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Y figuras alrededor. Bultos, sombras decapitadas.

Un sudor helado bañaba su espalda. La imagen era muy borrosa, pero aun así podía distinguir formas adosadas a las cruces.

Se quitó las gafas y se acercó a la pantalla hasta que su visión de miope captó todos los detalles. La imagen saltó, y una de las cruces desapareció casi por completo. En su lugar quedó una mancha flotando en el aire, una cosa oblonga colgada de la madera como un avispero de una viga.

¿Eres Tú, Señor? ¿Eres Tú? Se le humedecieron los ojos. Alargó los dedos hacia la pantalla, como queriendo tocar aquella silueta difusa.

Estaba tan concentrado que no se percató de que la puerta del laboratorio se abría a su espalda. El mínimo ruido que hicieron los goznes quedó ahogado por el embate del temporal.

Por un instante creyó que seguía soñando.

La pantalla de la sala, sobre la que Blanes se recostaba, había sido horadada. La abertura tenía el tamaño aproximado de un balón de reglamento y era de forma oval, con bordes limpios. El resplandor que penetraba por ella procedía, sin duda, del brillo de las luces de la sala de control al otro lado.

Pero lo más horrible era lo que ocurría con Blanes.

En su rostro había un agujero elíptico y profundo. Ocupaba la porción derecha de su cara e incluía la ceja, el globo ocular y todo el pómulo. En su interior podían observarse (perfectamente visibles bajo la luminiscencia que penetraba por la oquedad de la pantalla), densas masas rojizas. Jacqueline creyó identificarlas: los senos frontales, la delgada lámina del tabique nasal, los cordajes de los nervios facial y trigémino, las rugosas paredes del encéfalo… Era como una holografía anatómica.

Se han ido el viento y el mar.

A su alrededor se había desatado un silencio inmenso. La oscuridad también era distinta, como más sólida. No había linternas ni ninguna otra luz, salvo la que se filtraba por el agujero.

Se han ido: solo queda el viejo barco.

Se puso en pie y dedujo que no soñaba. Todo resultaba demasiado real. Ella era ella, y sus pies descalzos tocaban el suelo, aunque no percibía la frialdad del…

Una rara sensación le hizo bajar la cabeza: vislumbró la cima de sus senos coronados por los pezones. Se palpó el cuerpo. No llevaba nada encima, ni ropa ni objetos. Nada la cubría.

Se han ido el viento y el mar. Se han ido. Se han ido.

Se volvió hacia Carter, pero no lo vio. Víctor también había desaparecido. Solo quedaba aquel Blanes, paralizado y destrozado, y ella.

Solo ellos dos, y la oscuridad.

Dócil como un muñeco, Víctor fue a estrellarse allí donde la Mano lo envió. Golpeó el cajón abierto de las dispersiones y notó un agudísimo dolor en las corvas. Al desplomarse levantó una oleada de polvo que lo hizo toser. Entonces la Mano aferró sus cabellos y se sintió alzado en vilo entre nubes de estrellas diáfanas, purísimas como nieve en el aire. Recibió una bofetada que pareció convertir su oído izquierdo en un motor zumbante y maltrecho. Intentó apoyarse en algún sitio y arañó la pared metálica que tenía detrás. Sus gafas habían desaparecido. A la altura de sus pupilas se situó un ojo sin iris, tan negro que parecía opaco. Tan negro que se desmarcaba fácilmente de la mediocre oscuridad a su alrededor. Oyó el crujido de un mecanismo.

– Escuche, estúpido cura… -La voz de Carter, susurrante como un soplete, parecía provenir de aquel ojo-. Le estoy apuntando con una 98S. Está fabricada en fibra de carbono y posee un cargador con treinta balas de cinco milímetros y medio. Un solo disparo a esta distancia y no quedará de usted ni el recuerdo de su primer pedo, ¿está claro? -Víctor gimió, ciego, lloriqueante-. Le advierto una cosa: me ocurre algo. Lo sé, lo noto. No soy yo mismo. Se lo juro. Desde que he regresado a esta jodida isla me he convertido en alguien peor que el que era… Soy capaz de meterle ahora mismo una bala en la cabeza, limpiarme sus sesos con un pañuelo y luego desayunar. -Hágalo, pensó Víctor, pero no logró articular una palabra y Carter no le dejaba intentarlo-. Si vuelve a largarse sin avisar, si vuelve a irse estando de guardia o conecta algún otro maldito aparato sin permiso, juro que lo mataré… No es una amenaza: es lo que hay. Es posible que lo mate aunque se comporte bien, pero déjeme hacer la prueba. No me ofrezca oportunidades fáciles, cura. ¿De acuerdo?

Víctor asintió. Carter le devolvió las gafas y lo empujó hacia la salida.

Entonces sucedió todo.

Más que sentirlo, lo presintió.

No fue una imagen, un ruido, un olor. Nada material, nada que pudiese percibir con sus sentidos. Pero supo que Zigzag estaba allí, al fondo de la sala, de igual manera que hubiese sabido que un hombre anónimo, en medio de una multitud, la deseaba solo a ella.

Se han ido el viento y el mar. Queda el abismo.

– Dios… ¡Dios mío, por favor! ¡¡Por favor, que alguien me ayude!! ¡¡Carter, David…!! ¡¡Socorro, ayúdenme…!!

El terror tiene un punto sin retorno. Jacqueline lo cruzó en ese instante.

Se acurrucó contra la pantalla, junto al cuerpo petrificado de Blanes, las manos cubriéndose los pechos, y gritó una y otra vez, como nunca en toda su vida, sin reservas, sin pensar en otra cosa que en enloquecer con sus propios gritos. Aulló, berreó como un animal agonizante, hasta romperse la garganta, hasta creer que el corazón le estallaba y los pulmones se le anegaban de sangre, hasta saber que ya estaba loca, o muerta, o al menos anestesiada.

De pronto algo avanzó desde el fondo de la sala. Era una sombra, y al moverse pareció arrastrar consigo parte de la oscuridad. Jacqueline giró la cabeza y la contempló.

Al ver sus ojos dejó de gritar.

En ese mismo instante logró dar una única y definitiva orden a su cuerpo. Se levantó y corrió hacia la puerta como si lo hiciera por un trampolín desde la cubierta de un barco que se hundía.

Se han ido. Se han ido. Se han ido. Se han ido. Se han ido.

No lo lograría, se dijo. No conseguiría escapar. El la atraparía antes (se movía muy rápido, demasiado rápido). Pero con el último jirón de su cordura comprendió que estaba haciendo lo correcto.

Lo que cualquier ser vivo hubiese hecho en su lugar después de haber visto aquellos ojos.

La imagen había sido procesada. El ordenador le preguntaba si quería cargarla. Conteniendo la ansiedad, Elisa presionó la tecla ENTER.

Tras un instante de indecisión, la pantalla parpadeó en rosa pálido mostrando lo que parecía una foto borrosa de la sala de controclass="underline" distinguió perfectamente el brillo del acelerador al fondo y los dos ordenadores en primer plano. Pero algo había cambiado, aunque la falta de nitidez provocó que demorara en darse cuenta: existía otra fuente de luz, una linterna encendida junto al ordenador de la derecha. Bajo su resplandor pudo ver el borrón situado en el mismo lugar que ella.

Sintió que le faltaba el aire. Algo en su memoria se resquebrajó y dejó escapar un torrente de recuerdos. Diez años después lo veía de nuevo. El mal estado de la imagen dejaba mucho margen para que ella lo reconstruyera: la espalda huesuda, la cabeza grande y angulosa… Todo cuarteado por el Tiempo de Planck, pero no necesitaba más nitidez para saber quién era.

Ric Valente estaba contemplando la pantalla del ordenador, ajeno al hecho de que diez años después ella lo contemplaría a él desde la misma pantalla. Se encontraba a solas y así creía que seguiría por los siglos de los siglos, pero la teoría de Blanes lo había arrancado de la piedra del tiempo como una veta extraída por mineros expertos.

Pasada la primera impresión, Elisa se encorvó casi en una postura similar a la de Valente: ambos escudriñando lo que sucedía o había sucedido, asomados a la cerradura del pasado, espiando como mayordomos indiscretos.

¿Qué está mirando? ¿Qué hace?

El brillo de los controles encendidos frente a Ric le hizo saber que él también acababa de abrir varias cuerdas temporales y observaba los resultados. La posición de la cámara con la que había grabado la muestra de luz le permitía ver la misma pantalla que veía Ric, pero la silueta de éste se interponía entre ella y lo que él contemplaba. De todas formas no iba a ver nada aunque se apartase. Necesito usar los perfiladores.

Algo la intrigaba en aquella imagen. ¿Qué era? ¿Por qué se sentía de repente tan inquieta?

Cuanto más la miraba, más segura estaba de que había un detalle que no encajaba. Algo oculto, o quizá demasiado a la vista, como en esos juegos en los que solo el ojo atento puede distinguir las sutiles diferencias entre dibujos muy similares. Intentó concentrarse…

El brusco salto a otra cuerda temporal casi la asustó. Ahora Ric se había desplazado a la izquierda, pero los contornos seguían siendo muy borrosos y, tal como había sospechado, no conseguía siquiera imaginar cuál podía ser la escena que él había estado vislumbrando y que ahora aparecía frente a ella, sin obstáculos, en la pantalla de Ric, como un manchurrón sepia. Ahí tiene que estar Zigzag, pero necesito perfilarla y hacer un zoom. Había otra figura junto a Valente. Pese a que le faltaba la mitad del rostro y parte del torso, reconoció a Rosalyn Reiter. Sin duda, se trataba del momento en que la pobre Rosalyn lo había sorprendido. Él estaría intentando explicarle qué hacía allí. Aquella cuerda pertenecía a una fracción diminuta de tiempo en el margen de las 4.10.10 horas, dos segundos antes del apagón y de Zigzag. Rosalyn se hallaba muy alejada del generador. ¿Cómo había logrado entrar dos segundos después en la cámara del generador y morir electrocutada? Le pareció obvio que todo había ocurrido durante el ataque, incluso empezaba a imaginar una posible explicación…