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– ¿Fuiste tú el que le partió el labio?

– Sí, sí. Y para serte sincero, lo hice con cierto gusto, ¿sabes? Ese tipo no me gusta nada.

Vivien no tuvo tiempo de contestar porque en ese momento el tipo en cuestión apareció por la puerta, acompañado por un agente uniformado. Vivien vio que se había restaurado el estropicio, pero en el labio todavía era evidente el tratamiento de Brett Tyler.

– Lupus in fabula -dijo en voz baja Tyler-. Es como el lobo de la fábula.

Wade se dirigió hacia ellos mientras el uniformado desaparecía. Se quedó de pie frente a Tyler, que no hizo nada por mostrarse cordial. Le dirigió un saludo tan formal que podía interpretarse como burlón.

– Buenos días, señor Wade.

– ¿Hay motivos para que lo sea?

– No, efectivamente. Para ninguno de los dos.

El hombre se volvió hacia Vivien, sentada a un lado de los dos. No dijo nada, sólo se quedó mirándola un instante. Después sus ojos se posaron en la foto que había en la escribanía. De inmediato volvieron a los de Tyler y dijo:

– Entonces… ¿resolveremos rápido este asunto?

El tono de la pregunta fue vagamente provocador. Tyler aceptó el desafío.

– No se ha traído al abogado…

– ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Tiene intenciones de darme otro puñetazo?

Vivien creyó ver una luz divertida en la mirada de Russell Wade. Tal vez también la viera Tyler, porque de golpe se ensombreció. Se apartó e indicó un lugar a su derecha.

– Por aquí, por favor.

Cuando se dirigían a la mesa de Tyler, por un instante se dibujó en la boca de Vivien la insinuación de una sonrisa, provocada por la escaramuza verbal entre los dos. Luego dedicó su atención al expediente relativo al cadáver emparedado de la calle Veintitrés, trabajo pendiente. Lo abrió y encontró el informe de la autopsia y una copia de las fotos que había en el portadocumentos a los pies del cuerpo. No obstante los deseos del capitán de ocuparse de los delitos cometidos en el territorio asignado a su Distrito, era una certeza razonable suponer que la investigación la pasarían a la Cold Case, por lo cual Vivien repasó sin mucho interés el informe del forense. Con términos técnicos confirmaba las causas ya anticipadas por el juez de instrucción en el lugar de los hechos, y lo hacía con palabras más asequibles. La fecha de la muerte se remontaba a unos quince años atrás, no con demasiada precisión debido a las condiciones tanto del cadáver como del lugar donde se hallaba. El resultado del análisis de los restos de ropa todavía no había llegado, y el de la dentadura lo estaban realizando. El cadáver no tenía ninguna señal especial, aparte de unas líneas de fracturas soldadas en el húmero y la tibia derecha, y de un tatuaje en el hombro, aún visible no obstante el tiempo transcurrido. Había una reproducción fotográfica específica: una Jolly Roger, la bandera de los piratas, la de la calavera y las tibias cruzadas. Abajo había una leyenda.

THE ONLY FLAG

Estaba escrita con caracteres adecuados a la imagen. Vivien pensó en el significado de esa inscripción y en la ironía de la vida. Ampararse en la que, según ese hombre, era la única bandera posible, no lo había salvado de tener el peor de los finales.

De todos modos, el tatuaje podría ser la única indicación que permitiera identificar el cadáver; quizá perteneciera a un grupo o asociación particular.

Era toda la documentación, a la que se agregarían otros indicios que aparecieran.

El trabajo de investigación sería más bien aburrido. Una búsqueda en el DOB, Department of Buildings, de datos sobre dos edificios demolidos.

Las declaraciones de los propietarios e inquilinos.

Las denuncias sobre personas desaparecidas alrededor de esa fecha.

Cerró el dossier y cogió las dos fotos. Durante largo rato se quedó mirando a aquel muchacho de uniforme, de pie delante de un vehículo blindado, participante en una guerra que había traído más vergüenza que gloria. Después pasó a la imagen en que el chico mostraba al objetivo aquel extraño gato de tres patas. Se preguntó el porqué de la anomalía o mutilación y se dijo que, con toda probabilidad, no lo sabría nunca. Volvió a colocarlo todo dentro de una carpeta demasiado delgada como para ser considerada un verdadero dossier, y se apoyó en el respaldo de la silla. Debería haber escrito un informe, pero ahora no tenía ganas.

Se incorporó, atravesó la sala y salió al rellano, donde estaba la máquina de café. Apretó los botones y ordenó a su camarero mecánico un café con leche sin azúcar. Cuando el líquido estaba por llenar el vaso de plástico, Russell Wade apareció a su lado. No tenía la pinta de un tipo que quiere un café.

Vivien cogió su vaso y se volvió hacia él.

– ¿Ha terminado con su torturador?

– Con él sí. Ahora necesito hablar con usted.

– ¿Conmigo? ¿Y por qué?

– La foto de ese hombre… la que tiene en el escritorio.

– ¿Y bien?

– Lo conocía.

A Vivien no se le escapó la conjugación del verbo.

– ¿Sabe que lo mataron?

– Sí. Me he enterado.

– Si tiene informaciones sobre ese hombre, puedo ponerlo en contacto con los que se encargan de la investigación.

Wade mostró desconcierto.

– He visto la foto en su mesa. Creía que se encargaba usted.

– No. Son mis compañeros de Brooklyn. Que esa foto estuviera en mi mesa es una casualidad.

El hombre consideró necesario precisar algo:

– En todo caso, la muerte de Ziggy no es el centro de la cuestión. Por lo menos no del todo. Hay otro motivo mucho más importante. Pero de esto querría hablar en privado con usted y con el responsable del Distrito.

– En este momento el capitán Bellew está muy ocupado. Y no se lo digo como mera fórmula.

Él se quedó en silencio y la miró a los ojos. Vivien recordó el momento en que se había cruzado con él, el día en que lo excarcelaron. Recordó el sentimiento de tristeza y soledad que le había transmitido. No tenía ningún motivo para apreciar a ese hombre, pero ahora tampoco fue insensible ante la profundidad de su mirada.

La voz de Russell Wade sonó tranquila después de la pausa.

– Si le dijese que tengo indicios importantes como para llegar a quien ha hecho explotar el edificio del Lower East Side, ¿cree que el capitán me concedería un minuto?