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– Rosette, di «cuchara». -La niña coge el cubierto y lo observa con curiosidad-. Vamos, Rosette, di «cuchara».

Rosette ulula como una lechuza y logra que la cuchara interprete un baile impertinente sobre el mantel. Cualquiera pensaría que se burla de Thierry Me apresuro a quitarle la cuchara y Anouk aprieta los labios para mantener la seriedad.

Rosette la mira y sonríe.

Déjalo estar, dice Anouk con los dedos.

¡Mierda!, replica Rosette.

Sonrío a Thierry y comento:

– Solo tiene tres años…

– Casi cuatro. Ya es bastante grande.

El rostro de Thierry adopta esa expresión fofa que suele mostrar cuando considera que no coopero lo suficiente. Hace que parezca mayor y menos familiar; experimento un súbito aguijonazo de irritación y, aunque sé que es injusto, no puedo evitarlo. Las interferencias no me gustan.

Me sorprendo por estar a punto de expresarlo de viva voz y en ese momento reparo en que Zozie, la camarera, me observa con expresión divertida, por lo que me muerdo la lengua y guardo silencio.

Me repito que tengo mucho que agradecerle a Thierry. No se trata tan solo de la chocolatería ni de la ayuda que nos ha prestado el año pasado, ni siquiera de los regalos para las niñas y para mí. Se vincula con que es grandioso, ya que su sombra nos cubre a las tres y bajo ella nos volvemos realmente invisibles.

Hoy estaba extraordinariamente inquieto y no dejaba de tocar algo que llevaba en el bolsillo. Me miró extrañado por encima del vaso de cerveza rubia.

– ¿Tienes algún problema?

– Simplemente estoy cansada.

– Necesitas fiesta o vacaciones.

– ¿Fiesta o vacaciones? -Estuve a punto de partirme de risa-. La fiesta y las vacaciones sirven para vender bombones.

– ¿Continuarás con el negocio?

– Desde luego. Sería absurdo dejarlo. Faltan menos de dos meses para Navidad y…

– Yanne -me interrumpió-, si de alguna manera puedo ayudarte…,ya sea económicamente o de otra forma… -Thierry extendió la mano y acarició la mía.

– Saldré adelante -aseguré.

– Por supuesto, por supuesto -replicó Thierry y se llevó la mano al bolsillo.

Me dije que tiene buenas intenciones pero, por mucho que sea así, hay algo en mí que se rebela ante la posibilidad de que se entrometa. Durante tanto tiempo me he apañado sola que necesitar ayuda, de la clase que sea, parece una flaqueza peligrosa.

– Sola no podrás regentar la chocolatería. ¿Qué pasará con las niñas? -preguntó.

– Saldré adelante -repetí-. Estoy…

– No puedes hacerlo todo sola.

Thierry estaba ligeramente contrariado, con los hombros hundidos y las manos en el fondo de los bolsillos del abrigo.

– Ya lo sé. Contrataré a alguien.

Miré nuevamente a Zozie, que trasladaba dos platos de comida en cada mano y bromeaba con los que jugaban a las cartas en el fondo del restaurante. Se la ve tan cómoda, tan independiente, tan en su sitio mientras reparte los platos, recoge los vasos y, con un comentario risueño y una falsa palmada, aparta las manos que pretenden tocarla.

Pues vaya, yo también era así, me digo. Hace diez años yo era igual.

Pensé que, en realidad, no hacía tanto tiempo, ya que Zozie es poco más joven que yo, aunque está mucho más cómoda en su piel y es más profundamente Zozie de lo que yo llegué a ser Vianne.

Me pregunto quién es Zozie. Sus ojos ven mucho más allá de los platos sucios o del billete colocado bajo el borde del plato. Tiene los ojos azules, por lo que su mirada es más fácil de interpretar; por algún motivo, el gaje del oficio que tan a menudo me ha servido, aunque no con demasiado éxito, fracasa con ella. Me convenzo de que algunas personas son así. Oscuro o con leche, con el centro blando o frágil, de la naranja más amarga que quepa imaginar, cremitas de rosa, de chocolate blanco y almendras o de trufa a la vainilla, ni siquiera sé si el chocolate le gusta y, menos aún, cuál es su preferido.

¿Por qué pienso que ella conoce mi favorito?

Miré nuevamente a Thierry y descubrí que también la observaba.

– No puedes darte el lujo de contratar a una dependienta. Tal como están las cosas, ya te cuesta bastante llegar a fin de mes.

Por enésima vez experimenté una llamarada de contrariedad. ¿Quién se ha creído que es?, pensé. Como si nunca me hubiese arreglado sola, como si fuera una niña que juega con las amigas a que tiene una tienda. Hay que reconocer que en los últimos meses el negocio no ha ido muy bien. Por otro lado, el alquiler está pagado hasta Año Nuevo y estoy segura de que daremos la vuelta a la situación. Se acercan las navidades y, con un poco de suerte…

– Yanne, me parece que tenemos que hablar. -Su sonrisa se había esfumado y detecté su expresión de empresario: el hombre que a los catorce años había comenzado con su padre a renovar un único apartamento abandonado cerca de la Gare du Nord y se había convertido en uno de los constructores con más éxito de todo París-. Sé que es difícil pero, en realidad, no tiene por qué serlo. Hay una solución para todo. Sé que apreciabas a madame Poussin…, la ayudaste muchísimo y te lo agradezco…

Thierry cree que lo que acaba de decir es verdad. Tal vez lo fue, pero también soy consciente de que la utilicé, del mismo modo que apelé a mi presunta viudedad como excusa para postergar lo inevitable, el terrible punto de no retorno…

– Pero es posible que a partir de ese punto exista un camino hacia delante.

– ¿Un camino hacia delante? -repetí.

Thierry sonrió.

– Yo lo veo como una oportunidad para ti. Es evidente que todos lamentamos el fallecimiento de madame Poussin pero, hasta cierto punto, te libera. Yanne, podrías hacer lo que quisieras… y creo que he encontrado un lugar que te gustará…

– ¿Estás diciendo que deje la chocolatería?

Fugazmente las palabras de Thierry parecieron una lengua extraña.

– Vamos, Yanne. He visto tus cuentas y sé cuánto son dos más dos. No tienes la culpa, has trabajado muchísimo, pero la actividad comercial está fatal y…

– Thierry, por favor, ahora no quiero hablar de ese tema.

– Entonces, ¿qué es lo que quieres? -inquirió exasperado-. Bien sabe Dios que te he seguido el juego. ¿Por qué te niegas a ver que intento ayudarte? ¿Por qué no me permites hacer lo que puedo?

– Disculpa, Thierry, sé que tienes buenas intenciones, pero…

En ese instante vi algo con la imaginación. Me ocurre a veces en momentos de descuido: un reflejo en la taza de café, la vislumbre en un espejo, una imagen que flota nubosa por la superficie brillante de un trozo de chocolate recién templado.

Una caja, una cajita de color azul cielo….

¿Qué contenía? No lo supe, pero el pánico se apoderó de mí, se me secó la garganta, oí el viento en el callejón y entonces lo único que quise fue coger a mis niñas y echar a correr y correr…

Vianne, tranquilízate.

Adopté el tono de voz más sereno que pude y pregunté:

– ¿Ese asunto no puede esperar hasta que haya aclarado mi situación?

Thierry es como un perro de caza, un ser alegre, decidido e insensible a los argumentos. Todavía tenía la mano en el bolsillo del abrigo y jugueteaba con lo que contenía.

– Intento ayudarte a aclarar la situación. ¿No te has dado cuenta? No quiero que te mates a trabajar. No merece la pena a cambio de unas pocas y penosas cajas de bombones. Puede que fuese adecuado para madame Poussin, pero tú eres joven, lista y te queda mucha vida por delante…