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Se levantó de golpe, corrió a la puerta y la abrió. Vivien y Russell todavía estaban en la acera de enfrente, junto a un coche, como si se hubieran demorado para comentar los resultados de la entrevista.

Hizo un gesto con el brazo para llamarles la atención.

– ¡Vivien!

La detective y su acompañante se volvieron. Al verla bajo la marquesina de la entrada, fueron hacia ella.

– ¿Qué pasa, Carmen?

– Me he acordado de una cosa. Ha pasado mucho tiempo y mis recuerdos son…

Vivien parecía excitada y presa de la impaciencia.

– Dime qué es.

Carmen se amilanó. Por primera vez en su vida era parte de una investigación policial y tenía miedo de quedar mal o decir algo que la hiciera parecer estúpida.

– Bueno… No sé si será importante, pero me he acordado que hace mucho tiempo la empresa para la que Mitch trabajaba, Newborn Brothers, reestructuró una casa en North Shore, Long Island. Era la casa de un ex militar, creo recordar. Un comandante o coronel, algo así.

Vivien la apremió.

– ¿Y?

Carmen hizo una nueva pausa para coger aire y luego dijo con concisión lo que tenía que decir:

– Un año después de que terminaran los trabajos la casa explotó.

Bajo la luz incierta del crepúsculo, Carmen vio cómo la detective palidecía. Lo vio como si fuera de día.

23

Por las ventanillas del coche Vivien y Russell vieron a Carmen Montesa cerrar lentamente la puerta de su casa, una figura desamparada y sola que trataba de mantener fuera de su casa algo que, seguramente, volvería a entrar por la ventana. Y lo haría de noche y con los colmillos afilados. Un segundo más tarde Vivien ya había cogido el teléfono del coche y marcado el número del capitán. Sabía que estaba en el despacho, esperando. Sentado a su lado, Russell contó tres tonos hasta que atendieron.

– Aquí Bellew.

Vivien no se perdió en exordios.

– Alan, hay novedades.

Le pregunta de Bellew se insertó como una cuña para sorpresa de Vivien.

– ¿Está Wade contigo?

– Sí.

– ¿Puedes poner el manos libres?

– Claro.

– Bien. Lo que diré debéis oírlo los dos.

Ella se sorprendió porque aquello era inusual en un procedimiento policial. Por otra parte, todos los hechos de aquel caso eran inusuales. Incluso demenciales. Después se dijo que quizás, en honor a la promesa hecha, había aceptado incluir a Russell en la investigación. O quizá Bellew quería decir algo que le concernía directamente a Russell. Vivien pulsó un botón y la comunicación se expandió por el habitáculo.

– Ya está.

La voz del capitán sonó fuerte y clara por los altavoces del coche.

– Antes háblame de tus progresos.

Vivien lo hizo.

– Estoy casi segura de que el tipo emparedado es el tal Mitch Sparrow del que te hablé. Para confirmarlo tengo un elemento para las pruebas de ADN. Habría que hacerlo ya.

– Hazme llegar lo que tienes y considéralo hecho. ¿Otra cosa?

Russell estaba admirado por la comunicación clara y telegráfica entre ambos policías. Hablaban la misma lengua y la habían aprendido en su propia piel.

Excitada, Vivien prosiguió.

– Hace años, Sparrow trabajó en una pequeña empresa de construcciones llamada Newborn Brothers. Me lo acaba de decir su mujer. Hicieron reformas en una casa de North Shore, en Long Island. Y escucha esto: parece que la casa era de un militar y que un año después de terminados los trabajos explotó. Los expertos dijeron que fue un atentado, no un accidente. ¿Qué me dices?

– Te digo que me parece una muy buena pista.

Segura de que su superior lo estaba apuntando todo, Vivien continuó.

– Habría que rastrear a Newborn Brothers y a la empresa que construyó el edificio del Lower East Side y comparar las fichas del personal, si todavía existen. Comprobar si las dos obras tuvieron algún obrero en común. Y conocer los nombres de los responsables de la empresa.

– Enseguida me ocupo de ello.

El capitán cambió el tono. Lo dicho por Vivien ya estaba archivado y en vías de ejecución. Ahora era el turno de que él hablara de sus progresos.

– Me he estado moviendo. He tenido que hablar con el jefe de policía Willard, pero en privado. Muy en privado, no sé si me explico.

– Te explicas.

– Le mostré la carta y le expliqué los detalles del suceso. Dio un salto en la silla. Pero, como era previsible, tomó distancia y se concedió su tiempo. Dijo que como pista le parece escasa y sin demasiados fundamentos, aunque no estamos en situación de descuidar nada. Piensa hacer examinar la carta por un criminólogo o un psicólogo, pero uno ajeno a los círculos policiales o del FBI. Una persona sin memoria y sin palabras, para entendernos. Está pensando en una serie de nombres. Quedamos de acuerdo en que por el momento se procederá con prudencia y tendremos los datos sólo para nosotros. Para todos es una situación muy delicada e inestable. Han muerto muchas personas y muchas otras aún están en peligro. En lo que nos concierne, podrán rodar muchas cabezas, o sobre esas mismas cabezas podrán brillar coronas de laureles. Y entre esas cabezas están las nuestras, Vivien.

Russell tuvo la sensación de que ella se lo esperaba. No hizo comentarios, ni de palabra ni con una expresión.

– Recibido.

– Wade, ¿me oye?

Por un reflejo, Russell se acercó a donde creía que estaba el micrófono.

– Sí, capitán.

– Con el jefe no he hablado de nuestro acuerdo, Wade. Si algo se sabe antes de que esta historia termine, su vida será peor que la peor pesadilla. ¿Me explico?

– Perfectamente, capitán.

Eso significaba que de ahora en adelante sus vidas estarían irremisiblemente enlazadas, sea cual fuere el resultado: con la cabeza sintiendo el filo de la guillotina o la corona. Vivien se dirigió a su superior con voz tranquila y distante. Russell admiró un autocontrol que él no poseía.