El capitán se quedó pensativo. Cuando habló, eligió bien las palabras, como si lo que expresaba fuese un concepto que requiriera una precisión absoluta.
– Señor Wade, yo diría que usted no se presenta aquí provisto de las mejores referencias.
Russell hizo un gesto impreciso con las manos. Y se adecuó al tono de su interlocutor.
– Capitán Bellew, mi historia es de dominio público. Todo el mundo sabe que en el pasado recibí un Premio Pulitzer que no merecía y me quitaron con razón. No niego aquellas circunstancias, sólo que las conozco mejor que nadie. Mis responsabilidades por lo que he hecho en el pasado no tienen justificación, aunque quizá merezcan algunas explicaciones. Pero éste no es el momento de darlas. Le ruego que me crea que tengo cosas muy importantes para revelar, aun cuando, como usted dice, no me presento con las mejores referencias.
– ¿Por qué quiere hacerlo?
Russell se dio cuenta de que esa pregunta implicaba una respuesta crucial. Para el resto de la conversación… y para el resto de su vida. Se la daría a aquel hombre, pero al mismo tiempo a sí mismo.
– Podría enumerarle una larga serie de motivos. Pero en realidad lo que quiero de verdad es dejar de ser un cobarde.
En el despacho se hizo el silencio.
El capitán lo miró a los ojos y Russell le sostuvo la mirada sin esfuerzo.
– Podría detenerlo como sospechoso del homicidio de Ziggy Stardust.
– Está en sus manos, desde luego, pero no creo que lo haga. -Consideró oportuno precisar algo, para que no creyeran que su afirmación era producto de una pura especulación-. Capitán, no soy un chacal. Si hubiese querido un scoop hubiera ido al New York Times, aun con las dificultades que puede imaginar. Pero créalo: eso habría provocado el pánico en toda la ciudad. Pánico total. Y no tengo la menor intención de jugar con la vida de miles de personas. Porque eso es lo que está en juego…
Hizo una breve pausa, mirando alternativamente a uno y a otra.
– La vida de miles de personas -repitió, para que el concepto les resultara tan claro como a él. Después lo reforzó con un mensaje que no sabía si era más difícil de transmitir o de aceptar-. La explosión del sábado, si es lo que pienso, será sólo la primera de una larga sucesión…
Se levantó y dio unos pasos.
– Por una serie de motivos, uno de los cuales es el caso Ziggy, he escogido hablar de esto con la detective Light y con usted. No es mi intención retener informaciones que podrían salvar tantas vidas. Podría haber ido al FBI, pero creo que la mejor idea es que todo comience aquí, en este despacho.
Volvió a la silla pero no se sentó. Apoyó las manos sobre el escritorio e inclinó levemente el cuerpo hacia el hombre que lo escuchaba.
Ahora era él quien buscaba la mirada del capitán.
– Sólo necesito su palabra de honor sobre que me dejará seguir de cerca la pesquisa.
Russell sabía que entre los cuerpos policiales siempre existía algún tipo de rivalidad. Y sabía que tenía su punto álgido entre la policía de Nueva York y el FBI. El capitán Bellew tenía todo el aire de ser un profesional competente y una buena persona, pero también era un ser humano. La idea de que su distrito pudiera estar en primer plano y que le reconocieran méritos podía ser un elemento de peso.
El capitán indicó la silla.
– Siéntese, -Bellew esperó a que Russell Wade se sentara antes de proseguir-. Está bien. Tiene mi palabra. Si lo que tiene que decirme es interesante le concederé seguir de cerca las investigaciones. Pero si nos ha hecho perder el tiempo, yo mismo me encargaré de echarlo escaleras abajo con una patada en el trasero.
Una pausa y una mirada para sellar el pacto y sus posibles consecuencias.
– Y ahora, hable.
El capitán le hizo un gesto a Vivien, que hasta ese momento había permanecido en silencio, junto al escritorio, quieta y escuchando la conversación. Russell entendió que a partir de ese momento sería ella quien tomara el mando.
Y lo hizo.
– ¿Qué tiene que ver Ziggy Stardust?
– Por motivos personales, estuve en su casa el sábado por la tarde.
– ¿Qué motivos?
– Ustedes me conocen. Y creo que conocían a Ziggy y estaban al tanto de sus muchas actividades. ¿Pueden aceptar que por el momento los motivos carecen de importancia?
– Siga.
– Ziggy vivía en un semisótano. Cuando llegué a su casa y doblé la esquina del pasillo, al fondo de las escaleras, vi a una persona con chaqueta militar que se dirigía a la escalera de la otra parte del corredor. Tenía prisa. Pensé que se trataba de uno de los tantos clientes de Ziggy y que no veía la hora de alejarse de ese lugar.
– ¿Podría reconocerlo?
Russell advirtió la transformación de la mujer y su impresión fue muy favorable. De simple espectadora había tomado las riendas del asunto con la actitud de alguien que conoce su oficio.
– No creo. No le he visto la cara. Era de complexión común, podría parecerse a cualquiera.
– ¿Y después qué hizo?
– La puerta de Ziggy estaba abierta. Cuando entré todavía estaba vivo, pero en medio de un charco de sangre. Había sangre por todas partes, en los pantalones y la camisa. También le salía por la boca. Trataba de levantarse para llegar a la impresora.
– ¿La impresora?
Russell asintió con la cabeza.
– Y es lo que hizo. Me pregunté por qué lo hacía. Se agarró a mí y apretó un botón donde había un piloto anaranjado que se encendía y apagaba, como cuando se termina el papel y la máquina se pone en stand by.
– ¿Y después?
– Con sus últimas fuerzas cogió la hoja impresa y me la puso en la mano. Después resbaló y cayó muerto. -Hizo una pausa antes de seguir. Los policías no hicieron nada para apremiarlo-. En ese momento me invadió el pánico. Me metí la hoja en el bolsillo y escapé. Sé que tendría que haber llamado a la policía, pero pudo más el miedo a las consecuencias, o el terror a que el asesino volviera. Cuando llegué a casa vi por la ventana la explosión del Lower East Side y me olvidé de la hoja. Después me calmé un poco y fue entonces cuando miré el papel. Era la fotocopia de parte de una carta más larga, porque comienza y termina en mitad de párrafos. Está manuscrita y tuve alguna dificultad para leerla, por las manchas de sangre.
Russell se detuvo de nuevo. Su tono cambió y se volvió el de un hombre que, a pesar de todo, no logra rendirse ante la evidencia.
– Tuve que leerla dos veces antes de entender el significado de las palabras. He de confesar que cuando lo entendí se me cayó el mundo encima. -Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó una hoja doblada en cuatro que le tendió a la mujer-. Ésta es una fotocopia del original. Léala, por favor.