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– Ya lo he visto -dijo mamá demasiado rápido y Thierry la miró con extrañeza.

– Supongo que no querrás que me mude a vivir encima de la chocolatería -acotó y sonrió para demostrar que se trataba de una broma. Por su tono de voz supe que no estaba bromeando. Mamá guardó silencio y miró para otro lado-. Annie, ¿tú qué opinas? Estoy segura de que te gustaría recorrer mundo. ¿Qué te parece si vamos a Estados Unidos? ¿No sería genial?

Detesto que Thierry diga que algo es «genial». Es viejo, como mínimo tiene cincuenta años y ya sé que intenta ser amable, pero resulta embarazoso.

Cada vez que Zozie dice «genial» da la impresión de que habla en serio. Parece la inventora de la palabra. Sería genial ir a Estados Unidos con Zozie. La chocolatería también ha mejorado gracias al espejo dorado situado delante de la vieja vitrina de cristal y a los tacones de caramelo con los cuales ha adornado el escaparate, ya que parecen zapatillas mágicas repletas de tesoros.

Si Zozie estuviera aquí le ajustaría las cuentas, pensé y me acordé de la camarera del salón de té, la que se parecía tanto a Jeanne Moreau. Enseguida me sentí mal, como si hubiera hecho una trastada, como si pensar en este asunto pudiese provocar un Accidente.

Zozie no se preocuparía por eso, declaró la voz espectral en mi cabeza. Zozie haría lo que le diera la gana. Me pregunté si sería tan malo. Desde luego que lo sería pero, de todas maneras…

Esta mañana, mientras me preparaba para ir al liceo, vi que, con la nariz aplastada contra el cristal, Suze examinaba el nuevo escaparate. Echó a correr en cuanto me vio, ya que todavía no nos dirigimos la palabra, pero durante un minuto me sentí tan mal que tuve que sentarme en una de las viejas butacas que ha traído Zozie e imaginar que Pantoufle estaba a mi lado, escuchando, con los ojos negros brillantes en su cara bigotuda.

Lo cierto es que Suze ni siquiera me cae tan bien, pero se mostró simpática conmigo cuando llegué; le daba por venir a la chocolatería y charlábamos o veíamos la tele; también íbamos a la place du Tertre y observábamos a los retratistas y una vez me compró en uno de los tenderetes un colgante de esmalte rosa, un perrillo de dibujos animados que llevaba escrita la frase Mejor amigo.

No era más que una baratija y el rosa nunca me ha gustado, pero jamás había tenido un mejor amigo o, como mínimo, un amigo de verdad. Fue un buen gesto y el hecho de tenerlo me hizo sentir bien, aunque hace siglos que no me lo pongo.

Entonces apareció Chantal.

La perfecta y popular Chantal, con su cabellera rubia perfecta, su ropa perfecta y la costumbre de mofarse de todo. Ahora Suze quiere ser igual a ella y a mí me toca entrar en escena cuando Chantal tiene otra cosa que hacer, aunque la mayor parte del tiempo solo soy una comparsa de quita y pon.

No es justo. ¿Quién decide esas cosas? ¿Quién ha decidido que Chantal merece ser la popular, a pesar de que nunca ha sacado la cara por nadie ni se ha preocupado más que de su pequeño ego? ¿Por qué Jean-Loup Rimbault es más popular que Claude Meunier? ¿Qué podemos decir de los demás? ¿Qué pasa con Mathilde Chagrin o con las chicas de velo negro? ¿Qué tienen que las vuelve monstruosas? ¿Qué pasa conmigo?

Hablaba con mi voz espectral y no reparé en la aparición de Zozie. A veces es muy sigilosa, incluso más que yo, lo cual me pareció extraño porque se había puesto esos ruidosos zuecos con suela de madera con los que es imposible pasar desapercibida. Claro que eran de color fucsia, lo que los volvía espectaculares.

– ¿Con quién hablabas?

No me di cuenta de que me había expresado en voz alta.

– Con nadie. Estoy sola.

– Bueno, no pasa nada.

– Me lo figuro.

Me sentí incómoda y muy consciente de que Pantoufle me miraba; hoy resultó muy real mientras subía y bajaba su nariz de rayas, que se movía como la de un conejo de verdad. Cuando estoy contrariada lo veo con más claridad…, motivo por el cual no debería hablar sola. Además, mamá siempre dice que es importante distinguir entre lo real y lo que no lo es. Los Accidentes se producen cuando no notas la diferencia.

Zozie sonrió y trazó una señal, parecida a la que significa «de acuerdo», con el pulgar y el índice unidos y formando un círculo. Me miró a través del círculo y bajó la mano.

– Te contaré algo. De pequeña hablaba mucho conmigo misma o, mejor dicho, con mi amiga invisible. Charlaba constantemente con ella.

No sé por qué me sorprendí tanto.

– ¿Tú?

– Se llamaba Mindy -añadió Zozie-. Según mi madre, era una guía espiritual. Claro que mi madre creía en esas cosas. De hecho, creía prácticamente en todo: los cristales, la magia de los delfines, la abducción por parte de los extraterrestres, el yeti… Ponle el nombre que quieras, mi madre era toda una creyente. -Esbozó una sonrisa-. Claro que algo funciona…, ¿no es así, Nanou?

No supe qué responder. Claro que algo funciona…, ¿qué quiso decir? Me sentí incómoda y, al mismo tiempo, entusiasmada. No se trataba de una coincidencia ni de un Accidente, como lo ocurrido en el salón de té. Zozie hablaba de la magia real, la mencionaba sin tapujos, como si fuera realmente verdadera en vez de un juego infantil que yo tenía que superar.

¡Zozie creía!

– Tengo que irme -concluí, cogí la mochila y me dirigí a la puerta.

– Dices siempre lo mismo. ¿De qué se trata? ¿Es un gato?

Zozie cerró un ojo y volvió a mirarme a través del círculo formado por el pulgar y el índice.

– No sé a qué te refieres.

– A un ser pequeño con las orejas grandes.

La miré y comprobé que aún sonreía.

Sé que no debía hablar del tema, ya que hablar empeora las cosas, pero tampoco quería mentir a Zozie, sobre todo porque nunca me miente.

Suspiré.

– Es un conejo y se llama Pantoufle.

– Genial -declaró Zozie.

Eso fue todo.

3

Viernes, 16 de noviembre

Segundo golpe de suerte y vuelvo a estar dentro. Basta un golpe bien dado para que la piñata se debilite y se rompa. La madre es el vínculo débil y, con Yanne de mi parte, Annie se desliza tan dulcemente como la primavera sigue al verano.

Esa niña maravillosa, tan joven y despierta; con ella podría hacer grandes cosas…, siempre y cuando su madre se quite del medio. Claro que hay que hacer una cosa por vez, ¿no? Cometería un error si ahora intentase aprovecharme de la ventaja de la que dispongo. La niña todavía se muestra cautelosa y es posible que, si la presiono en exceso, se repliegue. Por eso espero y me ocupo de Yanne; a decir verdad, estoy disfrutando. La madre soltera que tiene que regentar un local y ocuparse de una cría que siempre está en el medio… Como confía en mí, me volveré indispensable y me convertiré en su confidente y amiga. Me necesita; dada su curiosidad insaciable y su habilidad para meterse donde no corresponde, Rosette me proporcionará la excusa que necesito.

Rosette me intriga cada vez más. Demasiado menuda para su edad, con la cara afilada y los ojos muy separados, semeja una especie de felino que se escabulle a gatas por el suelo, técnica que prefiere a la de caminar, mete los dedos en los agujeros del zócalo, abre y cierra sin cesar la puerta del obrador y organiza en el suelo largos y complicados dibujos con objetos pequeños. Hay que vigilarla en todo momento porque, aunque es muy buena, no parece percatarse del peligro y, cuando se enfada o se siente contrariada, suele experimentar berrinches violentos, casi siempre sin emitir sonido alguno, se balancea desaforadamente de un lado a otro y en ocasiones llega al extremo de dar cabezazos contra el suelo.