Despierto. Mejor dicho, no duermo. Las imágenes siguen pasando por mi cabeza sin control. Ideas que surgen de algún oscuro rincón de mi mente. Las ojeras están cada vez más marcadas en mi rostro. Mi cerebro funciona lento. Soy incapaz de concentrarme en mis objetivos. Tengo que hacer algo. Salgo de casa. Camino del trabajo recuerdo que tengo una cita con el inspector. Mierda, tengo que ir hasta la comisaría. Aún tengo tiempo así que decido ir dando un paseo. El día ha amanecido algo nublado y fresco, pero necesito que me dé el aire en la cara. La gente camina a mi alrededor deprisa. Muy deprisa. P or la calle los coches aceleran y frenan desquiciados. Veo a un tipo gritando a través de la ventanilla, desde dentro de su vehículo. Creo que está gritando a un motorista que está parado a su lado. Gilipollas. Son como simios, los dos. Patéticos. El motorista da una patada al coche del gilipollas número uno. Él es el gilipollas número dos. La gente sigue su ritmo. Yo también.
Continúo mi paseo. Un tipo delgado, con ojos rojos y barba de varios días me detiene. Balbucea. Creo que me está pidiendo dinero. Miro alrededor. No hay nadie. Ha aprovechado una callejuela vacía para pedirme algo. No, no me pide, me exige. Entre sus tristes palabras consigo entender cuchillo. Me está atracando. Joder, me atraca un puto heroinómano, a mí. No llevo nada para defenderme. Voy camino de una comisaría. Esto es el colmo. El tipo comienza a sacar un cuchillo de su pantalón. Justo antes de que lo saque del cinturón me acerco rápidamente a él. Cojo su cuello desde atrás con mi mano izquierda. Mi mano derecha agarra su brazo y aprieta fuerte. Empujo hacia él y hacia abajo. Un breve gruñido sale de su boca. Un quejido. Un comienzo de lamento. Le miro. Creo que me intenta decir algo. Alrededor sigue sin haber nadie. Vuelvo a empujar su mano. Una mancha oscura comienza a surgir de su pantalón, cerca de la ingle. Su cara comienza a palidecer. De repente, sus ojos pierden el color rojo de hace unos segundos. Le empujo. Por éste nadie llorará. Para éste no habrá primera plana en los periódicos. A éste no le ha matado un asesino en serie. Continúo mi camino. No quiero llegar tarde a mi cita.
La reunión con el inspector es de lo más curiosa. Me comenta que hay una pista que le puede conducir al asesino de Lorena y las otras chicas. Me comenta algo de una banda de Europa del este. Me enseña unas fotos. No reconozco a ninguno de ellos. La mayoría, me comenta, están fichados y reclamados desde hace tiempo. Son unos hijos de puta muy deseados. No entiendo por qué me enseña estas fotos. Creo que quiere ver la expresión de mi cara. Hace un comentario sobre mi aspecto cansado. El trabajo, respondo. Asiente con la cabeza. Recoge las fotografías con parsimonia. Ordena sus carpetas. Clava su mirada en mí. Silencio. Por fin, habla. – Eres el mayor cabrón que he conocido. Pero eres listo, hijo de puta. – dice, con la voz suave, tranquila. Se levanta y me acompaña a la puerta. Empieza a molestarme su presencia, y mucho más su grosería. No soporto la grosería.
Día 27
La conversación con el inspector no fue nada interesante. La única conclusión a la que pude llegar es que ni siquiera un hombre con su cargo se salva de la degeneración a la que se somete la raza día a día, mes a mes, año a año… Pronto seremos mamíferos bípedos que habrán perdido las capacidades del habla y razonamiento mientras volvemos a la caverna de la que, tal vez, nunca debimos haber salido.
Reflexiono sobre estas y otras cosas mientras camino hacia mi casa. Decido tomar un autobús que me deje algo más cerca. Quiero tener tiempo para bajar al parque un rato. Anhelo volver a verla hoy. Su imagen no deja de aparecer en mis pensamientos.
Espero en la parada. Hay varias personas junto a mí. Todas miran con ansia en la dirección por donde tiene que venir el autobús. Algunas de esas personas echan ojeadas furtivas a sus muñecas, observando la hora en sus relojes. Yo les observo a ellos. Lo hago con disimulo. No quiero que piensen que soy un loco. Sólo observo. Miro.
Hay dos señoras bastante mayores con algunas bolsas. Hablan en bajo entre ellas y no apartan la mirada de la calle. Cerca hay una mujer de mediana edad. Po r su aspecto creo que se cuida bastante. Hace deporte. Viste ropa elegante pero no demasiado cara. Un intento de mujer triunfadora de cuarenta y tantos. Su pena es que se ha quedado en eso, un intento. No debió de tirarse al consejero adecuado en su empresa. Te equivocaste y ahora no sólo no tienes el puesto que deseabas, sino que has dejado que un maldito cerdo podrido de dinero te la metiera, tú a cuatro patas y él sujetando tu cintura, con los calcetines puestos. Mala suerte.
Un chico joven, de unos 18 años también está esperando. Lleva una mochila. De vez en cuando deja de mirar al infinito y clava sus ojos en la mujer. Se la está follando con la imaginación. Escucha música. Miro sus ojos. Casi se puede ver a través de su cabeza vacía. El poco cerebro que gasta está repleto de mierda, basura. No culpes a la sociedad de tu escasa valor intelectual, chaval. Eres tú el que decides lo que ves en cada momento. Eres puta escoria. Eres el futuro de una raza sin esperanza. Eres su epitafio.
Por fin llega el ansiado transporte. De repente todos parecen activarse. Empiezan a moverse con disimulo. Miran hacia otra parte y van dando pasitos cortos, intentando llegar los primeros a la puerta ya casi abierta del autobús. Permanezco allí de pié, parado, esperando mi turno. Recibo empujones. El chaval ha conseguido el primer puesto. Enhorabuena, animal. Lo observo todo y una sensación de ira se apodera de mi mente. Estoy a punto de agarrar a cualquiera de ellos y aplastar su maldito cráneo contra el cristal de la puerta. Tengo que controlarme. Finalmente decido ir a casa andando. Creo que iré directamente al parque. Seguro que ella está allí, esperando. Creo que me estoy volviendo loco.
Día 28
La oficina apesta a descerebrado. Cada día un poco más. No estoy seguro de poder seguir aquí mucho tiempo. Lo único bueno es que me pagan lo suficientemente bien para seguir haciendo mi trabajo, sin escuchar de mí demasiadas protestas. Llego a mi puesto. Tomo un café y comienzo mi jornada. No suelo despistarme demasiado. No me paso todo el día hablando como mis compañeros. Yo trabajo. Trabajo y pienso en salir de aquí lo antes posible. Una hora más metido en esta jaula y empezaré a enfurecerme. Miro el reloj. Sólo queda media hora para poder salir por la puerta sin que nadie me lance una mirada de desprecio. Odio eso. Da igual que la hora de salir sean las seis de la tarde. Salir al menos a las siete es un rito ancestral que nadie comprende, nadie apoya, a nadie agrada. Todo el mundo lo hace.
Estoy saliendo por la puerta. Pienso en ver a Marta. Ayer estuvimos hablando un buen rato. Su hijo jugaba cerca. Me cae bien. Es un chico solitario, como yo. Es fuerte, inteligente. Llegará lejos. Hoy no hemos quedado, pero sé que estará por el parque con su hijo. Ella sabe que yo iré. Tenemos que bailar esta melodía hasta poder hacer otra cosa. No me importa. Es la única persona con la que me encuentro a gusto.
En el ascensor de la oficina me encuentro a cuatro tipos que trabajan conmigo. Nos miramos. Sonrisas. Es la hora ¿eh?, comenta un botarate con corbata roja. Lleva un maletín en la mano. Se cree más importante por llevar el maletín. Todos piensan que lleva infinidad de papeles para trabajar en casa. Yo sé que lleva infinidad de revistas pornográficas para masturbarse en el baño. Las compra en un quiosco cerca de la oficina. Un día le vi comprarlas, pero no le dije nada. Él tampoco lo mencionó. Imagino su vida. Su sueldo es lo suficientemente alto para mantener varias familias a un buen nivel. Pero él sólo mantiene la suya. A su mujer, una vieja pija, gorda, imbécil que ya no se la quiere chupar nunca, pero que disfruta tomando un café de media tarde con sus amigas del club. A su hijo, un niñato estúpido que va a clase en su moto nueva, con su casco y otro más para la “chati” que quiera montar hoy, y no precisamente en moto. Y a su perro, bueno, el de su mujer. Un caniche con corte de pelo de 30 euros. Amigo, tu no necesitas revistas para masturbarte. Con toda esa pasta que tienes deberías comprar otra familia. Ellos ni se darán cuenta de que faltas.