Jacqueline permanecía inclinada hacia delante en el asiento con los codos en los muslos y la mirada perdida, como si no estuviera escuchando nada, pero de pronto parpadeó e intervino.
– El desdoblamiento de Ric no era tan violento, ¿no es cierto? ¿Por qué Zigzag es… así?
Blanes la miraba gravemente.
– Es la pregunta clave. La única respuesta que se me ocurre es la que Reinhard le dio: uno de nosotros no es lo que aparenta ser.
– ¿Qué?
– Todos esos sueños que tenemos… -Blanes enfatizaba las palabras con gestos-. Estos deseos ajenos a nosotros, los impulsos que nos dominan… Zigzag nos influye a lo largo del tiempo, aunque no lo veamos… Penetra en nuestro subconsciente, nos obliga a pensar, soñar o hacer cosas. Eso no había ocurrido con ningún desdoblamiento anterior. Reinhard opinaba (y le parecía espantoso) que debía de proceder de una mente enferma, anormal. Al desdoblarse estando dormida, ha… ha adquirido una fuerza enorme. Tú empleaste una palabra, Jacqueline: «contaminación», ¿recuerdas? Es apropiada. Estamos contaminados por el inconsciente de ese sujeto.
– ¿Quieres decir -preguntó Jacqueline en tono de incredulidad- que uno de nosotros está engañando a los demás?
– Quiero decir que se trata, probablemente, de un perturbado.
Hondo silencio. Las miradas giraron hacia Carter, aunque Elisa no comprendió muy bien por qué.
– Si se trata de un perturbado, seguro que es profesor de física -dijo Carter.
– O bien un ex soldado -replicó Blanes mirándolo-. Un tipo con bastantes traumas como para que su inconsciente viva en una perenne pesadilla…
Carter hizo un gesto con los hombros, como si se riera, pero sus labios no se movieron. Dio media vuelta, entró en la cocina y se sirvió algo más de café recalentado.
– ¿Y a qué se debe que deje de dar señales de vida durante años y vuelva después? -inquirió Jacqueline.
– Esa expresión, «durante años», no tiene sentido desde el punto de vista de Zigzag -precisó Blanes-. Para Zigzag todo está transcurriendo en un abrir y cerrar de ojos, y esos períodos equivalen a los intervalos que emplea en moverse a través del tiempo, como cualquier otro desdoblamiento. Para él, nosotros todavía nos hallamos en la estación esa noche, acudiendo a la sala de control mientras suena la alarma. En su cuerda temporal, en su mundo, seguimos en ese preciso instante. Por eso sufrimos su influencia aunque no lo veamos. De hecho, estoy seguro de que nos escoge según un determinado orden… ¿Recordáis quién llegó primero a la sala de control, sin contar a Ric…? Rosalyn. Fue la primera que murió. ¿Y después? ¿Quién llegó después?
– Cheryl Ross -murmuró Elisa-. Ella misma me lo dijo.
– Fue la segunda víctima.
– Méndez fue el primero de mis hombres en llegar -dijo Carter-: estaba de guardia y… Esperen… Él fue la tercera víctima… ¡Por todos los…!
Se miraron entre sí. Jacqueline parecía muy nerviosa.
– Yo llegué después que Reinhard… -gimió. Se volvió hacia Elisa-. ¿Y tú?
– Hay un error -dijo Elisa-: yo llegué junto con Nadja, pero Reinhard ya estaba allí, y Nadja murió antes de… -De repente se detuvo. No: Nadja me dijo que se había levantado antes. Incluso descubrió que Ric no estaba en la cama. Se corrigió-: No, es verdad… Nos está matando según el orden en que nos despertamos y salimos al pasillo…
Por un instante nadie miró a nadie y cada uno pareció sumido en sus propios pensamientos. A Elisa le resultó espantoso sentir cierto alivio al recordar que Jacqueline y Blanes ya estaban levantados cuando ella llegó.
– Escuchen todos. -Carter alzó una de sus pesadas manos. Su cara había perdido color, pero en su voz había un nuevo matiz de autoridad-. Si esta teoría suya es correcta, profesor, ¿qué ocurrirá cuando esa… eso se elimine a sí mismo?
– Cuando asesine a su alter ego, ambos morirán -respondió Blanes.
– Y si su alter ego muriese por cualquier causa…
– Zigzag también morirá.
Carter hizo un gesto con la cabeza, como si ya poseyera todas las claves.
– De modo que lo único que necesitamos es conocer la identidad de este sujeto y, sea quien sea, eliminarlo antes de que el cabrón de Zigzag vuelva a triturar a alguien… Es evidente que no se eliminará a sí mismo: si no lo ha hecho ya, es que piensa dejarse para el final, adrede o por azar. Tendremos que hacerlo nosotros. -Hubo una pausa. Carter los miraba como desafiándolos. Repitió-: Sea quien sea. ¿Me equivoco?
¿Podía ser ésa la solución? A Elisa se le antojaba horrible, pero al mismo tiempo simple y apropiada.
Una nueva inquietud parecía haberse apoderado del ambiente. Hasta Víctor, que se había mantenido al margen, se hallaba ahora muy involucrado en la conversación.
– Es un hombre… -La voz de Jacqueline resonó como una piedra arrojada al suelo-. Lo sé: es un hombre. -Alzó los oscuros ojos hacia Carter y Blanes.
– ¿Se refiere a que no existen mujeres pervertidas, profesora? -preguntó Carter.
– ¡Me refiero a que sé que es un hombre! ¡Y Elisa también! -Jacqueline se volvió hacia ella-. ¡Tú sientes lo mismo que yo! ¡Vamos, dilo de una vez!
Antes de que Elisa pudiese contestar, Carter dijo:
– Pongamos que tiene razón: es macho. ¿Qué quiere que hagamos? Aún sigue habiendo dos posibilidades. ¿Nos lo jugamos a los chinos, el profesor y yo? ¿Nos cortamos el cuello mutuamente para que usted pueda vivir en paz?
– Tres -dijo Víctor con voz muy suave, pese a lo cual creó otro silencio-. Tres posibilidades: Ric también cuenta.
Elisa pensó que tenía razón. No podían descartar a Valente hasta que no comprobaran que había muerto. De hecho, a juzgar por la clase de «contaminaciones» que padecían Jacqueline y ella, era el candidato más probable.
– Si pudiéramos averiguar qué imagen usó esa noche… -dijo Blanes.
Por un instante, el recuerdo de Ric Valente arrastró a Elisa fuera de la realidad. Era como si no hubiesen pasado diez años: volvió a ver su rostro, su perenne sonrisa; escuchó sus burlas y humillaciones… ¿Acaso no se estaba burlando de todos ellos ahora? De pronto comprendió lo que había que hacer.
– Hay una forma. Claro. Una única forma…
– ¡No!
El grito le permitió saber que Blanes la había comprendido.
– ¡Es nuestra única posibilidad, David! ¡Carter tiene razón! ¡Tenemos que descubrir quién de nosotros es Zigzag antes de que vuelva a matar!
– Elisa, no me pidas eso…
– ¡No te lo estoy pidiendo! -Fue consciente de que también ella era capaz de gritar como nunca antes-. ¡Es una propuesta! ¡Tú no eres el único que decide, David!
La mirada de Blanes en aquel momento era terrible. En medio de la pausa escucharon la voz gastada y cínica de Carter.
– Si quieres ver violencia de verdad, encierra a dos científicos en la misma jaula… -Dio unos cuantos pasos y se situó entre ambos. Había encendido un cigarrillo (Víctor ignoraba que Carter fumara) y le daba largas caladas, como si su deseo de recibir humo fuera mayor que el de expulsar palabras-. ¿Les importaría mucho a ustedes dos, brillantes cerebros de la física, explicar lo que están discutiendo?
– ¡Riesgos: crear otro Zigzag! -exclamó Blanes en dirección a Elisa, sin hacer caso a Carter-. ¡Beneficios: ninguno!
– ¡Aun si fuera así, no sé qué otra cosa podríamos hacer! -Elisa se volvió hacia Carter y habló con más calma-. Sabemos que Ric utilizó el acelerador y los ordenadores de la sala de control esa noche. Propongo filmar unos cuantos segundos en vídeo de la sala de control y abrir las cuerdas temporales para ver lo que hizo y lo que ocurrió después, incluyendo el asesinato de Rosalyn. Sabemos la hora exacta a la que sucedió todo: fue la del corte de luz. Podemos abrir dos o tres cuerdas temporales previas a ese instante. Eso quizá nos permitiera averiguar qué estaba haciendo Ric, o qué imagen usó para crear a Zigzag…
– Y así sabríamos quién es. -Carter se rascó la barbilla y miró a Blanes-. Está bien pensado.
– ¡Se olvidan de un pequeño detalle! -Blanes se encaró con Carter-. ¡Zigzag apareció porque Ric abrió una cuerda temporal del pasado reciente! ¿Quieren que ocurra lo mismo ahora? ¿Dos Zigzags?
– Tú mismo lo dijiste -objetó Elisa-: se necesita que el sujeto esté inconsciente para que el desdoblamiento sea peligroso. No creo que Ric estuviera dormido mientras manipulaba el acelerador esa noche, ¿verdad? -Clavó los ojos en Blanes y habló con suavidad-. Míralo de esta forma: ¿qué otra opción tenemos? No podemos defendernos. Zigzag seguirá matándonos horriblemente hasta que se mate a sí mismo, si es que lo hace…
– Podemos estudiar la manera de evitar que utilice la energía…
– ¿Por cuánto tiempo, David? Si consiguiéramos detenerlo ahora, ¿cuánto tardaría en regresar? -Se dirigió a los demás-. He estado calculando el intervalo entre cada ataque y la energía utilizada y consumida: el período de ataque se ha reducido por dos. El primero se produjo ciento noventa millones de segundos después de la muerte de Méndez, y el segundo noventa y cuatro millones quinientos mil segundos después de la muerte de Nadja, casi la mitad. A este paso, a Zigzag aún le quedan cuarenta y ocho horas de actividad antes de «hibernar» de nuevo durante, probablemente, menos de un año. Ha matado a cuatro personas en apenas cuarenta y ocho horas. Todavía puede matar a dos o tres más en el mismo tiempo, hoy o mañana, y acabar con el resto en menos de seis meses… -Miró a Blanes-. Estamos condenados, David, da igual lo que hagamos. Yo solo quiero elegir mi propia pena de muerte.