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– Podrás devolvérmelo con una cena de lujo, en un buen restaurante, a mi elección. Si este asunto termina como todos esperamos tendrás una gran historia entre tus manos, para contar, digo. Y las grandes historias suelen traer fama y dinero.

– No lo hago por dinero. -Lo dijo en voz baja, casi con indiferencia.

Vivien supo que no lo decía sólo por ella, sino que en su interior estaba hablando con otra persona. O quizá con muchas otras.

Durante un rato comieron en silencio, cada uno perdido en sus cavilaciones.

– ¿Quieres conocer la verdad sobre La segunda Pasión?-Russell habló con crudeza y sin preámbulo.

Vivien levantó la cabeza para mirarlo y lo vio con la cara vuelta al mar, el cabello oscuro movido por el viento. Por su tono entendió que ése era un momento importante para él. Era el final de un largo viaje: volver a casa y encontrarse en el espejo con una cara a la cual estaba contento de parecerse.

Russell no esperó respuesta. Siguió hablando y comenzó a recorrer el hilo de una narración que al mismo tiempo era el hilo de una memoria. Uno de esos relatos reales que el corazón y la cabeza escuchan juntos con gran dificultad.

– Robert, mi hermano, tenía diez años más que yo. Era una persona especial, de esas que tienen la cualidad amable de transformar en propio todo aquello con lo que tienen contacto.

Vivien decidió escuchar, lo mejor en un momento como ése.

– Era mi ídolo. Y también en la escuela, con las chicas y para la familia. No por voluntad de él, sino por una predisposición natural. Pocas veces en la vida he sentido en la voz de un hombre el tono de orgullo que tenía mi padre cuando hablaba de Robert.

En la pausa que hizo parecían residir el sentido de su vida y el destino del mundo.

– Incluso en mi presencia.

Palabras e imágenes llegaron a la vez y de rebote a la mente de Vivien. Mientras Russell seguía con su historia, voces y caras de su propia vida se alinearon junto a las del hombre sentado frente a ella.

… y como es natural Greta fue elegida jefa de las cheerleaders. No porque sea mi hija, pero no veo que otra pudiera…

– Yo trataba de imitarlo en todo lo que hacía, pero él era una persona inalcanzable. Y un loco desenfrenado. Amaba el riesgo, ponerse a prueba, competir todo el tiempo. Ahora que lo pienso, creo que conozco el motivo. Su peor adversario era siempre él mismo.

… ¿Nathan Green? Greta, ¿quieres decir que esta tarde vendrá a buscarte ese Nathan Green? No puedo creerlo, es el chicomás…

– Robert era irrefrenable. Siempre parecía estar a la caza de algo. Y lo encontró cuando a partir de cierto momento empezó a dedicarse a la fotografía. Al principio a todos nos pareció que era una más de sus miles de iniciativas, pero poco a poco emergió un verdadero talento. Tenía una capacidad innata: con el objetivo llegaba al alma de las cosas y las personas. Al mirar sus fotos se tenía la impresión de que llevaban la mirada más allá de la apariencia, que conducían los ojos a un lugar donde no podrían llegar solos.

… estás guapísima, Greta. No recuerdo haber visto una novia tan hermosa. En todo el mundo no la hay. Estoy orgullosa de ti, mi pequeña…

– El resto es historia conocida. Su sentido del riesgo lo llevó poco a poco a convertirse en uno de los más famosos reporteros gráficos de guerra. Donde había un conflicto, allí estaba él. Al principio muchos se preguntaban por qué el heredero de una de las familias más ricas de Boston arriesgaba la vida alrededor del mundo con una Nikon en la mano. Los hechos fueron la respuesta: sus fotos fueron publicadas en todos los periódicos de Estados Unidos. Del mundo, quiero decir.

… ¿Academia de policía, dices? ¿Estás segura? Aparte de que es un trabajo peligroso, no creo que…

Vivien hizo un esfuerzo por sacudirse aquellos pensamientos antes de que el bello rostro de Greta llegase desde el pasado para recordar el dolor del presente.

– ¿Y tú? -interrumpió a Russell con esa pregunta simple, sin poder explicarle que la estaba formulando a los dos.

– ¿Yo…? -Russell dijo «yo» como si sólo ahora recordase que en la historia que estaba contando también él tenía un lugar. Un lugar suyo, buscado desde siempre sin resultado. En su cara apareció una sonrisa tímida y Vivien comprendió que la dedicaba a su propia ingenuidad de otra época-. Por pura emulación también yo empecé a hacer fotos. Cuando le dije a mi padre que había comprado una cámara le capté la expresión de quien ve cómo su dinero vuela por la ventana. En cambio, Robert se entusiasmó. Me ayudó y alentó en todo. Él me enseñó todo lo que sé.

Vivien se percató de que, no obstante el hambre que había admitido tener, su invitado no había terminado ni el primer cheeseburguer. Por experiencia personal, sabía que ciertos recuerdos tenían el don de quitar el apetito.

Russell siguió hablando y ella tuvo la impresión de que era la primera vez que confiaba a alguien esas cosas. Se preguntó por qué con ella.

– Quería ser como él. Quería demostrarles a mis padres y a todos sus amigos que también yo valía algo. Así, cuando Robert viajó a Kosovo, le pedí que me llevase con él a Europa.

Después de haber mirado todo el tiempo a otro lado, ahora se volvió hacia Vivien, con una mayor empatía.

– ¿Recuerdas la historia de la guerra de los Balcanes?

Vivien no sabía mucho de eso. Por un instante sintió vergüenza por su ignorancia.

– Más o menos.

– A finales de los años noventa, Kosovo era una provincia confederada de la ex Yugoslavia, con mayoría albanesa de religión musulmana, gobernada con mano de hierro por una minoría serbia que se oponía a las aspiraciones separatistas y de unión con Albania.

Vivien estaba fascinada con la voz de Russell y su capacidad para relatar los hechos, para compartirlos hasta que su interlocutor se involucraba. Pensó que ése era, probablemente, su verdadero talento. Estaba segura de que cuando todo terminara encontraría el modo de contar una gran historia.

Su gran historia.

– Todo comenzó mucho tiempo antes. Siglos antes. Al norte de la capital, Pristina, hay un lugar que se llama Kosovo Polje. El nombre significa «La llanura de los mirlos». A fines del siglo catorce se libró allí una batalla donde un ejército cristiano, compuesto por una coalición serbobosnia conducida por un tal Lazar Hrebeljanovic, fue destruido por el ejército otomano. Los serbios tuvieron unas pérdidas enormes. Después de la derrota erigieron en ese lugar un monumento único en el mundo, creo yo. Es una estela que representa un anatema perpetuo contra los enemigos del pueblo serbio, a quienes pronostica la pérdida violenta y cruel de todos sus bienes, en este y en el otro mundo. He estado allí y ante ese monumento he comprendido algo.

Hizo una breve pausa como para buscar las palabras exactas que le permitieran expresar su pensamiento.