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– Señor Chowsky, necesito información.

Interpretó el silencio del hombre como asentimiento.

– Remontémonos a unos quince años atrás. ¿Recuerda si un miembro del grupo desapareció sin dejar ningún rastro?

La respuesta llegó sin titubeos y Vivien sintió que su corazón se henchía de esperanzas.

– Mitch Sparrow.

– ¿Mitch Sparrow? -Vivien repitió el nombre, como si tuviera miedo de olvidarlo.

– Ajá. Y para ser preciso las cosas sucedieron…

Chowsky se quitó la gorra, contrariando las suposiciones de Vivien con la revelación de una melena tupida a pesar de su edad. Se pasó una mano por el pelo, éste también escrupulosamente tinturado, como si ese gesto lo ayudase a recordar.

– Sucedió exactamente hace dieciocho años.

Vivien pensó que la fecha era compatible con la que el forense mencionaba en el informe de la autopsia.

– ¿Está seguro?

– Absolutamente. Pocos días después nació mi hijo pequeño.

Vivien sacó del bolsillo de la chaqueta una de las fotos que había traído, la del primer plano. Se la mostró a Chowsky.

– ¿Es éste Mitch Sparrow?

El hombre no necesitó cogerla para mirarla mejor.

– No, Mitch era rubio y éste es moreno. Y además era alérgico a los gatos.

– ¿No conoce a esta persona?

– Nunca, en la vida.

Vivien se quedó pensando en los alcances de esa afirmación. Después volvió a la parte de su trabajo que le exigía hacer preguntas.

– ¿Cómo era Mitch?

Chowsky sonrió.

– Al principio, cuando se unió a nosotros, era un motero fanático. Cuidaba su Harley más que a su madre. Era un joven guapo pero a las mujeres las trataba como si fueran pañuelos desechables.

Era uno de esos hombres a los que les da placer escucharse. Vivien lo azuzó.

– ¿Y después?

Chowsky hizo un gesto con los hombros como para decir que era obvio.

– Un día se cruzó con una chica diferente y picó el anzuelo. Empezó a usar cada vez menos la moto y cada vez más la cama. Hasta que la chica quedó. Quiero decir, preñada. Entonces Mitch encontró un trabajo y se casaron. A la boda asistimos todos y la borrachera nos duró dos días.

Vivien no tenía interés en el recuerdo de las francachelas de un viejo motero. Trató de reconducirlo.

– Hábleme de su desaparición. ¿Cómo fue?

– Hay poco que contar. Un día, desapareció de punta en blanco. La mujer llamó a la policía. Hasta vinieron aquí para hacerme preguntas, creo que los del Distrito 70. Pero no descubrieron nada. Los franceses dicen cherchez la femme. -Y se mostró orgulloso de la cita en una lengua extranjera.

– ¿Todavía mantiene contacto con la mujer?

– No. Durante poco tiempo, mientras estuvo en el barrio, mi mujer y ella se veían. Pero dos años después de la desaparición de Mitch encontró otro hombre y se mudó. -Chowsky previo la siguiente pregunta-. No sé adónde.

– ¿Recuerda su nombre?

– Carmen. Montaldo o Montero, no recuerdo bien. Era hispana, muy guapa. Si Mitch se escapó con otra es que cometió uno de los mayores disparates de su vida.

Vivien no podía decirle que probablemente Mitch no había cometido ese disparate. Tal vez había hecho algo más grande, si es que el tipo emparedado era él. Pero ese disparate no.

Pensó que por el momento ese hombre no podía darle más informaciones. Tenía un nombre, una época, la denuncia de una mujer llamada Carmen Montaldo o Montero. Ahora había que encontrar la denuncia y buscarla.

– Muchas gracias, señor Chowsky. Me ha sido de gran ayuda.

– De nada, señorita Light.

Dejaron al hombre con sus motos y sus recuerdos y se dirigieron a la salida. Cuando estaban por el umbral Russell se detuvo y se volvió hacia Chowsky, que aún estaba detrás del mostrador.

– Una última pregunta, si me permite.

– Dígame.

– ¿De qué trabajaba Mitch Sparrow?

– Trabajaba en la construcción. Y era muy bueno en lo suyo. De no haber desaparecido hubiera llegado a jefe de obras.

21

Una vez fuera de la tienda de motos, Vivien sacó la BlackBerry y marcó el número directo del despacho del capitán, que respondió inmediatamente.

– Bellew.

– Alan, soy Vivien. Hay novedades.

– Bien.

– Necesito una pesquisa a la velocidad del rayo.

En la voz de Vivien el capitán advirtió la excitación del cazador y se puso tenso.

– Y más rápido, si puedo. Dime…

Ambos eran policías experimentados y sabían que un caso como ése se trataba más de una lucha contra el tiempo que contra un hombre. El hombre al que buscaban tenía el tiempo de su parte.

– Anota estos datos.

Vivien le concedió unos segundos para que cogiera papel y bolígrafo.

– Venga.

– Con toda probabilidad el tipo enterrado se llamaba Mitch Sparrow. Un testigo me ha confirmado que pertenecía a un grupo de moteros que se hacían llamar Skullbusters. Estaban en Coney Island, en Surf Avenue. Debería de haber una denuncia presentada hace dieciocho años en el Distrito 70 por una tal Carmen Montaldo o Montero. Un par de años más tarde la mujer se mudó a una dirección desconocida después de haber encontrado otro hombre. Necesito localizarla.

– Está bien. Dame media hora y te diré algo.

– Hay más: este Mitch Sparrow trabajaba en la construcción.

La excitación del capitán fue comprensible, dado el carácter de la noticia.

– ¡Dios mío!

– Exacto. Creo que convendrá buscar en los registros de las Unions. ¿Puedes encargárselo a alguien?

Las Unions eran los sindicatos que abastecían a las empresas de los trabajadores que necesitaban, escogiéndolos entre sus afiliados. Por una serie de motivos, tanto técnicos como de relación, casi todas las empresas se dirigían a ellas en caso de necesidad.