En cambio, la jornada acababa de empezar y yo ya estaba muerto, tenía los antebrazos rasguñados y quemados por el sudor, y la angustia de romperme una pierna con toda esta historia me ponía un nudo en el estómago. Por encima de la pared de un jardín podía verse a un tipo sentado al borde de una piscina y con una copa en la mano, y a una rubia que tomaba el sol sobre una toalla amarilla. Aquella visión no me devolvió las fuerzas, pero volvimos a coger la viga y recorrimos los últimos doscientos metros resoplando como los parias de la tierra, sudando y tropezando y con lo músculos convertidos en espirales. Nos cruzamos con los otro equipos que bajaban riendo, y aquellos imbéciles casi corrían Siempre me ha costado mucho entender a los demás y me pregunto cómo se puede marchar hacia el infierno cantando.
Cuando llegamos arriba, dejamos el cacharro y el tipo que iba en cabeza me guiño el ojo mientras decía «¡y va la primera!» Si no hubiera yo estado al borde del síncope, habría seguido, claro que sí, pobre idiota, «¡y va la primera!», cien viajes más y la cosa habrá terminado, estás a dos pasos de la jubilación y vas a encontrarte en un magnífico estado si vas por ahí vendiendo tus últimas fuerzas al primer majara que se te presenta. Yo me hubiera sentado, pero ocurría que mis queridos compañeros ya iban lanzados cuesta abajo. Busqué con la mirada al individuo que debía de estar controlándonos con un látigo, al mamón que iba a prohibirnos un momento de descanso, pero no había nadie en los alrededores y los otros parecía que tuvieran un petardo en el culo. Lo que me desazona es que son seres humanos como yo: de verdad que no entendía nada.
Caminé al lado del viejo que tenía los brazos delgados y me pareció que tenía aspecto de haberlo encajado muy bien.
– Oye -le dije-, tengo treinta y cuatro años, tengo edad para estar en forma, pero acepto los consejos.
Se detuvo y removió la cabeza sonriendo:
– Lo que hace falta -dijo- es que sostengas el menor peso posible con los riñones y el mayor con los brazos. Trata de no destrozarte los riñones, chico, utiliza los brazos tanto como puedas.
Durante el segundo viaje hice lo que me había dicho, utilicé los brazos, y también durante el tercero. Mis venas se hinchaban y mis músculos estaban tensos como estacas de madera. Cada vez nos parábamos a medio camino y yo iba a echarle un vistazo a la rubia sin ninguna razón precisa, miraba el agua de la piscina, los pequeños reflejos plateados y la sombra de los árboles y me decía ¿qué te pasa?, ¿qué te hace creer que es más duro para ti que para los demás?
Sin embargo, mi impresión era ésa, yo era el único que no tenía ganas de bromear. Y la cara del otro mamón en cada viaje, con su termo bajo el culo, y berreando porque la cosa no iba suficientemente de prisa. Quizás aquello era lo que me parecía más duro, lo que me ponía como una moto. Tengo especialidad en enconarme con trabajos delirantes.
A mediodía, el mamón nos repartió bocadillos y cervezas tibias, tomé tres botellas. Todo el mundo parecía feliz. Encontré un rincón con sombra y me derrumbé sobre la hierba. Antes de dormirme, le eché una ojeada al montón de vigas; prácticamente no había disminuido y el camino de la colina era como una serpiente apuñalada por un calor histérico. Que duermas bien, pequeñín.
Volvimos al curro a primera hora de la tarde. Los tipos bromeaban menos pero conservaban un buen ritmo, y poco a poco me fui acostumbrando al dolor. Tenía la mente embotada, subía con la espalda doblada en dos, y ya empezaba a saber dónde estaban todas las mierdas un poco peligrosas, los agujeros y las piedras que sobresalían, los cardos y las zarzas. Mis pies estaban negros de polvo pero seguían vivos. Yo seguía vivo. Era el escritor que más cerca estaba de la muerte, pero estaba vivo.
Avanzaba con los ojos clavados en el suelo. En un momento de vacío, quebrado por el sol, me dediqué a mirar al viejo, delante de mí, y traté de estudiar su técnica. Me costó al menos un minuto descubrir cómo se lo montaba aquel condenado.
– ¡¡ME CAGO EN LA PUTA, VAS BIEN, ¿EH?!! ¡¿¿NO TE ESTÁS PASANDO DEMASIADO??!
– ¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
– ¡¡QUE VOY A SOLTARLO TODO COMO SIGAS HACIÉNDOTE EL LISTILLO!!
No contestó nada pero sentí que mis brazos sostenían menos peso y me pareció que la cosa iba mucho mejor así. Recuperé la confianza en mi juventud, lo que me llenó los ojos de lágrimas, pero cuando me duele todo tengo las lágrimas fáciles; no me preocupa, ya he visto suficientes lágrimas en mi vida.
Cuando volvimos a bajar, el viejo iba blanco como la muerte y la chorba terminaba de tomar el sol, se echó la toalla al hombro y entró en la casa.
El sol calentaba menos, era una hora agradable para escribir, o para dar un pequeño paseo sorbiendo un helado, o para leer poesía bajo la sombra, o para jugar con una chica, ¿no?
Al término de la jornada, el mamón nos llevó de vuelta con si camioneta y esta vez nadie decía nada y todos íbamos sentados. N éramos más que una pandilla de tipos reventados con la mirada apagada. Me dolían los dedos y me pasé un buen rato dándome na saje antes de poder abrirlos correctamente.
El mamón nos reunió en un pequeño local medio desierto, se sentó detrás de una mesa de camping, en la única silla que había allí, y nos quedamos de pie a su alrededor, esperando a que decidiera sacar el dinero. En cambio, colocó las manos encima de la mesa y las contempló silenciosamente durante al menos un minuto. No nos movimos. Eramos una docena de gilipollas febriles pendientes de sus gestos.
– A ver, chicos, oídme un momento… -soltó-. ¿Creéis que soy un tipo al que puede tomarse por un ceporro? ¿Creéis que la cosa puede continuar así mañana, y pasado mañana, y los días siguientes, cuando yo veo que el trabajo no avanza? Mierda, yo me parto el pecho para encontraros trabajo cuando la mayoría tendríais que estar jubilados, pero no importa, me digo, no importa, ten confianza en ellos, todavía son capaces de hacer un buen trabajo, van a demostrarte que no te has equivocado. Y la verdad es que lo que habéis hecho hoy lo hacen mejor tres o cuatro chavales de dieciséis años. Me gustaría saber si me explico, si entendéis lo que estoy diciendo…
Algunos tipos refunfuñaron detrás y el mamón nos miró asintiendo con la cabeza:
– Mañana tendréis que subir el doble si queréis pasar por caja.
No sé, pero realmente nos habíamos reventado con las vigas, era un trabajo apenas humano y al tipo le parecía que no habíamos hecho lo suficiente, que no nos habíamos matado suficientemente por él. Siempre estoy nervioso cuando me encuentro en la parte inferior de la escala, tengo la impresión de que subestiman el precio de mi sudor. Le di mi opinión sobre el tema:
– Es muy fácil -dije-, para hacer el doble de trabajo hay que poner sólo dos en cada equipo, y no estamos obligados a parar para comer, y si ni siquiera así basta: podemos empezar un poco antes Por la mañana. Me parece que así lo lograremos…
Me lanzó una mirada venenosa, pero la detuve con otra mirada aún más venenosa. Me dolía todo. Sacó la pasta, pero antes de empezar el reparto quiso poner las cosas en su punto.
– Bueno, os lo montáis como os dé la gana, no me importa, pero lo tenéis que hacer. Hay que cumplir con los jodidos plazos y conmigo el trabajo siempre se ha terminado a tiempo, con eso no juego, muchachos.
– Claro, pero no somos suficientes -dijo uno.
– Oye, tú ¿te crees que es la primera vez que me encargo de un trabajo así, te crees que no sé exactamente cuánta gente necesito? Aunque si alguno no está de acuerdo, pues nada, hombre, adiós, fácilmente os puedo sustituir por tipos más sólidos que no tendrán miedo de ganarse su pasta. No obligo a nadie, quiero que esto quede bien claro.
No contestamos. Estábamos hundidos. Todos estábamos hartos de esperar el dinero. Afuera la noche ya estaba cayendo mientras él nos hacía su numerito. Viendo que no encontrábamos nada para contradecirlo, el mamón sonrió. Pasamos en fila india frente a él, yo encendí un cigarrillo mientras esperaba mi turno y repartí a derecha y a izquierda. El local empezaba a apestar a sudor enfriado. Cuando llegué, puso unos cuantos billetes encima de la mesa y unas pocas monedas. Estuve a punto de ahogarme.