– Vale, de acuerdo, tranquilo… Sí, espere, los veo, pero por un ojo veo totalmente desenfocado.
– No importa. Dime qué cono están haciendo. ¿Han salido de su coche? ¡Dime algo ya!
– No, creo que no. El coche está lleno de vaho y están parapetados adentro, creo que al menos son dos.
– Vale. Oye, estaré allí antes de cinco minutos. Coge el megáfono y diles que tranquilos. ¡La puta, ya tenemos suficientes complicaciones sin ellos!
– ¿Eh, pero de qué megáfono está hablando…? Aquí nunca hemos tenido nada parecido.
– ¡¡PUES ENTONCES, ESPECIE DE CRETINO, YA ESTÁS CORRIENDO HASTA LA CERCA Y QUIERO OÍR TUS GRITOS DESDE AQUÍ, QUIERO QUE DEJES PARALIZADOS A ESOS GILÍ POLLAS SÓLO CON TUS GRITOS!! ¡¡TE HAGO RESPONSABLE, HENRI, TE LA VAS A CARGAR EN SERIO COMO HAYA LA MENOR COMPLICACIÓN, ¿OÍDO?!!
Cortó la comunicación pegándole un viaje a un botón, y la lucecita roja se apagó. Qué buen ambiente, me dije con una sonrisa en los labios. Inmediatamente el viejo se levantó de un salto, tirando casi su silla. Era un tipo de estatura media, todo nervio y con el pelo hirsuto, e iba vestido como usted o como yo, pero llevaba en los pies unas zapatillas deformes y gastadas hasta lo imposible. De un manotazo agarró un puñado de golosinas de una de las bolsas, mientras le guiñaba un ojo a la chica, y a continuación se plantó frente a mí mascando una de aquellas cosas.
– Oye -me dijo-, no vas a negarme un pequeño favor, ¿verdad? Hay que remolcar ese coche y a lo mejor necesitaré que me eches una mano, muchacho.
No le contesté, pero el viejo me dedicó una gran sonrisa mientras me ponía unos cuantos cocodrilos en la mano.
– Bueno, prepárate -me dijo.
Salimos a la carrera con una luz cegadora y dorada, y el viejo corrió a través del aparcamiento como si lo persiguiera una jauría de perros rabiosos. Yo iba justo detrás de él, tenía treinta y cuatro años y me consideraba en plena forma, así que cuando lo vi encaramarse a aquella enorme grúa todo terreno, hice como si no hubiera visto el escalón, me agarré a la barra del retrovisor y, gracias al impulso, caí limpiamente en el asiento del otro lado. Muy pocos escritores pueden hacer una cosa así, hay que tener los brazos sólidos y una cierta fuerza en las manos, pero he hecho tantos trabajos chorras, tantas cosas agotadoras e inimaginables, que aún conservo algo. Cuando trabajaba en los muelles, era capaz de atrapar al vuelo un saco de cincuenta kilos de café únicamente con mi gancho, y de mandarlo más lejos. Había centenares de sacos para descargar durante el día, y por la noche no podía dormir de lo que me dolían los brazos. Era una época en la que escribía historias propias de loco furioso. El viejo puso el motor en marcha, y el tipo de la barraca apenas tuvo tiempo de levantar su barrera, porque salimos a todo gas levantando una nube de polvo.
Era un camino lleno de baches, y la grúa bailaba en todas direcciones y le vibraban todas las planchas. El lugar seguía siendo relativamente salvaje, con árboles y arbustos tupidos, pero había que hacer un esfuerzo para olvidar los papeles aceitosos, descoloridos por el sol, y todas las porquerías que los delicados visitantes tiraban por las ventanillas; todas esas cochinadas que nacían del alma de los cretinos que iban de excursión. El viejo conducía con una mano, y con la otra hacía aparecer los pequeños dulces pegajosos que se iba metiendo en la boca a toda velocidad. Aún hacía calor y yo hice una observación sobre el tema mientras entornaba los ojos. -Sí -dijo-, ¿pero te imaginas en África, chico? ¿Te imaginas a esos cretinos en plena selva bajo un sol de infierno y sin una malta alma viviente a la vista, sin nada más que animales acostados a a sombra y las luces del cielo?
Pasamos una cerca y después de dos curvas caímos sobre el coche averiado, un VW rojo con adhesivos y banderines en la parte trasera. El viejo paró a su lado, pero no veíamos el interior debido al vaho. Se enjugó la frente con el dorso de la mano antes de golpear la ventanilla.
– ¡Eh, los de adentro! ¿Se han muerto? -gritó.
Un pájaro lanzó un grito lúgubre en los árboles, y la ventanilla del VW bajó lentamente. Un tipo al borde de la asfixia, con los ojos extraviados, sacó la cabeza por la abertura envuelto en una pequeña nube de vapor. Tenía a su lado a una mujer, situada en la cincuentena, descolorida, con un vestido estampado con grandes girasoles y que mantenía su bolso apretado contra el vientre.
– Es el carburador -suspiró el tipo-. Seguro que es el carburador. No es la primera vez que me lo hace.
– Uno de estos días, este coche va a ser nuestra tumba -gruñó la mujer.
– Vamos, cariño, no digas eso…
– ¡¡Es la última vez que pongo los pies aquí adentro, ¿oyes?!! ¡¡Cómprate un coche nuevo, como todo el mundo!! ¡¡Venga, a ver si eres capaz de hacerlo!!
– Me haces gracia. Te juro que me haces mucha gracia -rechinó el tipo.
– Pues tienes suerte. La verdad es que tú a mí me pareces más bien siniestro. Menos mal que estamos saliendo de ésta.
El viejo dio un golpe en el techo del VW.
– Bueno, ciérrenme esa ventanilla. Nosotros nos ocuparemos de todo.
Hizo una maniobra y paró justo delante del Escarabajo. Se rascó la oreja cuando se volvió hacia mí.
– Ahora voy a bajar el gancho -dijo-. Y tú no te busques problemas, simplemente lo pones en el parachoques del VW. No hay nada más sólido que el parachoques de un VW.
Lo que me pedía no era excesivamente complicado, y además era un atardecer muy suave y calmado; podía hacerlo tranquilamente, y entreabrí mi puerta mirando el horizonte sostenido pot unas nubes de color rosa. En el mismo momento me quedé totalmente paralizado, sentí a la vez frío y calor en el estómago.
– ¡¡La puta!! -lancé- ¿Qué significa esto? ¡Veo un LEÓN que se acerca, allí!
– Pues claro, es el parque número siete -dijo el viejo-. Trece leones adultos y unas cuantas leonas. Pero no corres ningún peligro, muchacho, a esta hora ya han comido y sólo son como gatos grandes.
– Óyeme -le dije-, estás maduro para que te metan en el asilo de ancianos, si te crees que voy a poner un pie afuera. No lo haría ni por todo el oro del mundo.
– Cuando yo tenía tu edad, no lo habría dudado ni por un momento. ¡Me habría parecido EXCITANTE!
– Lo único que me excita es trabajar en mi novela. En cuanto a lo demás, sólo trato de no aburrirme demasiado.
– Sí, la verdad es que pareces más que un poco especial -comentó.
– Sí, y no acabo de tragar eso de que no me hayas avisado. He estado a punto de encontrarme afuera con esos putos leones, a lo mejor me habría estirado bajo el parachoques y total para que me comieran una pierna. Sólo de pensarlo me siento mal, mamón.
– Vale, muchacho, tampoco es tan grave. Vistas las circunstancias, yo me encargo de todo. Por otro lado siempre me las he apañado sin nadie, es el mejor método.
– Estoy totalmente de acuerdo -le dije-. Puedes empezar cuando quieras, yo te estaré mirando.
El león se paró a un centenar de metros y se dedicó a mover la cola.
– Según mis cálculos -continué-, a partir del momento en que el bicho ese se lance, tendrás cuatro o cinco segundos, no más. Deja tu puerta abierta.
Alzó los ojos al cielo y luego bajó de la grúa. Sin dejar de mirar a la fiera, agarró el cable y lo enrolló alrededor del parachoques. A continuación, volvió tranquilamente y se instaló al volante.
– Son como gatos grandes, ya te lo había dicho, no hay que exagerar.
Dio el contacto, embragó y la grúa dio un salto hacia delante. Se oyó un leve silbido seguido de un choque espantoso, como si el techo de la cabina hubiera chocado con la entrada de un túnel.
El viejo giró hacia mí su rostro deshecho.
– ¡Dios! ¿Qué ha pasado, muchacho?
Me volví, pero ya tenía una vaga idea del asunto.