– Estoy seguro de que Matt nunca había tenido ni vendido a nadie un gramo de esa hierba. Y que nunca había comprado un cuchillo de esas características.
No es que Russell tuviera motivos para compartir esa convicción, pero lo hizo.
– Se lo llevaron a la oficina del sheriff. Le enumeraron todas las cosas desagradables con que se encontraría. Una acusación de uso y tráfico de estupefacientes y otra, más grave, de asesinato. La hierba la habían puesto ellos mismos en el cuarto de Matt. En cuanto al cuchillo, en fin, no llego al extremo de pensar que esos dos hayan matado a los hippies a propósito. Pero el sheriff fue el primero en llegar al lugar de los hechos, y hacer que el arma desapareciera habrá sido un juego de niños para un tipo como él. Por otra parte, dado que Matt estaba conmigo, esos dos bastardos le dijeron que podía involucrarme acusándome de complicidad y encubrimiento. Le hicieron una oferta alternativa al juicio y la cárceclass="underline" que fuera voluntario a Vietnam.
Ben se terminó el café.
– Y él aceptó. El resto ya lo sabes.
– Una historia vieja como el mundo.
Ben Shepard lo miró con sus ojos azules, una mirada que en ese momento mostraba una dolorosa rendición.
– El mundo es aún muy joven como para que no se repitan historias como ésta.
Russell tuvo la sensación de que había entrado con botas claveteadas en un lugar donde debía haberlo hecho de puntillas. Pero tenía que seguir por muchos motivos, uno de los cuales tenía el rostro de un ser humano.
– ¿Y Karen?
– No pudo creer en esa decisión. Después, la incredulidad se transformó en desesperación. Pero el pacto de Matt con el sheriff implicaba la promesa del silencio. Con ella y conmigo.
El viejo le sirvió más café sin preguntarle si quería.
– Después de un período de instrucción en Fort Polk, Luisiana, Matt volvió a escondidas a casa, por la licencia que el ejército concedía antes de partir para Vietnam. Vivió un mes prácticamente encerrado en la nave, esperando cada día el momento en que ella venía a verlo. Pasaron todo el tiempo posible en ese cuarto, y hoy espero que cada uno de aquellos minutos haya sido como años, aunque sé que no suele ser así.
»Un mes y medio después de la despedida, Karen me dijo que estaba embarazada. También se lo escribió al muchacho. No obtuvimos respuesta y poco tiempo después llegó la noticia de que había muerto.
– ¿Qué fue de ella?
– Karen es una mujer de mucho carácter. Cuando su padre supo que estaba embarazada, trató por todos los medios de hacerla abortar. Pero ella se mantuvo en sus trece, amenazando con contarle a todo el mundo quién era el padre del niño y que el juez le había dicho que abortara. Como su partido político no consentía el aborto, ese malnacido escogió el mal menor: el escándalo de que su hija fuera madre soltera.
– Pero Matt volvió…
– Sí, pero en él estado que sabes.
Russell imaginó que ante los ojos de Ben pasaba una ráfaga de imágenes de aquel encuentro entre los jóvenes. Y también todo el dolor y el afecto que había sentido por aquel desdichado muchacho.
– Cuando lo vi, no lo reconocí. La pena que sentí entonces tardó años en disiparse. El pobre chico debe de haber sufrido de un modo inimaginable, experimentado cosas que no es justo que un ser humano conozca.
Ben se llevó la mano al bolsillo de su viejo cárdigan, sacó un pañuelo y se lo pasó por los labios. Sin darse cuenta había usado casi las mismas palabras que le había dicho a Matt la noche que lo encontró frente a la nave-depósito.
– Por culpa de aquello en lo que se había transformado, no quiso que Karen supiera que estaba vivo. Me hizo jurarle que no se lo diría.
– ¿Y después…?
– Pidió quedarse unas horas en la nave, porque tenía algo que hacer. Una vez terminado ese asunto, dijo, volvería a buscar el gato y se iría. Vi cómo se iba a la ciudad a pie. Y ya no volví a verlo.
Una nueva pausa. Russell sabía que Ben iba a decirle algo importante.
– Al día siguiente, los cadáveres de Duane Westlake y Will Farland fueron extraídos de las ruinas carbonizadas de la casa del sheriff. Ojalá hayan seguido quemándose en el infierno.
En los ojos de Ben había un abierto desafío contra cualquiera que no compartiera lo que acababa de decir. En aquel punto de la conversación, Russell había perdido la lucidez necesaria para juzgar. Sólo quería saber más.
El viejo constructor se reclinó en el sillón.
– Unos diez años después también murió el juez Swanson y se reencontró con sus cómplices en el infierno.
Ben se relajó y se concedió un instante para disfrutar de una hipótesis que para él debía de ser una certeza.
– ¿Qué pasó con el niño de Karen?
– Mientras fue pequeño, cada tanto Karen me lo traía para que lo viera. Después dejamos de frecuentarnos, no sé si por culpa suya o mía.
Russell comprendió que el viejo se atribuía una parte de responsabilidad que no tenía, y que lo hacía por una generosa disposición.
– Y después qué sucedió.
– En cierta etapa tuve problemas económicos. Para resolverlos confié la empresa a un administrador y me fui tres años a trabajar en una plataforma petrolífera como experto en explosivos. Cuando volví, Karen lo había vendido todo y se había ido. Tampoco volví a verla.
Russell sintió que la desilusión le quemaba la garganta más que el humo de miles de cigarrillos.
– ¿No sabes adónde se mudó?
– No. Si lo supiese te lo diría.
El viejo se dio unos instantes para realizar un balance personal.
– He entendido la importancia que tiene que encuentres a la persona que estás buscando. Y yo ya tengo suficientes remordimientos como para agregar otros.
Russell miró por la ventana y se dijo que en cualquier caso era una pista. Para la policía, Karen Swanson no sería una persona difícil de encontrar y, en consecuencia, tampoco sería difícil caer sobre su hijo. Lo que faltaba era tiempo. Si acertaba en sus suposiciones, la siguiente explosión se produciría durante la noche. Y habría nuevas imágenes como las que la televisión y los periódicos habían mostrado del escenario de los atentados. Volvió a mirar a Ben. El viejo había entendido su desconsuelo.
– Russell, hay algo que quizá te interese, aunque es una pista tan débil que quizá no valga la pena.
– En casos como éste, todo vale la pena.
El viejo se miró las manos manchadas por los años. En las palmas se trazaban todas las líneas de su vida y también la conciencia de cada una.
– Durante años, mi primo ha sido director del Wonder Theatre, aquí en Chillicothe. Es algo muy modesto, sobre todo para espectáculos locales, conciertos de pequeños grupos y cantantes poco conocidos. De vez en cuando trae alguna compañía en gira, para ofrecer la novedad y la ilusión de la cultura.