– ¿Supertramp? -preguntó.
– Tampoco conviene exagerar -dije yo.
– ¿Fela?
– Perfecto. Para empezar ahí va el doble seis.
Hicimos unas cuantas partidas en silencio, absortos en el juego y en la música. Las fichas se alineaban en los pliegues de la colcha. La cosa era un poco confusa, pero la chica jugaba bien y yo no pensaba en nada, a veces la noche empieza con una pendiente suave. Rebebía tranquilamente mi cerveza mirando el techo cuando ella me preguntó:
– ¿Qué edad tienes?
– Tendré treinta y cuatro el mes que viene.
– ¿Se ha adelantado algo a los treinta y cuatro?
– No, creo que no…
– De verdad, no puedes ni imaginarte qué mierda me parece esta vida.
– Es un buen principio. Es una prueba de que tienes buena salud.
– Quisiera encontrar algo que me mantuviera en pie, algo que, realmente valiera la pena.
– Es una carrera enloquecida en la soledad helada -comenté.
– No es ninguna broma…
– Claro que no, pero es más aconsejable mantenerse a cubierto. Mira a tu alrededor, ¿crees que la gente se preocupa por saber si la vida tiene sentido? No, evidentemente no, lo que les interesa es protegerse de los golpes duros, aprovechar el máxime tiempo posible y pensar lo mínimo. Por eso vivimos en un mundo duro, con escaparates llenos de mierda y calles vacías que no llevan a ninguna parte.
– ¡Mierda, me cortas todas las salidas!
– Sí, lo jodido de la cerveza es que nunca sabes si tienes que llevar un cazamariposas o una bazuca. La verdad es que la cosa no está tan negra, pero hay que saber liberarse un poco. Creo que, a fin de cuentas, no soy un tipo desesperado.
Ella pareció desentenderse de la conversación y suspiró mirándose las manos.
– ¿Tú crees que la vida tiene sentido? -me preguntó.
– Un día mis piernas ya no me aguantarán -contesté-. Una enfermera me llevará al fondo del jardín, y me pasaré días enteros con la mirada inmóvil, babeando bajo un rayo de sol blanco.
Puse las fichas boca abajo y las desparramé por la cama.
– Fíjate -continué-, no creo que pueda ayudarte demasiado. Cuando veo a toda esa gente de tu generación corriendo furiosamente a la caza de un trabajo y haciéndoseles la boca agua ante LA SEGURIDAD, me pregunto si no sería mejor detenerse ya. De lo contrario, no vengas a buscarme dentro de diez años, cuando tus amigas se vayan a practicar deportes de invierno, y tú te quedes sola en una habitación congelándote el culo con montones de facturas sin pagar. También hay que ver ese lado del problema.
– Sí, pero no puedo liquidar los deportes de invierno. Ni las playas. Y no tengo ningunas ganas de tener un coche grande ni una casa inmensa; ¿sabes?, me fastidiaría mucho desear lo mismo que todo el mundo. Me daría miedo.
– Eres una especie de extraterrestre -le dije.
– Ya vale, no me tomes por gilipollas.
– No te lo creas -le dije-. Pero si fuera tu padre, pensaría «Mejor que ese tipo se la tire antes de que la destruya con sus ideas de mierda sobre la vida».
– Lo mejor es que no te conozco en absoluto. Por eso tengo ganas de hablar contigo, me parece realmente fácil.
– Creo que he perdido esa frescura de alma -dije-. Pero te comprendo. Yo ahora hablo solo, así no jodo a nadie.
– ¿Quieres decir que ya estás harto? -me preguntó.
– Bueno, estoy cansado.
– Vale, te dejo. Pero de todas formas quisiera tener tu opinión acerca de una cosa.
– A ver, ¿cuál es el problema?
– ¿Tiene sentido la vida?
Me estiré hacia atrás, sobre la cama, y encendí un cigarrillo. Puta mierda, esperaba de mí algo profundo y eso no era mi especialidad, yo era un tipo aéreo y sabía que era necesario que no fallara el golpe. Inundé la habitación con una nube de humo azulado, con la vista fija en el techo:
– Por supuesto -afirmé-. Me cago en la puta, claro que sí.
14
Me desperté hacia las diez, con la cabeza un poco pesada. Había dormido mal debido al calor, y quizás también porque lo había hecho completamente vestido. Había soñado que mi habitación estaba invadida de flamencos rosados, y que un nido de crótalos o algo de ese tipo bloqueaba la salida. Una especie de pesadilla coloreada y absurda. Me levanté y no encontré a nadie en la casa. Era lo mejor que podía pasarme. Salí, y atravesé el aparcamiento sin que sonara ni una voz a mis espaldas. El aire permaneció puroy sedoso mientras me instalaba en el «Mercedes». Maniobré lentamente, con gestos pausados, di media vuelta frente a la barrera) me largué evitando mirar al retrovisor.
Rodé durante algo así como una hora, conduciendo nerviosamente por pequeñas carreteras rurales. Puede ocurrir que el mundo te abra los brazos y que no sepas demasiado bien qué hacer, es una chorrada pero puede ocurrir. En general, ese tipo de pequeñas escapadas me sentaban bien, traían jaleos con Nina pero no podía evitarlos; y casi siempre volvía con la moral en lo más alto y sabía hacerme perdonar. Al principio, ella creía que yo desaparecía para ir a joder por ahí, pero se colaba y había terminado por admitirio, lo que no significaba que le gustara excesivamente. Yo no habría dicho nada si ella hubiera hecho lo mismo, simplemente habría apretado las mandíbulas. Bueno, al menos eso es lo que creo, no soy imbécil y supongo que a veces ese tipo de cosas deben de ser duras para todo el mundo.
Me entretuve machacando los neumáticos en las curvas, incluso intenté darme miedo, pero la verdad es que no ponía el corazón en el empeño. No sabía si tenía ganas de regresar o no, y no dejaba de bostezar.
Me detuve en un chiringo siniestro para tomarme un café. Había bastante gente, tipos en chandal y tías excitadas que berreaban alrededor de ellos. Los tipos estaban colorados de sudor y las mujeres iban brutalmente maquilladas. Me fui a beber mi café a una mesa del fondo, mientras ellos gritaban y bebían en el bar como si el mundo entero les perteneciera. De cuando en cuando los tíos me mandaban una mirada reluciente con una chispa salvaje; es posible que leyeran mis pensamientos o que los desorientara la turquesa que llevaba en la oreja. En cuanto a las tías pasaba lo mismo, salvo que debían de haber visto mi coche y algo del cacharro las excitaba, en una especie de atracción viciosa por el lujo. Adoptaban poses en el bar y se sentaban en los taburetes hundidas por el calor, el ruido y el alcohol, impulsadas por la prisa de mandar aquella vida a hacer puñetas. Era un buen ambiente. Dejé unas cuantas monedas encima de la mesa, y me fui sin esperar a que terminara el programa.
Me pasé la tarde en el coche, con la radio a tope, sin preocuparme del paisaje y totalmente distanciado del mundo. No sentía nada de nada. Me había detenido justo al borde de una carretera y había comprado diez kilos de melocotones a un chorbo. Eran unos melocotones blancos con una cara abofeteada por el sol, y tiraba los huesos en todas direcciones para plantar árboles. Cuando el cielo viró hacia los malvas, tenía el vientre hinchado como un odre y la soledad me había agotado. Entonces no pude resistirlo más y di media vuelta.
Llegué a casa de Yan hacia medianoche, bajo un cielo estrellado. Llamé a su puerta. Veía la luz arriba y esperé. En su bar hacía lo que quería, nunca podía saberse si trabajaba o si había decidido quedarse en casa, el asunto dependía de su humor, y dependía también de que su madre le mandaba regularmente un buen pastón. Las partidas de póquer sólo le servían para comprarse cigarrillos y para jugar al tipo que gana dinero; pero, claro, es raro que alguien no tenga un par de pequeños problemas que resolver para simplificarse la vida. Al cabo de un minuto retrocedí y busqué algo en la acera. Tiré a los cristales lo primero que encontré. Una piel de plátano atraveso los aires como una medusa apergaminada y desapareció en la habitación. Comprendí que la ventana estaba abierta.
– ¡¡MIERDA -vociferé-, GUARDA ESE TIPO DE BROMAS PARA OTRO!! ¡¡ÁBREME!!