Выбрать главу

La reunión se disolvió y los presentes salieron comentando los hechos. Algunos volvieron a casa, otros se esparcieron por la dudad para vivir ese fragmento de domingo. Todos con una nueva arruga en la cara.

Vivien, que había bajado del Bronx directamente a comisaría, estaba otra vez en su coche y se había acoplado al tráfico perezoso rumbo a su casa. Al día siguiente la dudad despertaría e iniciaría su carrera furibunda no se sabía hacia qué, guiada por lo acostumbrado y quizá por algún «porque». Pero por el momento había calma y tiempo para pensar. Y era lo que Vivien necesitaba. Apenas llegada a casa se duchó y se metió en la cama, tratando inútilmente de leer un libro. En lo que quedaba de la noche durmió poco y mal. Las palabras del capitán, unidas a lo que habían visto ella y Sundance, la habían inquietado. Además, la había desorientado el comportamiento del padre McKean cuando se encontraron en Joy. Había hablado con él sobre los progresos en la relación con su sobrina, sobre la apertura hacia ella, sobre el nuevo rumbo de la relación. La respuesta que tuvo no había sido la que esperaba. El sacerdote había recibido la noticia con una sonrisa tibia y con palabras que más parecían de circunstancia que de contento por el resultado que ella y Sundance había obtenido. No parecía la persona que Vivien había aprendido a conocer y admirar desde que la conoció. Varias veces había desviado la conversación hacia el tema del atentado, informándose sobre la modalidad, el número de víctimas, la investigación. Vivien había captado un malestar extraño, ambiguo, algo que sin duda el padre McKean llevaba dentro de sí y no había transmitido.

Vivien llegó a la sala donde estaban los escritorios de los detectives. Sólo unos pocos de sus colegas estaban en sus sitios. El Plaza estaba vacío.

Hizo un saludo dirigido a todos y a nadie. En ese momento, la acostumbrada camaradería había desaparecido. Todos estaban en silencio y cada uno parecía concentrado en un pensamiento personal.

Se sentó en su mesa, encendió el ordenador y clicó el ratón. Cuando el monitor le dio vía libre, entró en el link de la Police Database, introdujo su identificador y contraseña y apenas entró en el programa tecleó el nombre de Ziggy Stardust. Al instante apareció la foto de un hombre con el número de la ficha policial. La sorprendió encontrarse con una cara anónima, de apariencia inofensiva, una persona de las que ves y te olvidas. Un perfecto producto de la nada.

– Aquí estás, maldito hijo de puta.

Rápidamente leyó todas las andanzas que Zbigniew Malone, alias Ziggy Stardust, había protagonizado. Vivien conocía personas con ese perfil. Un pequeño delincuente, uno de esos que durante toda la vida oscilan en los bordes de la legalidad, sin tener la valentía o capacidad de ir más allá. Un tipo que ni entre la gente de su clase disfrutaba de estima alguna. Había sido arrestado muchas veces por diferentes fechorías. Hurto, venta de drogas, explotación de prostitutas y otros hechos. También había estado un tiempo en la cárcel, pero menos de lo que Vivien habría esperado, dado el curriculum.

Leyó la dirección del sujeto y comprobó que estaba en Brooklyn. Conocía a un detective que trabajaba en el Distrito 67, un tipo discreto y disponible con el cual había colaborado en una investigación en el pasado. Cogió el teléfono y pidió comunicación con el 67 de Brooklyn. Se dio a conocer al telefonista y preguntó por el detective Star. Poco después oyó la voz de su colega.

– Star.

– Hola, Robert. Soy Vivien Light, del Trece.

– Hola, encanto de la humanidad. ¿A qué debo el honor?

– Honrada por tus palabras. Aunque creo que la humanidad piensa otra cosa. A lo mejor tú no formas parte…

Oyó la risotada de Star.

– Veo que no has cambiado. ¿Qué necesitas?

– Información.

– Dispara.

– ¿Qué me dices de un tipo que se hace llamar Ziggy Stardust?

– Mira, podría decirte muchas cosas, pero la primera que se me ocurre es que ha muerto.

– ¿Muerto?

– Exacto. Asesinado. Para más datos, acuchillado. Lo encontraron ayer en su apartamento, tirado en el suelo en medio de un charco de sangre. La autopsia revela que la muerte se produjo el sábado. Era un don nadie, pero alguien ha decidido que no merecía vivir. A veces lo usábamos como informador.

Vivien añadió la calificación de soplón a las otras de Stardust que ya tenía a disposición en la ficha. Eso explicaba la ligereza de la policía para con él. Cuando las informaciones tenían alguna consistencia, cerraban un ojo a las actividades ilícitas de poca monta.

– ¿Habéis cogido al asesino? -Quiso agregar que, en tal caso, ella iría con mucho gusto a la cárcel para colgarle una medalla, pero se contuvo.

– Con las amistades que frecuentaba ese rufián, no creo que sea fácil. Y mira, te seré franco: no hay nadie que lamente su ausencia. Nos estamos ocupando, pero con lo que está sucediendo la caza de su verdugo no es una prioridad, ¿no crees?

– Sí, claro. Tenme informada. Si fuera necesario te explicaré el motivo, ¿vale?

– Bien, bien. Adiós.

Vivien colgó y se quedó unos segundos digiriendo la noticia. Después mandó imprimir la ficha que tenía en el monitor. Se levantó y cogió la hoja cuando salía de la impresora y la llevó a su escritorio. Tenía la intención de que Sundance viera la foto para confirmar si ése era el hombre. No lograba avergonzarse de la pequeña y mezquina euforia que sentía. El feo final de Ziggy Stardust era la demostración de que la venganza y la justicia algunas veces coincidían. La promesa hecha a su sobrina se había cumplido antes de lo previsto. El único remordimiento de Vivien consistía en no haber tenido méritos en ello.

Su colega Brett Tyler salió en ese momento por la puerta de los servicios que había junto al Plaza. Era un tipo oscuro y de buena planta, con un carácter más obstinado que brillante. Tenía maneras más bien rudas cuando su interlocutor no merecía otros modales.

Vivien lo había visto en acción y debía reconocer que, cuando quería, sabía ser muy eficaz.

Tyler se acercó a su mesa.

– Hola, Vivien, ¿todo bien?

– Más o menos, ¿y tú?

El detective separó los brazos en gesto de resignación.

– Estoy en la trepidante espera de Russell Wade para su testimonio sobre la red de timbas ilegales. Una mañana de auténtica emoción.

Vivien recordó la figura derrengada de Wade cuando salía de comisaría en compañía de su abogado. Recordó el comentario del capitán cuando los dos hombres pasaban ante ellos. Bellew había dicho que la vida desordenada del tipo era un verdadero intento de autodestrucción.