– No, gracias, padre. La esperaré en la iglesia.
– Entonces, hasta pronto, señorita Light.
El sacerdote se alejó. Quizás había interpretado como devoción su propósito de esperar en la iglesia. Pero lo que Vivien quería en ese momento era estar sola.
Empujó el portón y atravesó el atrio revestido de madera clara, dejando atrás las estatuas de santa Teresa y san Gerardo, enhiestas en nichos en las paredes. Otra puerta, más ligera, la condujo al interior de la iglesia.
Estaba fresco y había silencio y penumbras. Y la promesa de bienvenida y amparo que ofrecía el altar desde el otro extremo de la única nave del templo.
Cuando entraba en una iglesia, a Vivien le costaba percibir la presencia de Dios. Ya había pasado parte de su joven vida en las calles y se había cruzado con demasiados demonios, sintiéndose siempre frente a ellos sólo como un ser humano demasiado débil y atemorizado para enfrentarlos. Allí, en ese lugar lleno de imágenes, con el requerimiento de sacralidad hecha a medida del hombre, a la luz de los cirios encendidos por la fe y la esperanza, no lograba compartir siquiera un fragmento de esa fe y esa esperanza.
«La vida es un lugar alquilado. Dios a veces es un personaje incómodo que se desplaza por la casa.»
Se sentó en uno de los últimos bancos. Y se dio cuenta de algo. En ese lugar, que para los creyentes era recinto de paz y salvación, ella llevaba una pistola en la cintura. Y, no obstante, se sentía desamparada.
Cerró los ojos y cambió la luz tenue por la oscuridad. Mientras esperaba que llegase Sundance, su sobrina, también llegaron recuerdos. El día en que…
… estaba sentada al escritorio, justo frente al «Plaza», en el caos de papeles, llamadas telefónicas, malas acciones de mala gente y malas vidas, chistes y conversaciones ociosas de colegas entre turnos de servicio. Como en una secuencia que no olvidaría nunca, el detective Peter Curtin había entrado por sorpresa por la puerta que daba a la escalera. Había sido un efectivo del Distrito 13 hasta poco tiempo antes. Después, durante un tiroteo en una operación, había resultado gravemente herido. Físicamente se había repuesto, pero desde el punto de vista emocional no era la misma persona. Sobre todo por presiones de su mujer, había obtenido el traslado a un destino más tranquilo. Ahora estaba en la Brigada Antivicio.
Se había dirigido directamente a su escritorio.
– Hola, Peter, ¿qué haces por aquí?
– Necesito hablar contigo, Vivien.
Había una nota de incomodidad en su voz, y ella abandonó la sonrisa del saludo.
– Claro, dime…
– No, aquí no. ¿Quieres dar un paseo?
Sorprendida, Vivien asintió y poco después estaban en el exterior. Curtin se dirigió hacia la Tercera Avenida y Vivien lo acompañó. Había tensión y él trataba de aligerarla. Ella no entendía a favor de quién.
– ¿Cómo van las cosas aquí? ¿Bellew sigue teniendo a todo el mundo con la cuerda tensa?
– No des rodeos, Peter, ¿qué ocurre?
Su colega miraba a otro lado. Y ese lado a Vivien no le gustaba nada.
– Sabes bien cómo van las cosas en esta ciudad. Escort y cosas por el estilo. Asian Paradise, Ebony Companions, Transex Dates. Y el ochenta por ciento de los que anuncian spa, masajes, etcétera, no son más que casas de citas. Sucede en todo el mundo, pero esto es Manhattan. Éste es el centro del mundo y aquí sucede todo más… -Peter se interrumpió. Finalmente se decidió a mirarla a los ojos-. Hemos tenido un soplo. Un sitio de lujo en el Upper East Side, frecuentado por hombres a los que les gustan las chicas muy jóvenes. A veces los chicos. En cualquier caso, todos menores de edad. Entramos y pillamos a varias personas. Y…
Hizo una pausa que para Vivien fue una premonición. Con un hilo de voz pronunció un ruego con una sola palabra:
– ¿Y?
Y la premonición se había transformado en realidad.
– Una de esas personas era tu sobrina.
De golpe, todo el mundo subía a una noria. Vivien sintió dentro de sí algo parecido a la muerte.
– Fui yo quien entró en la habitación donde…
Peter no tuvo fuerzas para añadir nada. Ese silencio fue lo que dejó vía libre a la fantasía de Vivien y resultó peor que las peores palabras.
– Por suerte la conocía y por un milagro logré sacarla del prostíbulo. -Peter le cogió los brazos-. Si se hace pública esta historia, meterán la nariz los asistentes sociales. Con una situación familiar como la vuestra,, es seguro que será confiada al cuidado de alguna institución. Es una chica que necesita ayuda.
Vivien lo miró a los ojos.
– No me lo estás diciendo todo, Peter.
Un instante de terror. Después una respuesta que él hubiera querido no dar y que ella hubiera querido no escuchar.
– Tu sobrina se droga. Le encontramos cocaína en un bolsillo.
– ¿Cuánta?
– No suficiente como para pensar que camellea. Pero debe de esnifar bastante cada día si ha llegado a…
«A prostituirse para conseguir dinero», terminó la frase Vivien en su cabeza.
– ¿Dónde está?
Peter señaló un coche, en un punto indefinido de la calle.
– Está en mi coche. Una colega la vigila.
Vivien le apretó una mano. Para transmitir y para recibir.
– Gracias, Peter. Eres un amigo. No te debo una, sino miles…
Se dirigieron hacia el coche de Peter. Vivien recorrió el breve trayecto como una sonámbula, con la urgencia y el miedo de encontrarse con su sobrina, con…
… la misma ansiedad con que la esperaba ahora.
El sonido de unos pasos la obligó a abrir los ojos y la transportó a un presente que era un pasado un poco mejorado.
Se levantó y se volvió hacia la entrada. Se encontró ante su sobrina. Llevaba en la mano una bolsa de deportes. Era tan guapa como su madre, y como su madre estaba de algún modo hecha trizas. Pero para ella había una esperanza. Debía de haberla.