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Sólo un instante y Vivien volvió a ser quien era y lo que el mundo esperaba de ella. El lugar donde habían encontrado el cuerpo estaba tan cerca que hubiera llegado antes andando. Mientras tanto ya estaba elaborando la poca información que tenía entre manos. Una obra en construcción era el lugar ideal para hacer que una persona indeseada desapareciera para siempre. Ésta no sería la primera vez, ni la última. Un asesinato, un cuerpo escondido en una viga de cemento, la vieja historia de locura y violencia.

«¿Y cuál gana?»

El combate entre lobos había comenzado en la noche de los tiempos. A lo largo de los siglos siempre hubo alguien que alimentó al lobo equivocado. Vivien se desplazó con la inevitable excitación que sentía cada vez que se acercaba a un nuevo caso. Y con la certeza de que, lo resolviera o no, como siempre todos saldrían derrotados.

9

Llegó a las obras subiendo por la Tercera Avenida.

Había caminado cruzando semáforos, escaparates de bares, mucha gente, siendo una persona normal entre personas normales. Ahora saldría del anonimato que hasta ese momento la había fundido con la humanidad que la rodeaba, para volver a ser quien era. La llegada de un detective a la escena del crimen era un momento especial, como cuando para un actor se abría el telón. Nadie habría tocado nada ni movido un dedo desde que le encargaron la investigación. Conocía las sensaciones que tendría. Y sabía que, como siempre, estaría contenta de no poder prescindir de ellas. El lugar donde se había cometido un homicidio, fuera reciente o del pasado, nunca carecía de un morboso atractivo. Algunos escenarios de catástrofes incluso se habían convertido en destinos turísticos. Para ella, era el lugar donde dejar de lado las emociones y desarrollar su trabajo. Todas las hipótesis que pudiera haberse formulado durante el breve trayecto pasarían ahora la prueba de los hechos.

El coche de la policía estaba aparcado junto a la acera, protegida por el cercado de plástico naranja que delimitaba la parte del área de las obras que invadía la calzada. Bowman y Salinas, los agentes enviados por Bellew, no estaban a la vista. Quizá se hallaran dentro, circunscribiendo con cintas amarillas la zona donde había sido descubierto el cadáver.

Los obreros estaban reunidos junto a la puerta de uno de los barracones que había a ambos lados de la obra. De pie, un poco separados del resto, había otros dos hombres. Uno era negro, alto y grande, el otro era blanco y llevaba una chaqueta azul de trabajo. En todos los presentes parecía que los nervios eran el único motor de sus movimientos. Vivien comprendía muy bien ese estado de ánimo. No todos los días sucede que al derribar una pared uno se encuentre con un cadáver.

Se acercó a esos dos y les mostró su placa.

– Buenos días. Creo que me están esperando, soy la detective Vivien Light.

Si les sorprendió ver que llegaba a pie, no lo demostraron. El alivio debido a su presencia, por tener al fin a alguien a quien referir los hechos, superaba otras consideraciones.

El blanco habló en nombre de los dos.

– Soy Jeremy Cortese, jefe de obras. El señor es Ronald Freeman, el segundo jefe.

Vivien abordó el asunto sin dilación, consciente de que los dos hombres esperaban que lo hiciera.

– ¿Quién ha descubierto el cadáver?

Cortese señaló al grupo de obreros que estaba detrás.

– Jeff Sefakias. Estaba derribando la pared y…

– Está bien. Después hablaré con él. Ahora quiero hacer un reconocimiento.

Cortese dio un paso hacia la entrada de las obras.

– Venga por aquí. Yo le indico.

Freeman se quedó donde estaba.

– Si fuera posible quisiera evitar volver a ver ese… esa cosa.

A Vivien le costó disimular un gesto de simpatía. Lo hizo porque podía ser interpretado como una burla. No debía humillar a quien le parecía una buena persona. Una vez más pensó en lo impreciso que era siempre emparejar el cuerpo y la mente de una persona. La pinta de aquel hombre le habría dado miedo a cualquiera, en cambio era él quien estaba impresionado por una escena cruenta.

En ese momento un gran automóvil se detuvo a su lado. El chófer abrió la puerta trasera y salió una mujer. Era alta, rubia, y pudo haber sido guapa en el pasado. Ahora era la manifestación viviente de la inútil batalla de algunas mujeres contra la imparcialidad del tiempo. Aun cuando vestía de modo informal, toda su ropa era de marca. Delataba tiendas de la Quinta Avenida, Sacks, sesiones de masajes en spa exclusivos, perfume francés y gesto de desprecio por el prójimo. Se dirigió a Cortese sin dedicarle una mirada a Vivien.

– Jeremy, ¿qué está pasando aquí?

– Como ya le he dicho por teléfono, hemos encontrado el cuerpo de un hombre durante las excavaciones.

– De acuerdo, pero los trabajos no pueden pararse por eso. ¿Tiene idea de cuánto cuesta a la empresa cada día que se detienen los trabajos?

Cortese encogió los hombros y dirigió a Vivien un gesto espontáneo con las manos.

– Estábamos esperando la llegada de la policía.

En ese momento la mujer pareció advertir la presencia de Vivien. La miró de arriba abajo con una expresión que la detective decidió que no merecía ser descifrada. Cualquiera que fuera el tema del examen, ropa o aspecto o edad, sabía que no obtendría una buena nota.

– Agente, tratemos de resolver lo antes posible este desagradable accidente.

Vivien ladeó la cabeza y sonrió.

– ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

La mujer usó un tono de proclama:

– Elizabeth Brokens. Mi marido es Charles Brokens, propietario de la empresa.

– Bien, señora Elizabeth Brokens, mujer de Charles Brokens, propietario de la empresa: un desagradable accidente podría ser, por ejemplo, la nariz que su cirujano plástico le ha colocado en medio de la cara. Lo que ha sucedido en este lugar es lo que todo el mundo suele llamar homicidio, ¿le suena? Y como bien sabrá usted, es una práctica perseguida por la ley. Me permito recordarle que es la misma ley que investiga la contabilidad de la empresa de su marido, señora. -Abandonó la sonrisa y cambió de tono-. Y si usted no desaparece ya mismo, la hago arrestar por obstaculizar una investigación de la policía de Nueva York.