo ejercicio. Necesito relajarme bien. Esta noche dormiré como un bebé. Mañana me espera un día divertido.
Día 21
Los días nublados entristecen a la mayoría de la gente. A mi me da igual. Son días como todos los demás. El problema de esas personas es que saben que su vida da asco. Son conscientes de su mediocridad. Se saben humanos no completos. Reptiles que se arrastran por la vida. Esperan cualquier motivo para entristecerse. Son patéticos. Hoy es uno de esos días nublados.
Salgo de casa y voy directamente a la comisaría. He quedado con el inspector. Avanzo pensando qué puede querer de mí. Me extraña que esté tan interesado en hablar conmigo. Voy dando un paseo. Hace fresco y me despejo. Al entrar un policía uniformado me pide la documentación y me cachea. Parezco un vulgar delincuente. Debo ser el único cuerdo de este mundo de locos. Se protegen de sus protectores. Inútiles.
El inspector me saluda amablemente. Me invita a un café y nos sentamos dentro de una sala de reuniones. Va directamente al grano. Me pregunta por la camarera. Intenta que le diga que yo la maté. Es listo pero no tanto. El día que esa tía murió yo estaba en mi casa viendo una película. No me gusta salir por las noches. Desde lo de Lorena me siento muy mal. No me apetece divertirme, y mucho menos tomar copas en un bar. Estoy completamente dispuesto a ayudarle en la búsqueda del asesino. Ese maldito desalmado…
Me mira. Busca en mi mirada. Le miro directamente, a los ojos. Silencio. Llevamos más de un minuto callados. ¿Le gusta a usted el deporte?, pregunto. Se queda sorprendido con la pregunta. Podríamos quedar un día para jugar al tenis. Soy un gran aficionado. ¿Juega usted al tenis?
La conversación con el inspector no nos lleva a ningún lado. Juega su juego. Ese es su problema. Se cree que es un juego. Yo no juego. Yo mato. Salgo de la comisaría contento. Me gustan los días nublados. Hoy es un buen día nublado. Además, he conseguido un compañero para jugar al tenis.
Día 22
Salgo del trabajo algo tarde. Camino hasta el metro en compañía de un par de compañeros. Junto a mí camina un tipo de mi departamento. No para de hablar con su voz nasal. Es nauseabundo. Es odioso. Quiero que se calle. Necesito no oír más su voz. A su lado va una chica joven de administración. Está buena, muy buena. Todos los tíos de la empresa babean p or ella. Son patéticos. Cada vez que abre la boca todos sonríen como gilipollas. Da igual lo que diga. Siempre hay risas. O caras de interés. Algunos incluso se hacen los interesantes y se ponen a hablar con ella. Cambian la voz y la expresión de sus rostros cuando se acerca. Capullos. Cuando se gira todas las miradas se fijan en su culo. Por las noches se follan a sus mujeres pensando en ese culo. Los solteros se masturban imaginando que se la están tirando, que ella grita y gime de placer y dolor. Es su puta fantasía. Son monos amaestrados.
Llegamos al metro. Los tres esperamos en el mismo andén. Viajaremos juntos un par de paradas. Un letrero luminoso indica que faltan 4 minutos para que llegue el siguiente. Ellos dos mantienen una conversación de trabajo. El tío es patético. No para de hacerse el gracioso. Cuando ella no le mira a los ojos, él baja la mirada hasta sus tetas. Creo que se la está imaginando desnuda. Se está excitando. Joder, creo que el muy cretino se está empalmando.
Ella no se entera de nada. No ve lo que veo yo. Nadie sabe mirar con mis ojos. Siguen hablando de estupideces. Jefes. Clientes. Ofertas. Contratos. Estoy a punto de vomitar en sus caras. De repente recuerdo a la dependienta de la tienda de flores. Me despido. Salgo del metro y les dejo solos. Con un poco de suerte ese tío patético se la tirará esta noche. O no. Me da igual. Voy hasta la tienda en taxi. Allí está ella, a punto de cerrar. Entro. Me mira. Está sola. Cierra la puerta detrás de mí y cuelga un cartel que indica que el local está cerrado. Baja una puerta de seguridad. Saldremos por detrás, me dice. Nos dirigimos hacia la puerta trasera. Ella va delante. Yo la agarro por la cintura. Empiezo a rozarla. Se detiene cerca del mostrador. Roza suavemente su culo contra mi pene. Estoy excitado. Subo su falda. Empiezo a masturbarla. Gime. Ella se gira. Nos besamos. Sigo acariciando su coño con mis dedos. Me baja el pantalón y empieza a acariciarme. Tiene la falda subida así que lo tengo fácil. Aparto su ropa interior y comenzamos a hacerlo. Sin preservativo. Sin seguridad. Mierda, pienso. No puedo hacer esto así. La saco. Se queda quieta. Tomo la píldora, me dice. Aún así me pongo uno. Está de acuerdo.
Lo hacemos. Sexo. Más sexo. Pasión. Ella se va a correr. Está gritando de placer. Está teniendo un orgasmo ahí mismo, sobre el mostrador. Está en otro mundo. Todo sucede en segundos. Nos vamos a correr juntos. Mientras los dos gritamos veo unas tijeras cerca. Las recojo. Ella está en pleno éxtasis sexual. Clavo las tijeras en su espalda. Creo que aún no se ha dado cuenta. Follo tan bien que no sabe que la estoy matando. Aprieto con mi polla. También aprieto más con las tijeras. Sigo clavándolas. Me mira. La aprieto contra mí. Tengo un orgasmo mientras ella comienza el lento proceso de poner fin a su vida. El mejor polvo en mucho tiempo. He terminado y ella también. Está pálida. La cabeza inclinada hacia atrás. El forense dirá que ha muerto apuñalada. Yo sé que la he matado de amor. Soy un romántico.
Día 23
Los rayos de luz llevan varias horas molestando mi sueño. Es fin de semana y no me apetece nada levantarme. No obstante llevo un buen rato despierto. Miro el techo. Pienso en la chica de la tienda de flores. Pienso en lo que hice con ella. Siento una extraña sensación dentro de mí. No lo entiendo. No estoy acostumbrado. Algo me dice que no tenía que haberla matado. No tiene ningún sentido. Mucha más gente merece morir. Quizá ella también, pero no estoy seguro. De repente recuerdo a Lorena. Ella tampoco lo merecía. Del resto no tengo ninguna duda. Están mejor muertos. Guardo silencio. Dejo pasar los minutos ahí tumbado, boca arriba.
La idea de haberme equivocado atormenta mi mente. ¿Por qué me pasa esto ahora? Me desquicio. Finalmente decido salir de la cama. Voy al baño. Me miro en el espejo. Miro mi cara. El miedo se apodera de mí. Es la primera vez en mi vida que me miro y no me gusto. No soy dios. No soy perfecto. Tengo ojeras. El pelo despeinado. Los ojos rojizos. Me doy asco. Mi cara es vulgar, común, simple. Estoy aterrado.