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– ¡¡¡SEGURO QUE NO TIENES COJQNES, TE HAS EQUIVOCADO HACIÉNDOME UNA COSA ASÍ, DJIAN, PORQUE AHORA ESTÁS ACABADO!!!

Sin esa chica quizá no estaría perdiendo el tiempo, quizás estaría sorbiendo una copa en el bar mientras una rubia calentorra intentaba ligar conmigo.

– ¡¡¡DJIAN, TE JURO QUE NO ENTENDERÁS LO QUE TE VA A PASAR!!!

Sin esa chica, en fin, habría podido felicitarme por haber encontrado un lugar agradable. Pero no hay nada gratuito aquí abajo y hay que saber retribuir con una sonrisa.

Ella seguía prometiéndome los peores horrores si no salía de mi escondite, pero sólo conseguía que mis bostezos fueran cada vez mayores. Estiré las piernas y levanté el cuello de mi cazadora Seguramente me habría dormido si ella no cambia de onda.

– ¡¡¡NO ENTIENDO CÓMO NINA PUDO SOPORTARTE MÁS DE UN CUARTO DE SEGUNDO!!!

Sólo el hecho de oír su nombre fue como un latigazo. Salí desde la terraza al suelo, caí delante de la morena. Normalmente me lo habría pensado antes de hacer una acrobacia de ese tipo, pero treinta y cuatro años tampoco es que sean la muerte, y a veces uno puede concederse un margen de confianza; la cosa salió perfecta. La chica dio un paso atrás.

– A ver -le dije-, ¿qué sois exactamente, una especie de cofradía?

A lo mejor estaba un poco borracho, pero vi que en sus ojos brillaba una llama.

– Yo qué sé -dijo-, pero voy a decirte algo. Vosotros, los tíos, estáis acabados. Ahora vamos a demostraros lo que sabemos hacer.

– ¿Cómo está ella? -le pregunté.

– ¿Qué te has creído, te has creído que necesitamos que un tío nos tome por los hombros para estar bien?

– ¿Eres una especie de lesbiana?

– No, no soy una ESPECIE de lesbiana. Eso es lo que te gustaría, sería más sencillo para tu cerebro de mosquito. Pero te equivocas, colega, me encanta acostarme con tíos. Y no me privo de hacerlo, lo que ocurre es que los olvido increíblemente de prisa.

Sonreía con todos los dientes.

– Oye -le dije-, no vamos a andar peleándonos como crios, acabo de tener una idea…

– Ni hablar -comentó-. No eres mi tipo.

– Tampoco soy lo que se dice inolvidable.

– Seguro que no, te creo, pero ni hablar.

Mostró una leve sonrisa victoriosa y me plantó allí en medio. Formidable. Era un día realmente formidable.

Volví a entrar al cabo de un momento. Cerré la puerta, atravesé el salón, y me tomé una última copa. Estaba asqueado. Salí, busqué las llaves y me instalé al volante. Iba a arrancar cuando la morena golpeó la ventanilla. Abrí la puerta y ella se sentó a mi lado.

– Iremos a tu casa -dijo-. Nunca recibo hombres en mi apartamento.

Recorrimos todo el trayecto sin decir ni una palabra. Ella me arrinconó en la entrada y me dio un morreo de todos los demonios agarrándome el pelo. A continuación, echó un vistazo a los libros apilados a lo largo de la pared y levantó uno de ellos por encima de su cabeza:

– Abre los ojos -me dijo-, de cada diez libros que se publican en la actualidad, nueve están escritos por mujeres.

– De cada diez mujeres cuyos libros se publican en la actualizo, nueve escriben como hombres -repliqué-. Por eso son malos.

– Hay tipos que te regalan la cuerda con que los vas a ahorcar -dijo riéndose-. Tú formas parte de esos.

Luego se desnudó, y yo hice otro tanto. Mientras me desabrochaba los cordones de los zapatos, se sentó en una esquina de mi cama y empezó a acariciarse cerrando los ojos.

– Oye, si quieres puedo ayudarte -le propuse.

– No, nadie puede hacerlo tan bien como yo. Es sólo cuestión de un minuto.

Me estiré en la cama y esperé. Luché para alejar todos los pensamientos negativos que me asaltaban. Además, era como si todas esas mujeres se conocieran. Parecía insensato, y nunca me había sentido tan solo. Tenía interés en acabar rápidamente.

La cama tembló un poco. Ella permaneció un instante inmóvil y luego se arrodilló a mi lado.

– Mira -me dijo-, prefiero que tú te quedes de espaldas y yo te montaré. Yo marcaré el ritmo, si no te molesta.

No contesté.

– ¿De acuerdo? -preguntó.

– Vale. No tengo nada que hacer -murmuré.

21

Tardé un tiempo en comprender que ninguna chica podía sustituir a Nina. En conjunto, la cosa me hizo más feliz. Pensaba en ella de cuando en cuando, como quien va a abrir su cofre para ver sus lingotes de oro; me gustaba mucho pensar en ella. Sin embargo, no traté de encontrarla, la sola idea de hacerlo me paralizaba, y la única vez que marqué su número de teléfono la historia se puso chunga: iba a llevarme el auricular a la oreja cuando sentí que una corriente helada invadía mi brazo, y al cabo de un segundo me vi golpeando el aparato contra el borde de la mesa. No lo volví a intentar.

Durante algún tiempo llevé una vida perfectamente en regla. Había resuelto mi eterno problema de dinero con un trabajo de media jornada, por la mañana, lo que me dejaba el resto del día para escribir o para no hacer nada de nada.

Era una tienda de muebles. Mi trabajo consistía en cargar una camioneta con los pedidos, evitando que me atrapara la mujer del director, una gorda con un moño que había encontrado la forma de leerse uno de mis libros. Oooohhh, ¿y cómo hace para escribir cosas tan pornográficas? Eso era lo primero que me había preguntado. Me ocupaba de los repartos de género pequeños, nunca nada mayor que una mesilla de noche o una lámpara de hierro forjado. Había otros tipos para la categoría de armarios o aparadores, tipos más altos y más fuertes que yo, y que llevaban un camión.

Había que subir kilómetros de escaleras, pero en conjunto no era muy cansado. Hubo días en que ni me enteré, como si fueran jornadas de despacho. Además, no lo hacía del todo mal, iba de prisa y siempre había terminado hacia las once. Daba grandes rodeos para regresar y soñaba despierto. Si tenía la desgracia de regresar excesivamente pronto, la gorda se me echaba encima y me arrastraba hacia las zonas alejadas, con el pretexto de hacer su puto inventario.

– Caramba, joven, ¿ya ha vuelto? Pues no podía ser más oportuno. Vamos a echarle un vistazo a las existencias de alfombras, tengo que comprobar una cosa…

La zona de las alfombras era un verdadero laberinto y los cacharros aquellos se amontonaban casi hasta el techo. Nunca estabas seguro de poder volver al mismo sitio. Nos detuvimos frente a las imitaciones de piezas únicas 100% acrílico y ella se abanicaba con una libreta que llevaba en la mano.

– ¡Jesús, María! ¡Qué calor! ¿no le parece?

– Pues a mí el jersey no me molesta -dije yo.

– No perdamos tiempo. Trate de encontrar una escalera, joven.

Encontré la escalera. Miraba en otra dirección mientras esperaba que ella me dijera qué tenía que hacer. Ella respiraba agitadamente. Las pilas de alfombras estaban pegadas unas con otras, y todo aquello olía a trampa.

– Adelante, suba la escalera. Hay que contarlas una a una.

Llegué hasta lo más alto, y agarrándome con una mano de la escalera, empecé a contar las alfombras. Al cabo de diez segundos, noté que la escalera temblaba, eché un vistazo hacia abajo y vi que la gorda atacaba los primeros escalones. Estaba oscuro. Era mons truoso. contuve la respiración, me quedé paralizado durante tre segundos y a continuación ella plantó sus tetas en mis ríñones. Hizo como si no pasara nada.

– Ocúpese usted de la pila de la derecha y yo me ocuparé de de la izquierda.

Me agarré a los flecos de una alfombra.

– Oiga, mire -le dije-, vamos a terminar rompiéndonos la cabeza, ¡le juro que nos vamos a romper la crisma!

– Vamos, deje de gesticular… No haga chiquilladas.

Debió de aprovechar la ocasión para subir un escalón más, porque sentí que su barriga me frotaba las nalgas. A continuación me achuchó descaradamente y toda la escalera vibró.

– Señora, necesito este trabajo, no haga tonterías. Es peligroso, por lo menos estamos a diez metros de altura…