– Sí, así fue.
– ¿Nos puede contar qué pasó?
– No tengo mucho que decir. Un día salió de casa y ya no volvió. Esperé hasta muy tarde y a la madrugada hice la denuncia en la policía.
– ¿Y qué aclararon las investigaciones?
– Había estado en su trabajo, como siempre. Dejó la obra donde trabajaba a la hora acostumbrada, pero no volvió a casa. Mi marido era obrero de la construcción.
Carmen había aclarado ese hecho, pero tenía la impresión de que los dos ya lo sabían.
– ¿Cómo era su marido?
– Una persona especial. Cuando lo conocí sólo pensaba en su moto. Y en las chicas. Pero nos encontramos y fue amor a primera vista.
– ¿Ningún desacuerdo, disgusto o algo que diera lugar a pensar que…?
Carmen la interrumpió:
– ¿Quiere decir si había otra mujer?
Había entendido adónde se dirigía la pregunta de la detective. Al mirarla tuvo la impresión de que lo había preguntado sin necesidad, sólo porque formaba parte de la rutina de su trabajo. Era como si ya supiera la respuesta.
De todos modos, explicó cuál era la verdadera situación entre ella y su marido, dado que había pensado que esos dos desenterrarían la historia.
– No, no, créame. Mitch y yo estábamos enamorados y él adoraba a su hijo. Soy una mujer y me doy cuenta cuando un hombre está distraído por otros pensamientos. El deseo es lo primero que se va. Mitch sólo pensaba en mí, de día y sobre todo de noche. Y yo sólo en él. Creo que me he explicado.
Carmen tenía ante sí a otra mujer. Sabía que entendería de qué estaba hablando. Y, en efecto, la detective se mostró satisfecha y cambió de tema.
– ¿Puede confirmarme si su marido tenía un tatuaje en el hombro derecho?
– Sí, una bandera pirata. De ésas con una calavera y dos tibias cruzadas. También tenía una leyenda, pero ahora no recuerdo las palabras.
– ¿Quizá The only flag?
– Sí, ésa. Era el símbolo de esos amigos insensatos que tenía, todos fanáticos de las motos. Al principio vivíamos en Coney Island y Mitch…
– Sí, señora. Sabemos lo de los Skullbusters.
La mujer la interrumpió con tono amable pero firme. Carmen recordaba que había hecho la denuncia en el Distrito 70. Se preguntó qué podía haber ocurrido para mover hasta allí a la policía de Manhattan.
La detective siguió hablando con su tono profesional, incisivo y tranquilizador al mismo tiempo.
– ¿Recuerda si su marido tuvo fracturas?
– Sí, una caída de la moto. Húmero y tibia, creo recordar. Fue a raíz de eso que nos conocimos: lo ingresaron en el hospital donde yo trabajaba. Cuando le dieron el alta me obligó a que escribiera mi número de teléfono en el yeso. Hablamos bastantes veces y cuando volvió para que le quitaran la armadura, como decía él, me invitó a salir.
– Una última pregunta, señora: ¿dónde trabajaba su marido cuando desapareció?
Con esfuerzo, Carmen buscó en la memoria unos recuerdos que se habían refugiado en un lugar remoto.
– Su empresa estaba reestructurando un edificio en Manhattan, creo que cerca de la Tercera Avenida.
La mujer guardó silencio. Como alguien que busca las palabras con dificultad. Carmen pensó que hay discursos que son como operaciones aritméticas. Por más que se cambie el orden de las palabras, el resultado siempre es el mismo. Y lo que Vivien dijo a continuación confirmó lo que pensaba.
– Señora Sparrow, me temo que debo darle una mala noticia. Hemos encontrado un cuerpo en un intersticio entre dos paredes de un edificio, en la esquina de la calle Veintitrés con la Tercera Avenida. Considerando lo que nos acaba de decir, tenemos razones para creer que se trata de su marido.
Carmen sintió que algo llegaba y se iba al mismo tiempo, como una ola larga y malvada que hace que la barca se sacuda y balancee para desahogarse en mar abierto. No obstante su propósito de hacía un rato, después de tantos años de conjeturas, las lágrimas de la certeza comenzaron a correr por sus mejillas. Bajó la cabeza y se cubrió la cara con las manos. Cuando se calmó y volvió a mirar a Vivien, Carmen tuvo la sensación de que serían sus últimas lágrimas.
– Perdón.
Se levantó y fue a la cocina. Volvió con un paquete de pañuelos de papel. Mientras se sentaba formuló la pregunta que enseguida le surgió.
– ¿Tienen idea de quién…?
La detective sacudió la cabeza.
– No, señora. Estamos aquí por eso. Para tratar de entender algo. Después de todo este tiempo la identificación no es fácil. Una prueba de ADN sería definitiva.
– Tengo su coleta.
– Perdón…
– Un segundo, por favor.
Carmen atravesó la sala de estar y salió del campo visual de sus visitantes. Unos pocos pasos y se encontró junto a la puertita bajo la escalera. Sabía dónde guardaba lo que estaba buscando. Recordaba todo lo que tenía que ver con su único marido.
Su único hombre.
Y cuando abrió la puerta, allí estaba el baúl, lleno de cosas de poco precio y gran valor. Movió el cerrojo y abrió la tapa. Lo que buscaba estaba arriba de todo, envuelto en una tela ligera. Lo cogió, le quitó la protección y se quedó mirándolo con el regusto amargo de la ternura que le producía ese extraño trofeo. También cogió una foto, más o menos de la época en que Mitch había desaparecido.
Volvió a la sala y les mostró lo que traía consigo. Era un portarretratos de madera oscura dentro del cual, sobre un paño verde y protegida por un cristal, había una trenza de cabello rubio.
Carmen sonrió con sus recuerdos.
Con palabras claras contó un episodio de su vida.
– Cuando Mitch empezó a trabajar se cortó el pelo. Lo llevaba recogido en una coleta. Antes de que lo hiciera, le hice una trenza. La enmarcamos como recuerdo. Pueden llevárselo, del cabello se extrae el ADN.
A continuación le ofreció la foto a la muchacha.
– Y ésta foto es de mi marido. Una de las últimas.
Carmen vio que en el rostro de la detective aparecía un tenue gesto de satisfacción. También notó que su compañero había permanecido en silencio todo el tiempo y la miraba con intensidad, con aquellos ojos oscuros que parecían penetrar en las personas. Se dijo que era la mujer quien llevaba las riendas de la relación entre ambos y con el mundo.
Vivien cogió el portarretratos y lo apoyó de canto en el sofá, a su lado.
– Un par de cosas más, si no le importa. -La mujer sacó un objeto del bolsillo de la chaqueta y se lo mostró a Carmen, que vio que era una cartera-. ¿Era de su marido este objeto?